Las
residencias geriátricas españolas en general, y las de Madrid en
particular están dando mucho que hablar y parece que por mucho
tiempo. En el terreno político y en el judicial, que es al que
acuden los políticos cuando no tienen argumentos; posiblemente, el
ejemplo más preclaro de estos últimos sea su Ilustrisima Señora –
o como se diga- Isabel Díaz de Ayuso, Presidenta de la Comunidad
Autónoma de Madrid, quien se empeña en afirmar su falta de
competencias sanitarias, cuando todo el mundo sabe que dichas
competencias están plenamente transferidas, y lo han seguido estando
durante el estado de alarma. Aunque en puridad tengamos que
reconocer que llevaba poco tiempo en el cargo, hemos de suponer que
tanto ella como sus conmilitones del Partido Popular, con mayor o
menor período de mando en plaza, eran ideológicamente partidarios
de una menguante inversión pública en Residencias y Hospitales en
favor de un sector privado al que, por afinidad e intereses,
beneficiaban y siguen haciéndolo en sus decisiones políticas.
Algo
similar ha ocurrido en las autonomías regidas por el Partido
Socialista, que no se libra de la misma acusación, ni en los
partidos nacionalistas. Todos ellos se sumaron a la ola de la
privatización de la Sanidad, cosa harto innegable. Esto ha conducido
al escenario actual en el que la cifra de negocio en las Residencias
privadas (por ceñirnos a este sector) es del orden de 4.500 millones
de euros anuales. Mayoritariamente, por parte de multinacionales
europeas que han encontrado en nuestro país, bastante envejecido
como sabemos, un campo abonado para obtener buenos rendimientos
económicos.
Porque
eso es muy fácil de entender. Esos inversores que, a veces, son
compañías de seguros, cierran así un ciclo: te aseguran
sanitariamente durante tu vida activa y cuando llega el último
momento te ofrecen una residencia de aspecto confortable, donde pasar
la postrer etapa; en definitiva un mercado cautivo para muchos años,
que constituye el sueño de cualquier empresa.
Pero
algo inesperado, aunque proliferen los listillos que ya lo veían
llegar, ha venido y ha golpeado con fuerza en este bucólico
universo. Tanto la Unidad Militar de Emergencia como dotaciones de
Bomberos en distintas comunidades y provincias, han hablado de una
situación que solo cabe calificar como dantesca: Residencias en las
que han encontrado cadáveres de ancianos a los que la vida les había
abandonado días atrás y, posiblemente, habían muerto en la más
silente soledad.
Y
la sociedad española ha descubierto de repente que ni teníamos la
mejor sanidad del mundo ni las mejores residencias. Y si somos
suficientemente críticos y sinceros entenderemos que lo acontecido
era de esperar. En el camino hemos perdido personal sanitario, desde
celadores hasta médicos, que se han enfrentado al problema sin las
debidas condiciones. Y se oye por doquier la nueva cantinela de que
eso no puede volver a ocurrir, que tenemos que invertir más en
sanidad y en el sector de los cuidados. Pero esto no se logra en dos
legislaturas ni en cuatro. La necesidad de acudir a la cooperación
público-privada es algo manifiesto, si nos atenemos a la magnitud de
la cifra que hay que poner encima de la mesa. Y ha de existir una
clara dirección política. Esto lo saben los partidos, los que
están por la sanidad pública y los que están por la privada, y de
nuestras decisiones electorales dependerá que la balanza se incline
por uno u otro lado. Muy pronto, en quince días, tendremos una
primera ocasión para demostrar de qué lado estamos, aunque sean
unas marginales elecciones autonómicas.
La
política continúa, y si nos fijamos en los anuncios habremos visto
que el sector privado ha comenzado ya la carrera por el negocio de
los cuidados. ¿Han perdido prestigio las Residencias? No importa,
hablemos de los cuidados, que tienen una imagen aún virgen. Y lo han
hecho bautizando onomatopéyicamente su empresa, ofreciéndonos como
nuevo algo que no lo es, ni en nuestro país, ni en Europa, pero no
lo llaman asistencia domiciliaria, nos presentan algo idílico que
será una panacea. Repetimos esto no es nada nuevo ni es una panacea,
y encarna el mismo riesgo que el que ha perjudicado a los ancianos de
las residencias. No nos dejemos engañar ni nos engañemos a nosotros
mismos.
No
lo olvidemos, las empresas privadas están para ganar dinero, también
en la sanidad y en los cuidados.