Mientras escribo estas líneas no se habla de otra cosa que de la nueva Ley de Memoria Democrática; el pasado 18 de julio se cumplieron 85 años de eso que algunos todavía conocen como el Glorioso Alzamiento Nacional, que dicho así debiera entenderse como si los españoles de entonces, en un acto de patriotismo sublime, se hubieran alzado contra una potencia extranjera que ocupara nuestro país. Pero no fue así, fue un perfecto golpe de estado orquestado por una parte del ejército que había jurado su fidelidad a la República, con la bendición de la cúpula eclesial, los partidos monárquicos, y los partidos de derechas; ocurrió que unos españoles se levantaron contra el poder legítimamente ganado en las urnas pues cinco años antes se había proclamado la República, y al no poder soportar esta “afrenta” se conjuraron para iniciar una guerra a muerte con el objetivo de destruirla. Todo esto lo conocen ustedes, como conocen que el bando insurgente inició una guerra de aniquilación que no cesó con el fin de las hostilidades, sino que continuó después de la cruenta guerra, ejecutando, las más de las veces a los prisioneros con juicios farsa e incluso sin ellos.
Ejemplos hay a raudales, y yo voy a contarles uno de entre esos miles, ocurrido en un pequeño pueblo con apenas doscientos habitantes, justamente tras la caída del Frente del Norte. Corría el otoño de 1937 y muchos soldados republicanos optaban por esconderse donde podían y otros, simplemente, volvían a sus casas a lamerse las heridas. Muy pronto, antes de un mes, empezaron a ser detenidos en sus domicilios y llevados a una prisión improvisada en el pueblo mismo.
En este caso, estamos hablando de cinco hombres de entre 22 y 40 años; los más jóvenes aún solteros y los mayores casados, dos de ellos con sendos hijos. La mayoría eran simpatizantes o militantes del Psoe o de la UGT. A los pocos días, al alba, como a algunos les gusta decir, elementos falangistas los sacaron de su prisión, manos atadas a la espalda, buscaron un lugar adecuado, les hicieron cavar su propia tumba y los mataron sin más miramientos.
En 2013, personas de la Asociación por la Memoria Histórica llevaron a cabo la exhumación y pudieron identificar sus restos, encontrando también cinco balas de máuser y dos de pistola. Pusieron en pie una roca adecuada y a ella adosaron una placa de bronce en su memoria. Era lo único que sus deudos pudieron hacer por ellos durante los 75 años transcurridos desde su vil asesinato. Pero al poco una mano alevosa, a martillo y cincel, borró la inscripción quedando su destrozo a la vista, se supone que como advertencia. Hemos de suponer también que no sería la misma mano que había intervenido en los hechos, que hubo de ser una mano joven, de alguien de hoy pero con las ideas de ayer, que de esa manera tan vil demostró la vigencia de esas ideas y volvió a perpetrar el mismo crimen; es en definitiva volver a matarlos, matarlos dos veces. En un lugar en el que ni durante el período republicano ni durante la guerra se produjo ninguna violación de derechos humanos.
En su memoria escribo estos octosílabos, deseando que esta vez, gracias a este gobierno presionado por comunistas, separatistas, filoetarras, venezolanos, republicanos y demás gente de mal vivir, la nueva Ley de Memoria Democrática dé al traste con todas estas barbaridades que aún se sufren y seamos una democracia más perfecta que la que tenemos hasta ahora.
Dos veces muertos
A los cinco de mi pueblo
los llevan los falangistas
por callejos y senderos.
Cavarán su propia tumba
y no hay juicio ni condena.
Por la histórica memoria
sus herederos elevan
un pequeño monumento
que en su honor erigen presto
hasta que gente alevosa
con martillo y con cincel
la placa escrita destroza.
Pero su recuerdo queda
en sus hijos y familias,
y entre la gente de bien,
que por siempre les recuerdan.
¡Ay! puebluco cuánto sufres
por tus hijos maltratados.
¡No cometieron delito
más que ser republicanos!