Uno. El amigo Torra es independentista, nos guste o no, y tiene reconocido el derecho a serlo y a hacer política en favor de sus ideas. Este derecho aún no está abolido en España; otra cosa es que a algunos les gustaría que lo estuviera, pero en eso no vamos a entrar. Cada uno que piense como quiera. Quedémonos con que Torra tiene derecho a decirlo en las campañas electorales, y animarlas con sus colores y sus banderas – observen que tanto los independentistas como los nacionalistas de todo tipo, y los que no lo son pero entienden España como una e indivisible, son los más adictos a enarbolar sus correspondientes banderas, en campaña, fuera de ella, en los balcones y hasta en las mascarillas-, pero a lo que no tiene derecho el susodicho Torra es a colgarla en su balcón oficial en plena campaña. Esto lo sabía Torra, lo sabía el PP, que lo había organizado así, y lo sabía la justicia.
Por consiguiente, ¿qué será lo que ocurra a partir de esa situación? Pues muy simple: Torra colgará la bandera, el PP lo denunciará y la justicia lo inhabilitará para ejercer el cargo de Honorable President. De este modo todos cumplen el guion preestablecido, cumplen con lo que se esperaba de todos ellos. Si la situación política en Cataluña estaba en un punto muerto, ahora vuelve a la casilla de salida, todos y cada uno pueden sentirse satisfechos y orgullosos de su proceder, todos ganan en este juego. Uno dirá que el centralismo dictatorial oprime la libertad de Cataluña, el otro dirá que vigilan y son los garantes de la ley para que nadie se la salte, y que si no fuera por ellos y tal y cual, y el tercero, la justicia, se limita a cumplir lo que está escrito. Afortunadamente, existen juegos en los que todos son vencedores, éste es uno de ellos.
Entonces, ¿nadie pierde? Sí, hombre, pierden los de siempre, los que no tienen trabajo, o es un trabajo precario y mal pagado, los que no ven un futuro claro ni a corto ni a medio plazo, sean catalanes u onubenses, por citar a los más distanciados geográficamente, pero esos ¿a quién le importan?
Dos. El mismo escenario, es decir, Cataluña, aunque como en el caso anterior, haya mayoría de actores no catalanes. La entrega de nombramientos a los que han sacado la oposición de juez, que en el argot se conoce como entrega de “despachos” se efectúa, en esta ocasión en Barcelona. El acto lo dirige el Presidente del Poder Judicial, un tal Lesmes, que está cogiendo traza de monárquico pues está anclado en un puesto que ya debería haber abandonado, que fue altísimo cargo en los tiempos de otro tal Aznar (lo cual puede significar algo o ser mera casualidad, vaya usted a saber), y es un acto que acostumbra a presidir el mismísimo Rey.
Pues bien, el Gobierno, que es quien tiene facultades para esto, decide que el Rey no acudirá a Barcelona a esa entrega de despachos. Y sin el Rey, el acto se desarrolla sin problemas y los nuevos jueces reciben sus papelitos. Pero, hete aquí, que el presidentes Lesmes dice que el Rey le ha telefoneado y le ha dicho que le hubiera gustado estar presente en el acto. No sabemos si se lo dijo para que lo supiéramos nosotros, o los nuevos jueces, o el mismo gobierno, pero suena a fíjate, con lo que me gusta acompañaros en estas cosas y el gobierno no me ha dejado. ¿Quería dejar en mal lugar al gobierno? ¿No sabía que debiera haber permanecido calladito, como un buen rey, en vez de piarla? ¿Tampoco sabía que Lesmes lo haría público y lo hizo para eso o le animó a que lo divulgara? ¿lo habían hablado ambos así?
Sea como fuere ha habido ministros, poco monárquicos, que han protestado, en tanto el gobierno se ha puesto de perfil y no ha dicho esta boca es mía. El asunto no tiene en sí mayor trascendencia, los asuntos que interesan a la ciudadanía siguen irresolutos, pero algunos estamos hartos de que personas a las que deseamos ver fuera de sus cargos, uno porque no tiene sentido ni justificación y el otro porque debiera haber desaparecido hace ya dos años, se aferren como lapas a sus sillones.
¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
Nota aclaratoria: si bien el continente ha sido cosa mía, la responsabilidad del contenido es enteramente de mi mujer.