Este artículo ha aparecido en el nº de noviembre-diciembre del 2013, en la revista OP Machinery.
Observo desde mi ventana, a tres
metros de distancia, a una ardilla minuciosamente aplicada en devorar una
castaña, en este otoño inglés. Está subida sobre el murete que me separa de la
finca contigua, donde ha crecido el castaño; no parece preocuparse en exceso
por mi presencia, pero está lejos de la familiaridad que muestran las que
habitan en Hyde Park, acercándose hasta comer de la mano de los paseantes. Es
hermoso verlas campar a sus anchas, por los jardines de las casas, los parques
o las orillas de los canales y ríos ingleses. Pienso que esas son las cosas que
más nos pueden gustar de Inglaterra, la frondosa vegetación, los sauces
inmensos a la orilla de las vías de agua, el juego de exclusas que permite a
las pequeñas embarcaciones cruzar el país entero. Desde donde estoy hay unas
cien millas hasta Bristol, por el canal Kennet-Avon y, en el sentido opuesto,
poco más de cuarenta hasta Londres, por el mismísimo Támesis, que va ganando
anchura y caudal por el camino.
Lo menos agradable de este país, que
dejó ya atrás sus días de gloria, me resulta el abandono de las calles en
cuanto uno deja el estricto centro, la suciedad de las mismas y de sus casas y
el aspecto desaliñado de sus habitantes. La basura se recoge una vez a la semana
de los pequeños contenedores particulares, que, entretanto, adornan las calles.
El centro está pulcro y bien cuidado,
no en vano es donde se adora a la nueva divinidad de nuestros tiempos. En esta
ciudad de unos doscientos mil habitantes, universitaria, tecnológica e
industrial, el centro comercial lo absorbe todo. Napoleón dijo en tono
despectivo que Inglaterra era un pueblo de tenderos; ahora habría que
preguntarse si no es, más bien, un pueblo de dependientes. Todo son grandes
cadenas que se replican por doquier; hasta las farmacias son cadenas, por no
hablar de muchos pubs, que –se me
había olvidado- mantienen el encanto de toda la vida. Al margen de las dichosas
cadenas, mis ojos escrutadores sólo encontraron dos carnicerías y una
pescadería como establecimientos independientes. Otra cosa que me llamó la
atención fueron las pequeñas tiendas para el duplicado de llaves y reparación
de calzado, los establecimientos de manicuras y pedicuras atendidos por
diligentes chinas y el mercadillo que montan dos días a la semana. La abundancia de agencias
inmobiliarias para la venta y alquiler de pisos es algo que nos retrotrae a
tiempos nuestros no muy lejanos.
Los amantes de la música conocen una
canción que se canta al final de los Proms
londinenses; los aficionados al fútbol la habrán oído cantar por las gargantas
enronquecidas de los supporters. Me
refiero a la muy patriótica Rule,
Britannia (1), cuyo estribillo incita y exige a la madre patria a que
gobierne, domine sobre las olas, y promete que los británicos nunca serán
esclavos. Representativa de esa época que ya pasó, cuando la Gran Bretaña
dominaba los mares, ha sido ciertamente premonitoria: nunca, desde la ocasión
de Hastings (año de 1066) los ingleses han doblado la cerviz ante invasor
alguno; nunca la isla ha sido esclava de nadie. Ahora bien, ¿se puede decir lo
mismo de sus habitantes? Ese dominio del gran capital, del cual no he pintado
más que una pincelada en lo que hace referencia al comercio, ese dominio de las
grandes empresas está muy cerca de someter a las grandes masas de población
merced a una legislación en la que uno puede anticipar lo que nos espera a
nosotros mismos. Thatcher acabó con los sindicatos y la gran masa de
trabajadores de todos los colores que ha proporcionado la inmigración –otro de
los aspectos más sobresalientes de la actual sociedad inglesa- propician que la
esclavitud o al menos la servidumbre, pueda verse como una posibilidad.
Para disimular estas cosas sirve la
democracia política formal, en tanto que la aparición de partidos
ultranacionalistas y racistas que engañen al orgulloso blanco y mantengan
sumisos por la amenaza a los coloreados, puede entenderse como un mecanismo sutil
al servicio de los intereses de los de siempre.
(1)
El estribillo de ese himno dice: Rule Britannia! Britannia rule the waves: Britons never, never will be
slaves. O
lo que es lo mismo: Britannia, gobierna sobre las olas: los británicos nunca
serán esclavos.