Los
MEnores No Acompañados (MENAS) no son jóvenes turistas que visitan
solos nuestro país; son, solamente eso, menores de edad, niños
pequeños en ocasiones, que han llegado solos porque, o bien solos
han salido de su país, o, las más de las veces, han perdido el
contacto con sus padres, que se han ido literalmente a pique en la
travesía, o han sido desviados a otros lugares. De modo que son eso,
niños solos. No hay que darle más vueltas.
Nacer
en un lugar del mundo o en otro es, a priori, algo totalmente casual.
Incluso entre los que nacen en la misma época y el mismo sitio, no
debiera existir ninguna diferencia, más allá de la carga genética
que hace que unos sean más bajos que otros, o gocen de mejor salud.
Sin embargo hay algo en nosotros, a lo que se añaden posos
culturales, situaciones económicas de la propia familia y del país
mismo, que van a hacer distinta nuestra manera de ser, y, sobre todo,
va a cambiar la percepción que tengamos de los “diferentes”.
Y
cuando nos definimos a nosotros mismos en relación a los otros, es
cuando caemos en posiciones racistas. Entonces sobrevaloramos
nuestras supuestas superioridades, y pasamos a despreciar a esos
otros, por ser negratas, sudacas o moros. No pensamos en la
suerte que hemos tenido por nacer en un determinado lugar, en unas
condiciones dadas, y creemos que esos otros vienen aquí a quitarnos
algo de lo nuestro, a usurpar nuestros derechos. Y damos pábulo a
toda suerte de historias que circulan sobre la forma en que esos
seres despreciables se aprovechan de las condiciones de vida de
nuestro entorno, que tanto nos ha costado conseguir -la forma en que
hayamos conseguido muchas de ellas no la cuestionamos, por supuesto.
Solamente hay que hacer una salvedad en este punto: si el individuo
en cuestión es un jeque, o un artista o un futbolista, entonces sí,
entonces le podemos conceder hasta nuestra nacionalidad española en
un procedimiento de puro trámite, no sea que se quede con la suya
propia y perdamos un activo tan importante.
Y
arrugamos el morro cuando de esos países que hemos colonizado, y
cuyas riquezas hemos extraído, nos llega la onda de nuestro “exceso”
colonizador pues eso lo consideramos legítimo, es nuestro ímpetu
occidental lo que nos llevó allí – somos la reserva espiritual de
Occidente, recuerden-, no nuestra necesidad de saciar el buche.
Además, ¡qué diablos!, les dejamos un idioma y una religión, por
cierto, la única verdadera, de modo que no tienen porqué quejarse.
Así
que ya tenemos a esos menores hacinados en las residencias donde les
internan. También tenemos otras residencias para perros, y como la
población canina ha crecido desaforadamente, a veces, hay problemas
de espacio. Antiguamente, cuando una perra paría, de la camada se
guardaban dos o tres crías a lo sumo, que algún vecino había
pedido; los otros iban al río. Ahora los niños piden su perrito,
pero todo tiene su fin, y algunos cachorros se dejan olvidados en
cualquier gasolinera. El exceso colapsa las perreras municipales,
pues ya no se recurre a su eliminación física, y esas perreras
consumen recursos, alimentos y medicinas. Y ya se ha dado el caso de
que un concejal – ¿adivinan de qué partido?- haya propuesto que
se maten perros para aligerar la perrera.
En
una residencia de menores – no les llamemos menas, por favor-
alguien ha dejado caer una granada de mano, no se sabe con qué
intención. Quizás era solo un aviso, quizás se le olvidó poner la
espoleta; no lo sabemos. Lo único que sabemos es que en esa
residencia de Madrid viven, hacinados, niños que tienen derechos
ciertos y reconocidos, que deben ser alimentados y educados y
cuidados para que puedan ser otro día ciudadanos de este país.
El
índice de natalidad español ha descendido al nivel del de 1941,
cuando nos lamíamos las heridas de aquel golpe de estado de 1936.
España necesita inmigrantes, es otra noticia, como la anterior, de
los últimos días.
Otra:
Detenido tras dejar en el ambulatorio el cadáver de un inmigrante
que trabajaba, sin seguro y sin declarar, en su finca. ¿Hay alguna
diferencia con lo de la perrera? Una pista: el detenido es del mismo
partido que el otro.