1.-
La pandemia no entiende de victimas, no las elije en función del
color de su piel ni de su origen, no distingue entre varones y
hembras. ¡Como para discernir entre buenos y malos, entre victimas y
victimarios! El coronavirus se ha llevado a Billy el Niño, conocido
torturador que ha dejado tras sí a una buena cantidad de personas
que tuvieron la desgracia de caer en sus manos, por el mero hecho de
tener una forma de pensar diferente a la suya. ¿Cuál sería ésta?
¿Cómo pensaría él? ¿Pensaría? ¿O se limitaría a darse gusto,
a hacer lo que le gustaba? ¿Sentiría placer haciendo sufrir a los
que caían en sus manos? ¿Esperaría, anhelante, a que una nueva
victima cayera en su poder? ¿Tendría sueños húmedos al respecto?
Es
difícil contestar este tipo de preguntas. Para la gente normal,
claro. Porque los que fueron sus responsables, los que le ponían a
“trabajar” conociendo sus métodos, seguro que tendrían
respuestas para todas ellas, seguramente serían de su misma calaña,
y así él hacía lo que procedía hacer con la chusma que caía en
sus manos, porque ellos estaban en el lado bueno de la comunidad de
españoles, los de misa dominical y comunión los primeros viernes de
mes, para que les viera la clase dirigente, la gente de bien, la
misma que le propuso para las medallas.
Ahora,
el Congreso de los Diputados ha acordado retirarle esas medallas.
Será a título póstumo. Pero, los que se las dieron, los que se las
prendieron al pecho, ¿no tienen ninguna responsabilidad? ¿No
debieran pagar de su bolsillo el dinero que el torturador se llevó?
¿No
sería lo justo?
2.-
Es posible que hayan visto el vídeo en el que el ex Ministro del
Interior Fernández Díaz da cuenta de su conversación con el Papa
Benedicto XVI – sí, el de los zapatitos rojos-, y como éste le
contaba lo que el mismísimo Diablo le había advertido sobre España.
La inquina que nos tenía como país, por lo mucho que España había
hecho por la religión católica, que no nos lo podía perdonar. El
Diablo tiene como objetivo destruir nuestro país, le dijo, y como le
dejemos lo va a conseguir, a poco que emplee sus malas artes. Y ante
este empeño ¿qué nos queda? Rezar, me dirán ustedes, ya se me
había ocurrido, pero no le veo demasiado sentido. Rezando tendremos
a Dios de nuestra parte, eso está claro, que además ya lo tenemos,
pero la labor divina ha de ser tan grande y tan intensa por todo el
mundo que puede tener un ligero despiste, aunque sea pequeñito, y en
eso se basará el Príncipe de las Tinieblas, que estará ojo avizor,
de modo que cuando esa falta de atención se produzca, ojo, no digo
que Dios nos deje de la mano, pero un nanosegundo que esté mirando a
Portugal, por ejemplo, le bastará al Maligno para hacernos daño y
hundirnos. O quizás sean varias ocasiones, que vayan destrozándonos
consecutivamente, por ejemplo la aprobación de la ley del aborto o
cuando se apruebe la eutanasia, o cuando los homosexuales se hagan
dueños de todo, no sé pero cuanto más lo pienso más claro
entiendo las palabras del Arzobispo Cañizares denunciando que se
quiere obtener una vacuna contra el coronavirus a partir de los fetos
de los millones de abortos practicados diariamente, ahora que ya no
se va a abortar a Londres. Cuando Monseñor Cañizares lo advierte
por algo será. Esto no hace más que confirmar esa labor de zapa del
mismísimo Lucifer.
¿Vamos
a quedarnos de brazos cruzados?
3.-
Más o menos, a alrededor de 100 millones de euros ascienden las
comisiones cobradas por el Rey Emérito – recuerden, aquél
campechano que también cazaba elefantes- y que se está haciendo el
sueco; solo que los suecos de la casa real parecen algo más serios
que estos Borbones de infausta memoria.
Cien
millones de euros que las empresas españolas, todas o algunas,
hubieron de pagar a sus clientes saudíes para que éstos se los
pasaran después al que dijo aquello de lo siento mucho, no volverá
a ocurrir; así suceden estas cosas.
Los
que quieren que esto se quede así se basan en que nuestro hombre
goza de inviolabilidad. Es decir, puede matar a cualquiera, puede
violar a una niña, puede cometer la fechoría más espantosa, que no
se le puede juzgar por ello: es inviolable. Y los que lo dicen son,
ni más ni menos, los letrados del Congreso de los Diputados, donde
reside el poder popular; pero claro, esto debe importarles bien poco.
Los que entienden la inviolabilidad como debe ser son, en realidad,
los mayores defensores de la institución monárquica, que no tiene
otra vía de perpetuarse que bajo la forma de monarquías
parlamentarias. De esta manera el monarca gozará de inviolabilidad
cuando actúe en nombre del Parlamento; en esos momentos no es él
quien actúa, sino que lo hace por delegación de una institución,
en realidad, superior a la que él mismo pertenece como personaje
real. Pero, si no actúa por delegación, se convierte en un
ciudadano normal y corriente, y ahí no tiene ni sentido ni
justificación inviolabilidad alguna; si contradice la ley debe
atenerse al imperio de la misma.
Y
cobrando comisiones ilegales – por ejemplo- está actuando en
interés propio, guiado por la codicia, no representando al Congreso
de los Diputados: no tiene, por tanto, inviolabilidad ninguna.
¿Veremos
triunfar la justicia algún día?
No hay comentarios:
Publicar un comentario