Este artículo ha aparecido en la revista OP-Machinery en su número de octubre de 2014.
EL PODER DE LA COPLA
Si en el firmamento poder yo tuviera,
esta noche negra lo mismo que un pozo,
con un cuchillito de luna lunera,
cortara los hierros de tu calabozo.
Si yo fuera dueña de la luz del día,
del viento y del mar,
cordeles de esclava yo me ceñiría
por tu libertad.
¡Ay, pena, penita, pena! ¡Pena!,
pena de mi corazón
que me corre por las venas, ¡pena!,
con la fuerza de un ciclón.
Es lo mismo que un nublado
de tiniebla y pedernal.
Es un potro desbocado
que no sabe adónde va.
Es un desierto de arena, ¡pena!,
es mi gloria en un penal.
¡Ay, pena! ¡Ay, pena!
¡Ay, pena, penita, pena!
En
su última obra, Las tres bodas de
Manolita, Almudena Grandes nos lleva a la lectura de la copla ¡Ay pena, penita, pena!, cuya letra
debemos al prolífico letrista y poeta Rafael de León. Se cifra en unas cinco
mil las coplas que escribió, las más de las cuales con música del maestro
Quiroga y la colaboración de Antonio Quintero.
Rafael
de León (Sevilla 1908- Madrid 1982), de cuna aristocrática, amigo de Federico García
Lorca –lean su Réquiem por Federico-, perteneciente como él a la Generación del
27 y como él homosexual, encarna como pocos el típico señorito andaluz cuya
trayectoria vital le aleja de sus orígenes familiares para dedicarse a su
vocación artística. Ese alejamiento de su cuna le hace cercano al submundo de
los cafés, de las tonadilleras, del ambiente popular. Fue también amigo de
Miguel de Molina, el célebre cantaor cuya homosexualidad le hizo ser perseguido
por el Régimen y que creó una versión para ser cantada por él de otra copla
famosa de nuestro autor, Ojos verdes.
Felizmente,
ese sello, Quintero, León y Quiroga, con tan prolífica y exitosa producción,
ganó muchísimo dinero, por lo cual nuestro autor nunca pasó, ni mucho menos,
estrecheces económicas.
Pero
lo que me llama la atención de esta copla es la rotundidad de sus versos, cómo
describe esa pena de la mujer sola. No es aventurado suponer que esa es la
razón que impulsa a Almudena Grandes a reproducirla en su novela. Esa soledad -entre
otras desgracias- que sufrían quienes venían de perder la guerra. Almudena
Grandes nos remite a esa copla porque expresa con inusitada claridad el
sufrimiento de la mujer que tiene encarcelado a su hombre, situación que en la
España de la posguerra, saben ustedes, sufrieron miles de ellas. Y con el
añadido de tener que criar a sus hijos.
En
el año de su publicación, 1952, ya empezaba en América a triunfar el Rock &
Roll, cuyo impulso creador quizás aún no se ha detenido -ya saben que hoy en día todo es rock- pero España atravesaba aún su noche oscura, muy lejos
de la alborada. Entre los recuerdos de mi niñez en mi Cantabria natal, tengo el
de los emboscados, con la muerte de
Juanín y Bedoya, ambos en 1957, y las andanzas del Cariñoso, que aunque murió cinco años antes de mi nacimiento,
permanecieron en el sentir popular y siempre las sentí próximas, aunque solo
fuera por la cercanía vecinal. Y es curioso pensar que la letra de nuestra
copla pasara la censura sin problemas. Quiero pensar que, al fin y al cabo, el
origen nobiliario de nuestro autor y la laxitud del censor correspondiente,
hicieran su trabajo.
Y
por favor, oigan la versión más conocida de esta copla, cantada por Concha
Piquer, también, ¡cómo no!, amiga del autor.