miércoles, 29 de julio de 2020

Carpe diem






La sentencia latina Carpe Diem viene a expresar la conveniencia de aprovechar el tiempo tan efímero como demuestra ser, el vivir el instante, en definitiva, aprovechar su decurso, ya que no volverá.
De las diecisiete estrofas de su Oda I a la Vida Retirada que nos dejó la pluma de Fray Luís de León, las dos que se reproducen a continuación son las más conocidas:
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
y
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

La modernidad se empeña en otras cosas que se nos antojan más necesarias pero que raramente lo son. ¿Qué más puede desearse que tener el sustento asegurado en ese huerto y llevar una vida tranquila y sosegada? Sin embargo, somos impelidos a competir para ganar un poco más y disfrutar un mucho menos de la vida, y al final, descubrir que ya no queda tiempo. ¡Carpe diem!

Y a veces, caminando – en coche es imposible- descubrimos un cartelito como el que se ofrece más abajo, hecho con una tablillas y mucho mimo por alguien que, precisamente, dispone de tiempo libre; ese tiempo libre del que venimos hablando, el mismo que ha inspirado a filósofos y poetas desde que el mundo es mundo.








La autora – tengo mis razones para pensar que sea mujer-, nos hace llegar varios mensajes, ensalzar la paz, conceder el perdón, practicar la bondad y repartir una sonrisa, para finalmente, constatar lo corto del momento, apenas un intervalo entre el ayer y el mañana, concluyendo con el consejo que necesita de todo lo anterior y todo lo engloba, es decir, disfrutar del momento, carpe diem.

¿Aprenderemos las enseñanzas que filósofos, poetas, pero también las personas corrientes, las personas con sensibilidad y sentido común, como la que nos ha regalado ese árbol de la sabiduría, nos ofrecen?

sábado, 25 de julio de 2020

Mi hija Nuria






Mi hija Nuria acabó sus estudios de Ingeniería Industrial en la especialidad de Organización Industrial y en 2006 obtuvo una beca Leonardo, mediante la cual la Universidad de Delft, Holanda, le gestionaba un trabajo en una empresa en la órbita de la universidad. Este trabajo consistió en la elaboración de un algoritmo que permitiera variar el destino o parar hasta nueva orden a los camiones que transportaban productos hortofruticolas comprados en los países productores del sur europeo, principalmente España e Italia, y con destino a los países del norte, incluido el Reino Unido, en función de los precios de destino. Como diríamos ahora, se trataba de optimizar la cadena de suministro.

Yo aprendí dos cosas, la primera qué diablos significaba el vocablo algoritmo, y la segunda, que Holanda estaba entre los tres principales exportadores de esa clase de productos para cuya producción no tenía el clima más adecuado. Tampoco es que esto me extrañara sobremanera, pues sabía que ese país históricamente se había distinguido por su vocación comercial, para lo cual se dotó de una flota naval que competía con la inglesa, y de sus correspondientes colonias en el lejano este asiático. Ahora he aprendido que, según documentados estudios, los países se benefician de su posición central en la rica Europa con una ventaja de entre un 5% y un 10% con respecto a sus competidores de la periferia europea. Vamos, que estar en el meollo tiene sus ventajas. Y esto lo saben bien las grandes transnacionales que, además, para que se convenzan del todo, pueden negociar con las autoridades fiscales holandesas el tipo a pagar que rara vez excede del 1%.
Esto también ha sido evaluado y la cifra resultante de merma de ingresos para el fisco de otros países es totalmente mareante, de decenas de miles de millones de euros al año. Así que los holandeses practican el tax deal, o sea la negociación sobre el impuesto a cobrar, y por otro lado, del comercio intracomunitario se quedan con la parte limpia, en tanto nosotros ponemos la tierra, el clima, el plástico, y los miles de temporeros que hacemos vivir en chabolas de cartón. Además, producimos de la misma manera fruta en Marruecos.

Ya sabemos que felizmente se ha logrado un acuerdo sobre el monto del fondo de reconstrucción tras la pandemia y la forma de repartirlo entre los países que más la han sufrido y, por tanto, los más necesitados; no vamos a repetir las cifras que también son mareantes y un gran paso adelante en la construcción europea.

Pero si me parece oportuno comentar la falta de una política fiscal europea común – como tampoco tenemos en España una política común, pues es sabido que por ejemplo ni el IRPF ni el impuesto de sucesiones son iguales en todas las autonomías, aparte de otros impuestos. Y esto porque se ha podido escuchar que entre los países “tacañones” renuentes al susodicho pacto los había socialdemócratas como Suecia, queriendo con ese apunte enfrentar esos países con el gobierno español. Y no se trata de eso, sino simplemente de que el fisco español debe ponerse al nivel de la media europea para tratar de conseguir el consabido equilibrio presupuestario que Europa nos demanda. Los suecos, que pagan más impuestos que nosotros, quieren que todos estemos al mismo nivel; despues se podrá hablar de solidaridad.

