Es este un artículo aparecido en la revista OP Machinery, en su número 4, de diciembre de 2012; espero que les resulte de interés.
Suele señalarse la caída de la Unión Soviética como la
causante del fin del comunismo, como si éste hubiera sido una posibilidad real de
organización desde los puntos de vista político, económico y social. En lo
primero derivó hacia un sistema dictatorial sin límites, directamente
responsable de millones de víctimas; en lo segundo, creó un sistema de
producción a espaldas del mercado, ineficaz y tremendamente injusto; en lo
tercero, la sociedad que alumbró fue una sociedad anquilosada que se ahogaba en
su propio corsé. Lo cierto fue que la supuesta implantación práctica del socialismo real no había dado, ni de
lejos, los frutos que algunos esperaban, y, en consecuencia, los partidos
comunistas europeos fueron cayendo, sucesivamente, como un castillo de naipes; hasta
el nombre hubieron de cambiar. Como consecuencia de esta caída, a nivel global,
el equilibrio que existía se rompió, la guerra fría acabó y la ausencia de un
contrapeso en el reparto de poderes, dejó barra libre a uno de los
contendientes en todos los planos, el militar, el económico y también el
ideológico.
Entretanto, los partidos socialistas europeos clásicos
que habían derivado hacia formaciones socialdemócratas –aunque en algunos
países, como Portugal, formaciones de derecha prostituyeran ese apelativo-, en
sucesivos congresos, -recuérdese el Congreso Extraordinario de 1979 en el caso
español-, paulatinamente, se fue abandonando el dogma marxista.
La globalización, la desregulación financiera, el
crecimiento sin contrapesos del nuevo capitalismo, las políticas de Margaret
Thatcher, de Ronald Reagan o del propio Bush, han ido minando en las últimas
décadas lo que se conocía como estado del bienestar, aquella creación de las
socialdemocracias europeas del norte de Europa y de la que en el sur apenas
habíamos empezado a degustar las migajas.
En este contexto, cuya traducción en términos de
pérdida de empleo y de recortes sociales es bien conocida, los partidos
socialdemócratas no han sido capaces de encontrar una alternativa político-económica
que embride la sed insaciable de ese capitalismo que mencionábamos más arriba.
Así, veinte años después, la crisis financiera internacional, con la falta de
una alternativa político-económica, parece que va a acabar con la socialdemocracia,
incluidas la tercera vía y todas las
variantes locales.
Es el momento
de preguntarse qué políticas pueden aparecer en el horizonte europeo, capaces de
explicar las verdaderas causas de la crisis, ilusionar a los ciudadanos, conseguir
que estos escapen a la tiranía mercantilista y que puedan enfrentar la
situación sin perder de vista los verdaderos intereses de las personas.
O dicho de otro modo, ¿deben los partidos socialistas
transitar por el mismo espacio que los de derechas o proceder a un cambio de
rumbo que les sitúe en la senda que se les supone más propia? Y aún más, ¿qué posibilidades
pueden tener los partidos socialistas actuales en un escenario a diez años vista, en
un mundo sometido a la fría dictadura del nuevo capitalismo?
¿No habrá llegado ya la hora de buscar en la ecología,
en el cambio climático, en las energías alternativas, modelos de desarrollo
capaces de crear empleo sostenible? ¿No habrá, en movimientos como el 15-M, fuera
de los estrechos corsés partidarios, señales suficientes como para entender el
hartazgo por las políticas tradicionales e indicios de otras formas de
expresarse? ¿No habrá un partido que recoja esas ideas?