La
sentencia latina Carpe Diem
viene a expresar la conveniencia de aprovechar el tiempo tan efímero
como demuestra ser, el vivir el instante, en definitiva, aprovechar
su decurso, ya que
no volverá.
De
las diecisiete estrofas de su Oda I a la Vida Retirada que nos dejó
la pluma de Fray Luís de León, las dos que se reproducen a
continuación son las más conocidas:
¡Qué
descansada vida
la
del que huye del mundanal ruido,
y
sigue la escondida
senda,
por donde han ido
los
pocos sabios que en el mundo han sido!
y
Del
monte en la ladera,
por
mi mano plantado tengo un huerto,
que
con la primavera
de
bella flor cubierto
ya
muestra en esperanza el fruto cierto.
La
modernidad se empeña en otras cosas que se nos antojan más
necesarias pero que raramente lo son. ¿Qué más puede desearse que
tener el sustento asegurado en ese huerto y llevar una vida tranquila
y sosegada? Sin embargo, somos impelidos a competir para ganar un
poco más y disfrutar un mucho menos de la vida, y al final,
descubrir que ya no queda tiempo. ¡Carpe diem!
Y
a veces, caminando – en coche es imposible- descubrimos un
cartelito como el que se ofrece más abajo, hecho con una tablillas y
mucho mimo por alguien que, precisamente, dispone de tiempo libre;
ese tiempo libre del que venimos hablando, el mismo que ha inspirado
a filósofos y poetas desde que el mundo es mundo.
La
autora – tengo mis razones para pensar que sea mujer-, nos hace
llegar varios mensajes, ensalzar la paz, conceder el perdón,
practicar la bondad y repartir una sonrisa, para finalmente,
constatar lo corto del momento, apenas un intervalo entre el ayer y
el mañana, concluyendo con el consejo que necesita de todo lo
anterior y todo lo engloba, es decir, disfrutar del momento, carpe
diem.
¿Aprenderemos
las enseñanzas que filósofos, poetas, pero también las personas
corrientes, las personas con sensibilidad y sentido común, como la
que nos ha regalado ese árbol de la sabiduría, nos ofrecen?
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