Así que la bondad de esas medidas acordadas en la maratoniana reunión mantenida en Bruselas, deberán tener su corolario con una política fiscal igual para todos los países integrantes de Europa. Ni se debe consentir que haya países que concedan rebajas fiscales inadmisibles, como el caso holandés o luxemburgués, ni otros como el caso español, donde los que más tienen no son los que más pagan.. Que estos temas no hayan salido a la discusión pública ha de deberse a una cuestión de oportunidad; no sería conveniente ensanchar el campo de juego con más problemas, ahora que se trataba de transferencias. Pero plantearlo en el próximo futuro debe ser algo ineludible.

Solo así se podrá conseguir una Europa más justa e igualitaria.

miércoles, 15 de julio de 2020

Nos tienen envidia






Que no estamos bien considerados por parte de los países del norte de Europa es algo que ofrece muy pocas dudas. Hay aparte, claro está, del desconocimiento, variados motivos como - podríamos señalar, que no dar valor-, nuestro pasado anclado en una dictadura que pareciera que aún colea, un atribuido espíritu de juerga permanente y poco amor al trabajo, similar al que todos tenemos respecto a ciertos países tropicales, en fin, ese tipo de cosas. Por supuesto, a esa desconsideración que hemos de soportar no le damos ninguna validez. Bien sabemos nosotros lo que trabajamos, lo que ganamos, los impuestos que pagamos, lo que nos cuesta la vivienda, nuestras limitadas sanidad y sistema educativo, lo exigua de nuestra pensión, ...¿entonces? ¿Por qué no nos consideran como creemos que nos merecemos?

Pensemos cómo ven ellos su situación y cómo la comparan con la nuestra. Y lo que ven es que sufren una presión fiscal sensiblemente mayor que la nuestra y eso les hace ver una ventaja en nosotros que realmente no existe. Y pensarán que ya está bien de tener que ayudar a esos “europeos” del sur, que no trabajan, que están todo el día de juerga cuando no recuperándose en la siesta antes de levantarse para ir a los toros, bailando, cantando, bebiendo y comiendo pinchos. Sí, compramos sus Mercedes, BMW´s, Audi´s, y Porsche´s en mayor proporción que ellos, que solo faltaría que solo compráramos marcas chinas o coreanas. Pero que ya es hora de que hinquemos el codo, que ajustemos nuestros presupuestos y dejemos de chupar del bote, y seamos países serios como lo son ellos. Esto es lo que vienen a pensar de nosotros; cada uno de nosotros sabe en qué llevan razón y en qué no. Pero por si no lo tenemos suficientemente claro, conveniente será decir una vez más que el valor medio de la presión fiscal española – lo que pagamos como país a nuestra propia Hacienda- medida en términos de PIB, es según fuentes entre un 5% y un 9 % menor de lo que pagan esos europeos del norte; que nuestro nivel de evasión fiscal es más alto que el suyo; que lo mismo podemos decir de nuestro índice de corrupción. Hasta aquí tienen mucha razón y no hemos de ser tan cenizos como para no verlo. Y claro está, así es difícil, por no decir imposible que nuestra hacienda tenga mayores ingresos y que sea capaz de invertir en sanidad pública, en educación, en ciencia o en infraestructuras. Ante una situación como la que encaramos en la actualidad, este panorama no puede más que agravarse. Y de ahí, la necesidad de que Europa nos considere a todos como una parte del conjunto.

Pero no hay que llamarse a engaño. Nos miran con recelo y no les falta razón. Porque si ajustamos la lupa y miramos con más detalle podremos descubrir quienes de nosotros somos los que pagamos menores impuestos. ¿Las clases trabajadoras y medias? ¿los autónomos? ¿las pequeñas y medianas empresas?...Obviamente no. Es en las rentas más altas, en el tipo efectivo que pagan las grandes empresas donde se nos van los ingresos – por varios y variados mecanismos, legales e ilegales- que permitirían en un medio plazo equilibrar los presupuestos como los equilibran las economías del norte de Europa; no hay otro misterio, ni hay otra receta; para que además tengamos que soportar la desfachatez de quienes así actúan tratando de representar la genuina manera de ser español.

Lo último que estamos conociendo estos días es que Europa pretende que las ayudas del fondo europeo para la Reconstrucción que se negocian ahora se concedan para proyectos que cada país ha de presentar y el Fondo aceptar. ¿Por qué? Muy sencillo, porque temen que recibamos el dinero y lo empleemos en otros menesteres distintos, en proyectos que no se realizan tal como venían redactados, y otros artilugios fiscales en los que una parte importante de nuestro tejido empresarial es especialista. Es decir, que sabiendo lo que necesitamos y la justicia de esa necesidad, lo que quieren es estar seguros del destino de las transferencias, en parte a fondo perdido.

¿Seguiremos pensando que nos tienen envidia?



jueves, 9 de julio de 2020

Mi pierna izquierda



Recomiendo la lectura previa de la entrada "Un día de playa" del  día 20 de agosto del año pasado.







