De
lo que haga o diga el hombre del flequillo de color caqui ya poco puede extrañarnos:
nos sorprendió su victoria electoral hasta que supimos de los manejos de
Cambridge Analytica en connivencia con Facebook y quién sabe con qué otros
poderes; nos sigue extrañando que aún no se haya iniciado contra él un proceso
de impeachment como el que dio al
traste con la presidencia –por faltas que se nos antojan más veniales que las
de ahora- de Richard Nixon. Entonces, ¿el hecho de que siga ganando apoyo
popular en el país más poderoso del planeta, que deje la diplomacia en un
estado comatoso, que ni intente resolver ninguno de los problemas internos o
externos que ha heredado, sino que los acreciente sembrando de miles de muertos
el escenario geopolítico mundial, que, en definitiva, el puesto de mando más
relevante a nivel mundial se parezca cada minuto más a la actuación de un
payaso o de una marioneta, que sea eso todo lo que podemos esperar de su, digamos,
liderazgo va a sorprendernos a estas alturas?
Si
no fuera por lo que nos jugamos en este trance, les diría que me alegro al ver
los rostros estupefactos de todos aquellos que nos han dado lecciones acerca de
temas capitales como el libre mercado, una de las panaceas que adornan el
frontispicio del templo liberal.
Sea
como sea, cada día es más claro que el mundo avanza a pasos, grandes o
pequeños, sobre los atrancos que encontramos en el río de la improvisación,
consecuencia de que las decisiones que se van tomando y que configuran el paso
siguiente no se deben a una sesuda elección de posibilidades, sino que son
resultado de errores, casualidades, intromisiones, arrebatos de locura, o
interferencias de otros, actores o no, que aparecen en el escenario de la
historia en ese momento y configuran, a veces sin haberlo intentado, que la
marcha de los acontecimientos tome un sentido u otro, creándose así la
historia.
Por
ejemplo, si hubiera ganado la señora Clinton,
o el senador Sanders, el mundo sería
muchísimo más predecible; hoy, en cambio, se abre una nueva ventana en la historia, que puede
quedar en una mera advertencia, o constituir un hito histórico, como lo fueron
la revolución francesa o la subida de Hitler al poder, por poner sólo dos
ejemplos dispares. Esto es lo que realmente quiere decir esa frase que no
aclara nada cuando decimos “así se escribe la historia”, aunque nunca seamos
conscientes de ello.
Algún
día, nosotros o los que nos sucedan conoceremos la intrahistoria de estos días,
sus actores, sus intereses, sus aciertos y sus errores. Si eso sucede pronto
significará que el daño ha sido mínimo; si tarda, quizás nunca se conozca lo
ocurrido, dependiendo de la magnitud de los acontecimientos.