La misma temática pero en un escenario diferente; el enfoque es, también, otro. Este artículo se ha publicado en el nº de junio-julio de 2014 en la revista OP Machinery.
POBLACIÓN
Y POESÍA (2)
Antes
de que a aquellos suecos les diera por el cante, ABBA era una especie de regla
nemotécnica con que distinguíamos los sonetos y la versificación en general; el
poema que hoy traemos a colación no respeta esos cánones, pero estamos hablando
de catorce versos endecasílabos que mantienen una forma de rima, y, eso, es un
soneto.
El
soneto es tarea ardua, y los hay memorables, pero a mí –y esto no tiene más
valor que el que confiere una opinión particular, y en este caso, de tan escaso
mérito como la mía- a veces me parecen composiciones un tanto forzadas, aunque
eso no excluya en absoluto admiración por la capacidad poética de su autor. El
que hoy les invito a leer lo debemos a la pluma de José Jurado Morales (Linares
1900 - Puente la Reina 1991, poeta de reconocido prestigio) quien lo escribió
en 1959 y que podemos leer en un mosaico sobre la pared de la última casa de La porteta, cuando se camina hacia el
mar, a la vera del castillo en la hermosa población de Peñíscola. Dice así:
Peñíscola
en el mar, barco varado,
de
fuerte quilla y alta arboladura,
donde
se encima un sueño, que almenado,
rompe
del horizonte la angostura.
Huella
de un tiempo duro, empeñascado,
que
se hizo historia, pero que perdura,
en
la sombra de un Papa encastillado,
que
empavesa la recia escarpadura.
Peñíscola
en la noche, nave anclada,
muela
que afila vientos marineros,
piedra
rugosa de aridez herida,
aunque
perenne roca desolada,
trazadora
de eternos derroteros,
con
la tajante proa hacia la vida.
Todo
aquél que conozca Peñíscola encontrará en estos ripios una perfecta descripción
de esa península y ese castillo y hasta de su historia y su porqué, pero, hoy
en día, hay otra Peñíscola, que poco tiene que ver con esa estampa. Por
ejemplo, existe esa otra población que mira al mar, con su buena flota
pesquera, esa que trabaja en la hostelería, o esa otra población huertana de
naranjas y alcachofas que labra una vega que se continua en los términos de
Benicarló y Vinarós y termina en Alcanar, y que constituye un emporio de
riqueza y laboriosidad. No creo que sea cierto el extendido aserto de que por
ser de tal riqueza, los agricultores dejaban esas tierras para los hijos más
espabilados, siendo las más próximas a la costa (las peores) para los menos
capaces. Si así fuere, el desarrollo turístico se encargó después de arreglar
las cuentas.
Ese
desarrollo que hizo de Peñíscola lo que hoy es, trajo también, como en otros
sitios, monstruosidades urbanísticas y cierta dosis de corrupción;
afortunadamente, se salvó el marjal, que es otra de sus señas de identidad.
Peñíscola,
como valenciana, tiene tradición musical bien arraigada, y alguno de sus hijos empieza
a descollar en esa faceta.
Este
mismo año he vuelto a ver la película Calabuch,
que todavía nos muestra una población que ya no existe. Me refiero a aquellas
casuchas y a aquellas viejucas de luto perenne y
pañuelo al moño. Es de señalar que hay cierta queja de que hoy en día los
inmigrantes marroquíes ocupan las viviendas del casco histórico que los
peñiscolanos han dejado por otras más confortables en la parte nueva y baja de
la población. ¿El signo de los tiempos o cierta revancha histórica? Lo dejo a
su elección.
Población
y poesía. A poco que reflexionemos sobre ambas realidades podremos ver lo que
tienen de común o lo que las diferencia, dependiendo de que nos quedemos en los
estereotipos o vayamos a la esencia de las cosas.