Si me han hecho caso y han leído “Un día de playa”, como les recomendaba en el recordatorio de más arriba, puedo asegurarles que aquella entrada del año pasado por estas fechas tenía algo más de enjundia de la que puedo ofrecerles en esta ocasión; de hecho no tengo nada claro cómo voy a continuar esta entrada de hoy.


Puedo asegurarles que el enclave es el mismo, la misma playa y las mismas rocas; habrá cambiado la arena, como cambia el agua, recuerden esa máxima de que nunca veremos pasar el mismo río: aquí también puede aplicarse, pero no nos pongamos filosóficos, es la misma playa.


La pierna es mía, la zurda para más detalle, y el trozo de tela verde que puede verse por encima de la rodilla, mi bañador. No hay nada más en qué fijarse, se trata de una pierna corriente, con su pie correspondiente y su rodilla por la parte superior. A pesar de los años que tiene aún me presta un buen servicio y espero y deseo que sea así unos cuantos más. No soy de los que valoran la vida por encima de todo, por el contrario tengo claro que ha de tener un mínimo de calidad para ser vivida, de lo contrario prefiero pasar página. Lo que venga después también lo tengo claro, mis cenizas servirán para alimento de alguna planta en el mejor de los casos, y solo aspiro a vivir en la memoria de ustedes y que sepan anteponer mis escasos méritos a mis múltiples faltas.


Por supuesto –¿quién si no?- así nos lo dejó escrito Manuel Machado en su Retrato: Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar.


Así que de esa pierna que se ve en la foto y de la otra que no se ve, solo espero que me lleven en ese último día a un lugar como esa playa, con la misma compañía que la de hoy, para abordar esa nave que nunca ha de tornar.


Y que conste que mi pierna izquierda no es lo peor que tengo.


Y que conste que día del ultimo viaje cuando llegue el día del je,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,é al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


s a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.







Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.








viernes, 3 de julio de 2020

Otros cuidados










Bien, espero que puedan verlo suficientemente claro. Tenemos un banco sobre un paseo. En el banco, depositados de cualquier manera, unos trapos blancos y una botella de agua. En el suelo, más agua, unas zapatillas de mujer y un recipiente de plástico. Y para completar la escena, un carro de supermercado cargado hasta los topes y cubierto con una toalla.

Eso son las pertenencias de alguien que se ha apropiado del banco. El lugar, la Avenida del Papa Luna, en Peñíscola, Castellón, Comunidad Valenciana, frente a la playa y de espaldas al Hotel Papa Luna. Por las personas que vienen al fondo de la imagen, podemos calcular la anchura del paseo, que es el más concurrido de este enclave vacacional en busca de la Excelencia Turística, paseo que debe albergar algunos bancos, permitir que la gente deambule cómodamente, cosa para la cual no está diseñado, y que hasta hace muy poco tiempo había de soportar el paso de bicicletas más algún mantero.

De modo que ya pueden hacerse una idea. Pero lo verdaderamente grave y lo que me ha movido a traer esta imagen y su comentario, es que, al menos que yo sepa, esto viene sucediendo por espacio de una docena de días, que son los que yo he estado por ahí.

Porque, aunque no siempre en el mismo banco pero sí en el mismo paseo, he podido ver esas pertenencias, a distintas horas. Y una de las veces, dormida, la dueña de las mismas, una mujer metida en años y, para su desgracia, con la huella de la vida en la calle.

Y me pregunto cómo es posible que si yo, y los cientos de personas que han pasado por el lugar hemos sido testigos, no lo haya visto ningún guardia municipal, ningún cobrador de tasa de aparcamiento – ah, claro, que es una empresa privada-, ningún concejal ni tampoco el alcalde, a quién yo si vi ataviado de hacer deporte a unos doscientos metros de ese banco.

Puedo imaginar que esa mujer sea reacia a dejar esa vida que lleva, que no tenga vivienda propia ni ingresos, pero es, ante todo, una persona a la cual no se le puede dejar a su albur. No por el espectáculo que ofrezca, sino por ella misma, por su condición de miembro de esta sociedad en la que vivimos. Y quizás el Ayuntamiento no tenga un lugar donde atender a estos desheredados - por las causas que sean- pero lo tendrá la Diputación. Cualquier entidad pública, pero también privada, que no se
debe permitir el lujo de dejar que haya personas que se deterioren de esta manera. Porque son eso, personas, como los que afortunadamente tenemos mejores condiciones de vida. Es lo único que nos diferencia.

Yo he visto en distintos países personas muertas en plena calle, y nunca pensé que eso pudiera verlo en España. Sí, en esta España del himno y la bandera. Eso es un fracaso para cualquier sociedad. Un fracaso para todos los españoles, para los que se vanaglorian de algo que es accidental como el lugar de nacimiento y para los, españoles también y, a menudo, más que los otros, que no tenemos esa forma de ver las cosas. Vemos a los homeless en las ciudades americanas, pero eso no es un avance social; todo el mundo debe disponer de un techo y un sustento. No nos acostumbremos a verlo, como vemos las condiciones en las que viven los temporeros que trabajan en la agricultura española para que la fruta nos resulte un poco más barata.

Sencillamente no se puede consentir.