Traigo hoy dos temas pendientes del mes pasado, recuperados en éste.
Uno.
Las embarcaciones civiles, como los coches o los camiones, tienen una matrícula,
con todos los datos y características que los definen, en el puerto en el que
están matriculados. El nombre de este puerto se escribe a popa, bajo el nombre
propio del barco, que se repite a proa, tanto a babor como a estribor. Así,
aparte de por el pabellón o bandera, si sabemos distinguirlo, conoceremos en qué
país está matriculado el barco en cuestión. Pero matricularlo tiene sus gastos,
que no son baladíes, y por esta razón, países poco exigentes en los
procedimientos administrativos y de control técnico, ofrecen interesantes
rebajas y se llevan la parte del león. Recuerdo que Onassis o Niarchos, famosos
armadores de los años cincuenta y sesenta, tenían gran parte de sus inmensas
flotas bajo la bandera de Chipre, Malta, Liberia o Panamá, por citar los países
más conocidos; así, sus barcos lucían a popa el nombre de Panamá, Monrovia, La
Valeta o Limasol. El Prestige, de infausta memoria para las costas españolas y
que demostró la enorme capacidad de gestión en las cosas públicas de un tal Mariano
Rajoy, estaba matriculado en Nassau, Bahamas. Esas banderas se llaman de
conveniencia, bien claro está el porqué.
Pues
bien, el Acuarius, barco que dedicaba la ONG Médicos sin Fronteras al rescate
en aguas mediterráneas de inmigrantes en apuros, se hizo famoso por la postura
intransigente del ministro italiano del interior Matteo Salvini; la singladura
que le dio la fama es conocida por todos, sobre todo su desenlace en el puerto
español de Valencia. Menos conocido será que navegaba bajo pabellón panameño, y
digo navegaba porque las gestiones que realizó el tal Salvini para vengarse de
la afrenta que sufrió su soberbia, dieron el fruto deseado y Panamá le retiró
la bandera.
En
Méjico dicen de alguien que navega con bandera de pendejo cuando ese alguien se
hace el tal, sin que necesariamente lo sea; las acepciones de pendejo en Méjico
rayan en el infinito: baste decirles que un muy querido amigo me envió hace
unos años un libro con las acepciones posibles, pero con la confesión de su
autor de no haber intentado completar la lista. Me pregunto cuál de esas
acepciones será la más apropiada para el tal Salvini y los que le hicieron caso
en Panamá. Y ya puestos a hacer preguntas, ¿Por qué resulta siempre más fácil,
rápido y barato perjudicar a los que tratan de hacer el bien? Entenderán
ustedes que la lista de paraísos fiscales tiene muchas coincidencias con la de
países de bandera de conveniencia, ¿sería factible, de un solo golpe, con una
sola ley, borrar del mapa del oprobio a esos mismos países?
Dos.
Pepi es viuda, de sesenta y tantos años, con dos hijas, y vive en la calle
Argumosa, del barrio madrileño de Lavapiés. Ustedes conocen la historia: vive
de alquiler y su casero le sube la renta hasta los 400 euros mensuales. Con la
ayuda de sus hijas, cuando consiguen trabajo, y la pensión de viudedad, va
vadeando el temporal, pero un día le quieren aumentar la renta hasta los 1.600
euros, y, claro, hasta ahí no llega, no puede pagar y le amenazan con
expulsarle de la vivienda. Llega el día en que se va a ejecutar el desahucio y
en el último minuto, gracias a la intervención del Comité de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas, consigue una sentencia
favorable que paraliza sine díe el casi seguro desahucio, a menos que le
garanticen una alternativa habitacional. Al parecer, su vivienda es la única
del bloque de pisos, ocho o diez, que estaba pendiente de vaciarse para
convertir todo el edificio en pisos para alquiler turístico, que rentan
muchísimo más ante esta nueva burbuja inmobiliaria que se está creando gracias
al auge del turismo urbano.
Ustedes
pensarán que el propietario del edificio ha hecho una pésima gestión al no
tratar de convencer a Pepi para que se fuera, mediante una compensación
adecuada, buscándole otro piso en el mismo barrio o en la proximidad,
ayudándole en la mudanza, etcétera; ahora se encuentra con que no puede
acometer el proyecto planeado y tan fácilmente echado a perder.
¿Recuerdan
ustedes el cuento aquel del escorpión y la rana, cuando ambos tenían la
necesidad de salvar una corriente de agua, imposible de lograr para el primero? El
escorpión convenció a la rana de que le dejara subirse encima, y ante la
suspicacia del batracio le dijo que no se preocupara, que no podría clavarle el
aguijón pues morirían ambos. Sin embargo, eso fue lo que hizo: a la mitad de la
travesía se lo clavó y ambos, rana y escorpión, murieron.
En
este caso, el propietario del edificio es un fondo de inversión, de esos que
llaman fondos buitres, y no ha sido capaz de renunciar a una pequeña parte de
la ganancia que tenía a la vista, por la sencilla razón de que la deseaba toda
para sí. Un escorpión cumple con su naturaleza clavando el aguijón allí donde
puede; un fondo buitre hace lo mismo exigiendo la ganancia hasta el último
céntimo posible. ¿Cómo solventará ahora la papeleta que tiene con nuestra Pepi?
Y
otra pregunta final: ¿están ustedes seguros de que no acabarán invertidos sus ahorros, o parte de ellos, en un
fondo de estas características? Porque cuando el banco o caja de ahorros de
siempre les ofrece una participación, por pequeña que sea, en planes de ahorro
o fondos de inversión, todo es posible. Recuerden lo que ocurrió con las
hipotecas subprime, en el 2008. ¿Siguen
creyendo ustedes en la probidad del sistema financiero?