Este artículo se ha publicado en el número de junio-julio de la revista OP Machinery.
EL NUEVO
TURISMO
Desde
el romanticismo, el interés por conocer otros lugares no ha hecho sino crecer.
Se ha expandido a todas las clases sociales, se ha hecho más y más popular, y
con el auge de los vuelos y cruceros low
cost, hoy es un fenómeno de masas.
Se
ha convertido en una industria muy importante que, en determinados países, como
el nuestro, responde de una parte sustancial del PIB, empleando mucha mano de
obra, y exigiendo la construcción de hoteles, lugares de esparcimiento, y en
definitiva, animando la economía.
Todo
el mundo conoce que, con los problemas de seguridad que sufren destinos
turísticos tradicionales que suponían una competencia creciente para el turismo
español, el turismo mediterráneo de ambas orillas tiende a concentrarse en España,
lo cual explica el enorme crecimiento que el sector turístico español está
experimentando.
En
los últimos años, ha entrado en liza una nueva modalidad. Aprovechando las
herramientas informáticas, una empresa cuyo nombre es Airbnb (acrónimo inglés de
las palabras cama-colchón de aire y desayuno) ha tomado un impulso
extraordinario. El procedimiento es sencillo: se crea un portal en el que se
anuncia el alquiler en diferentes ciudades del planeta de pisos de diferentes
tamaños, e incluso de habitaciones sobrantes; de un lado el (o los) propietarios de esos pisos pagan
por alojarse en dicho portal; del otro lado, quien quiere visitar ese destino,
escoge lo que más le conviene, aprovecha (si quiere) los vuelos que terceras
compañías aéreas ofrecen en buenas condiciones de precio, y se planta en el
destino para una estancia de unas pocas noches o unas pocas semanas. Al llegar,
confirma que todo está tal y como lo pudo ver a través de su ordenador y se
aloja. Vamos, como si llegara a un hotel o una pensión.
El
negocio parece correcto, de ese tipo de negocios en el que todos ganan. Gana la
compañía que reside en California, pues cobra también un porcentaje del precio
del alojamiento (en torno al 40%); gana el propietario de la vivienda, que
tiene la posibilidad de aumentar la rotación de su negocio; ganan esas
compañías aéreas que hacen el transporte; gana el sector hostelero local que ve
incrementada la cifra de sus clientes, y “gana” el viajero que satisface su
deseo de conocimiento del lugar.
Los
juegos en los que todos ganan son, más bien, escasos, y éste no iba a ser una
excepción. ¿Quién pierde? Pues pierde el fisco americano, ya que sabemos que
estas compañías de Silicon Valley, sólo repatrían una pequeña parte de sus
ingresos, manteniendo el bocado grande en paraísos fiscales; pierde la hacienda
española que debe acondicionar y mantener aeropuertos para que los utilicen
compañías que no cotizan en España y que suponen ya casi el 50% de los viajeros
que despegan y aterrizan en nuestro país y sigue perdiendo la hacienda española
porque la inmensa mayoría de esa actividad no se declara. No se declaran los
ingresos, no se declaran los pagos que se hacen a las kellys que se dedican a limpiar los apartamentos y dejarlos en
condiciones para el siguiente uso, y que son contratadas en las condiciones de
precariedad y bajos -¿los llamamos salarios?- que podemos imaginar. Además, el
sector que aumenta sus ingresos, el de la hostelería principalmente, no se
distingue especialmente por su cumplimiento fiscal.
¿Entonces?
¿Cuál es la ventaja de contar -imaginemos la ciudad de cada uno- con esta
actividad económica? Esto puede contestarse a través de varias preguntas, por
ejemplo: ¿Conocemos qué ha pasado en la ciudad turística por excelencia,
Venecia, y qué piensan sus ciudadanos? ¿Hemos oído hablar de la gentrificación? ¿Sabemos cómo han subido
los alquileres en los centros de las ciudades turísticas, expulsando de los
barrios elegidos a los vecinos de toda la vida?