miércoles, 9 de julio de 2014

Población y poesía (2)



La misma temática pero en un escenario diferente; el enfoque es, también, otro. Este artículo se ha publicado en el nº de junio-julio de 2014 en la revista OP Machinery.



POBLACIÓN Y POESÍA (2)

Antes de que a aquellos suecos les diera por el cante, ABBA era una especie de regla nemotécnica con que distinguíamos los sonetos y la versificación en general; el poema que hoy traemos a colación no respeta esos cánones, pero estamos hablando de catorce versos endecasílabos que mantienen una forma de rima, y, eso, es un soneto.
El soneto es tarea ardua, y los hay memorables, pero a mí –y esto no tiene más valor que el que confiere una opinión particular, y en este caso, de tan escaso mérito como la mía- a veces me parecen composiciones un tanto forzadas, aunque eso no excluya en absoluto admiración por la capacidad poética de su autor. El que hoy les invito a leer lo debemos a la pluma de José Jurado Morales (Linares 1900 - Puente la Reina 1991, poeta de reconocido prestigio) quien lo escribió en 1959 y que podemos leer en un mosaico sobre la pared de la última casa de La porteta, cuando se camina hacia el mar, a la vera del castillo en la hermosa población de Peñíscola. Dice así:

Peñíscola en el mar, barco varado,
de fuerte quilla y alta arboladura,
donde se encima un sueño, que almenado,
rompe del horizonte la angostura.
Huella de un tiempo duro, empeñascado,
que se hizo historia, pero que perdura,
en la sombra de un Papa encastillado,
que empavesa la recia escarpadura.
Peñíscola en la noche, nave anclada,
muela que afila vientos marineros,
piedra rugosa de aridez herida,
aunque perenne roca desolada,
trazadora de eternos derroteros,
con la tajante proa hacia la vida.

Todo aquél que conozca Peñíscola encontrará en estos ripios una perfecta descripción de esa península y ese castillo y hasta de su historia y su porqué, pero, hoy en día, hay otra Peñíscola, que poco tiene que ver con esa estampa. Por ejemplo, existe esa otra población que mira al mar, con su buena flota pesquera, esa que trabaja en la hostelería, o esa otra población huertana de naranjas y alcachofas que labra una vega que se continua en los términos de Benicarló y Vinarós y termina en Alcanar, y que constituye un emporio de riqueza y laboriosidad. No creo que sea cierto el extendido aserto de que por ser de tal riqueza, los agricultores dejaban esas tierras para los hijos más espabilados, siendo las más próximas a la costa (las peores) para los menos capaces. Si así fuere, el desarrollo turístico se encargó después de arreglar las cuentas.
Ese desarrollo que hizo de Peñíscola lo que hoy es, trajo también, como en otros sitios, monstruosidades urbanísticas y cierta dosis de corrupción; afortunadamente, se salvó el marjal, que es otra de sus señas de identidad.
Peñíscola, como valenciana, tiene tradición musical bien arraigada, y alguno de sus hijos empieza a descollar en esa faceta.
Este mismo año he vuelto a ver la película Calabuch, que todavía nos muestra una población que ya no existe. Me refiero a aquellas casuchas y a aquellas viejucas de luto perenne y pañuelo al moño. Es de señalar que hay cierta queja de que hoy en día los inmigrantes marroquíes ocupan las viviendas del casco histórico que los peñiscolanos han dejado por otras más confortables en la parte nueva y baja de la población. ¿El signo de los tiempos o cierta revancha histórica? Lo dejo a su elección.
Población y poesía. A poco que reflexionemos sobre ambas realidades podremos ver lo que tienen de común o lo que las diferencia, dependiendo de que nos quedemos en los estereotipos o vayamos a la esencia de las cosas.