Hoy,
víspera de San Sebastián, la ciudad del mismo nombre, celebra su fiesta más
querida. Con tal motivo, hemos estado esta mañana, padres y abuelos asistiendo
a la primera tamborrada que celebraban nuestros deudos, de edades entre dos y
tres años, en el patio del colegio. Hay que decir que había quien lloraba,
otros a duras penas apuntaban con los palillos en el centro del tambor, y otros
estaban más ocupados en sostener el gorro de papel que en intentar tamborear.
El
objetivo se ha cumplido en cualquier caso, y esos niños continuarán en años
venideros tocando el tambor, y más tarde, tendrán el honor de hacerlo en las
calles de la ciudad. Después, los más, lo harán en las tamborradas de mayores,
encuadrados en las ciento y pico formaciones que salen la noche de cada
diecinueve de enero por calles y plazas. Así se forma una tradición y así se
forma una seña de identidad ciudadana, que se complementa con las marchas que
se tocan en estos actos. Identidad que se convierte en cultura, o en folclore,
si ustedes prefieren, y que queda asociada a la imagen que la ciudad transmite,
hacia dentro y hacia fuera.
Casualmente,
este año de 2016, la ciudad es una de las dos capitales culturales de esta
Europa que estamos construyendo, y que tantos bandazos está dando. Y los actos
inaugurales de esa capitalidad tendrán lugar estos días. ¿Cómo? Sí, aparte de
otros actos, con una enorme tamborrada, una tamborrada gigante si ustedes quieren.
¿Parece una consecuencia lógica, no es verdad?
Pero,
ya saben ustedes que este blog es amigo de las contradicciones, y aquí hay una,
que se me antoja de tamaño europeo, por no decir, sideral. La otra capital
europea de la cultura es la ciudad polaca de Wroclaw (la antigua Breslau
alemana) que ha inaugurado su capitalidad este pasado domingo con un
espectáculo callejero del estilo de los de La Fura dels Baus, si puedo
permitirme la comparación, al que han asistido representantes de nuestro
consistorio. Y (y aquí viene la contradicción) han inaugurado también una gran
exposición con la obra disponible de un gran artista donostiarra: Eduardo
Chillida, ni más ni menos.
Eduardo
Chillida tenía el sueño de albergar su obra en una finca que adquirió a esos
efectos en el vecino municipio de Hernani, y allí se abrió un museo que muchos
pudimos visitar y que era uno de los principales atractivos culturales de esta
ciudad. La crisis, ese monstruo inmisericorde que ha devorado y sigue devorando
tantas vidas y tantos logros de nuestra civilización, acabó también con Chillida-Leku,
que ese es su nombre. En estos años, con gobiernos municipales de distintos
colores políticos, ha habido continuadas conversaciones con los herederos del
artista. Ninguna ha fructificado; éstos, legítimos propietarios, quieren hacer
valer sus derechos; los otros han considerado que sus pretensiones económicas son
inasumibles…Total, Chillida-Leku existe, la obra también, y quizás pudiera
haberse pensado que la capitalidad cultural podría haber sido una ocasión para
solventar esa cuestión. Quizás lo ha
sido y los polacos han sido más listos.
Ya
ven ustedes, la propiedad privada o la falta de una ley de interés público
sobre bienes culturales, no han hecho posible eso.
Wroclaw
tendrá a Chillida y nosotros tendremos tamborradas y pinchos. ¿Qué les parece?