Nadie
puede predecir el final del movimiento negro de protesta por el
asesinato de George Floyd; movimiento negro, he escrito, cuando en
realidad es un movimiento por los derechos humanos más elementales,
el derecho a la vida, el derecho a la educación, el derecho al
trabajo remunerado, a la vivienda, a la sanidad, ...a manifestarse,
en suma por todos aquellos derechos que nos diferencian de los
animales, en una época en que los animales, al menos ciertos
animales, son también sujetos de derechos.
Acabo
de ver en la televisión, cómo un ser humano, sintiendo el peso de
otro cuerpo a través de la rodilla que le oprime el cuello, pide,
ruega, suplica, que le dejen respirar, mientras ha de escuchar la voz
de uno de sus asesinos diciéndole ponte de pie y entra al coche,
que al parecer era algo que no había querido hacer, porque entrar al
coche de la policía, a veces, cuando uno es negro no es muy
aconsejable, se sabe cuando se entra pero nunca cuando y cómo se
sale, pero ahora, firmemente aherrojado en el suelo, sin capacidad para
moverse, con el peso de otros dos o tres cuerpos encima, ese ser
humano - recuérdenlo, un ser humano como cualquiera de nosotros-
nota apremiantemente que no puede respirar, que el aire no le
alcanza, seguramente no es consciente de que va a morir, aún no, o
esa idea no le viene a la cabeza, no lo sabemos, la ciencia no ha
desvelado todavía la secuencia de esos últimos segundos entre la
exigencia física del aire que respiramos y el instante final que
nubla la vista, la consciencia, y todo acaba; unos pocos segundos
hasta que escuchamos la voz angustiosa de un testigo que denuncia el
reguero de sangre que sale de su nariz bañando la calle en la que un
ser humano - ¿recuerdan?- acaba de ser asesinado.
Bien,
mejor o peor explicado, esto es lo que yo he visto; otros han visto
otra cosa, porque tras una semana larga de los hechos, de lo que nos
hablan es de la dictadura del vandalismo de las hordas negras
destrozando las calles y saqueando comercios. Porque nos recuerdan
que el 90% de los asesinatos de negros son obra de otros negros, y
contra esa violencia no grita el Black Lives Matter (las vidas de los
negros importan, quiere decir), y en el summun del cinismo nos dicen que
Estados Unidos “lleva décadas dedicando una ingente cantidad de
recursos para tratar de paliar estas cuestiones sociales,
educacionales y de igualdad de oportunidades” (Javier Sabadell,
Diario Vasco, 5 de junio actual)
Cuando
los negros gritan que las vidas de los negros también cuentan, se
está queriendo decir que los negros son los que ponen la sangre, y
eso lo hemos visto repetido y no solo en este caso: las vidas de los negros y las de los blancos, las de los hispanos
y los mestizos y los mulatos, los cuarterones y los salto atrás.
Pero también las de los sirios y los palestinos, los iraquíes y los
afganos. Los vietnamitas asfixiados en el interior del camión que
les iba a depositar, cual mercancía estropeada, en Inglaterra; los
que tratan de pasar el Mediterráneo en busca de una vida mejor; los
que duermen al raso en Lleida tras una dura jornada de trabajo, casi
gratis, a mayor gloria de los propietarios de la tierra catalana; o
los que viven en chabolas de plástico y madera en Lepe, para que las
fresas nos salgan más baratas; los que, en definitiva, sufren la
violencia policial en nuestro país si osan materializar públicamente
su situación.
Los
últimos días las manifestaciones populares se han sucedido en las
principales ciudades del mundo. El del pelo panoja concita la
animadversión planetaria, pero ése pasará – esperemos que sea
pronto- y no hay ninguna garantía de que un nuevo gobierno americano
cambie las cosas en ese gran país. El racismo y la desigualdad
seguirán campeando por doquier. Fijémonos que Portugal e Italia han
regularizado a todos los inmigrantes irregulares, pero España, más
necesitada de mano de obra no lo ha hecho.
Esta
civilización será un rotundo fracaso mientras cualquiera de sus
hijos no disponga de las más mínimas condiciones de vida,
independientemente del lugar de su nacimiento y del color de su piel.
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