He aquí un maizal en toda su exhuberancia; no es que sea muy grande, vemos el comienzo y el final contra unos eucaliptus y otros árboles que no distingo. Conozco el terreno, recuerdo haber visto una excavadora y alguna pala de orugas preparando la finca con esmero; se puede apreciar la ondulación resultante y, sobre todo la siembra milimétrica, como lo será la siega mecánica.
Cuando veo una imagen así siempre recuerdo la romanza del sembrador de la zarzuela La rosa del azafrán que dice: "Sembrador, que has puesto en la besana tu amor, la espiga del mañana será tu recompensa mejor, dale al viento el trigo y el acento de tu primer lamento de amor. Y aguarda el porvenir, sembrador" Poco importa, como comprenderán ustedes, que ahí se cante el trigo en tanto que lo que nosotros vemos es la posibilidad del maiz.
Y esto es una torca. O una sima, si se quiere. Y en términos más cultos una dolina. La foto no refleja la pronunciada pendiente hasta llegar a ese punto donde van a parar las alambradas. Créanme que es un verdadero embudo, y por mucho que llueva el agua que se desliza nunca se queda ahí abajo, desaparece al instante. Es ese agua lo que ha disuelto la roca que formaba el subsuelo hasta que se ha producido el hundimiento dando lugar al perfil que vemos hoy. Esto es lo que se llama una dolina, como decíamos más arriba, palabra que proviene de la actual Eslovenia, como todas las demás que describen un territorio kárstico, como el nuestro y el de los eslovenos.
Las torcas, simas o dolinas pueden ser más grandes o más chicas, cuevas y cavidades de distintas formas. Espero haber aclarado las dudas de algún lector que me lo ha preguntado.
Y para terminar, una foto que se explica por si misma e ilustra la pujanza de la naturaleza. Sólo añadiré que estas tres fotos, la de las vacas aseladas y las de los equinos, se situan en una circunferencia con un radio de un kilómetro, más o menos.