Mi
hija Nuria acabó sus estudios de Ingeniería Industrial en la
especialidad de Organización Industrial y en 2006 obtuvo una beca
Leonardo, mediante la cual la Universidad de Delft, Holanda, le
gestionaba un trabajo en una empresa en la órbita de la universidad.
Este trabajo consistió en la elaboración de un algoritmo que
permitiera variar el destino o parar hasta nueva orden a los camiones
que transportaban productos hortofruticolas comprados en los países
productores del sur europeo, principalmente España e Italia, y con
destino a los países del norte, incluido el Reino Unido, en función
de los precios de destino. Como diríamos ahora, se trataba de
optimizar la cadena de suministro.
Yo
aprendí dos cosas, la primera qué diablos significaba el vocablo
algoritmo, y la segunda, que Holanda estaba entre los tres
principales exportadores de esa clase de productos para cuya
producción no tenía el clima más adecuado. Tampoco es que esto me
extrañara sobremanera, pues sabía que ese país históricamente se
había distinguido por su vocación comercial, para lo cual se dotó
de una flota naval que competía con la inglesa, y de sus
correspondientes colonias en el lejano este asiático. Ahora he
aprendido que, según documentados estudios, los países se
benefician de su posición central en la rica Europa con una ventaja
de entre un 5% y un 10% con respecto a sus competidores de la
periferia europea. Vamos, que estar en el meollo tiene sus ventajas. Y
esto lo saben bien las grandes transnacionales que, además, para que
se convenzan del todo, pueden negociar con las autoridades fiscales
holandesas el tipo a pagar que rara vez excede del 1%.
Esto
también ha sido evaluado y la cifra resultante de merma de ingresos
para el fisco de otros países es totalmente mareante, de decenas de
miles de millones de euros al año. Así que los holandeses practican
el tax deal,
o sea la negociación sobre el impuesto a cobrar, y por otro lado,
del comercio intracomunitario se quedan con la parte limpia, en
tanto nosotros ponemos la tierra, el clima, el plástico, y los miles
de temporeros que hacemos vivir en chabolas de cartón. Además,
producimos de la misma manera fruta en Marruecos.
Ya
sabemos que felizmente se ha logrado un acuerdo sobre el monto del
fondo de reconstrucción tras la pandemia y la forma de repartirlo
entre los países que más la han sufrido y, por tanto, los más
necesitados; no vamos a repetir las cifras que también son mareantes
y un gran paso adelante en la construcción europea.
Pero
si me parece oportuno comentar la falta de una política fiscal
europea común – como tampoco tenemos en España una política
común, pues es sabido que por ejemplo ni el IRPF ni el impuesto de
sucesiones son iguales en todas las autonomías, aparte de otros
impuestos. Y esto porque se ha podido escuchar que entre los países
“tacañones” renuentes al susodicho pacto los había
socialdemócratas como Suecia, queriendo con ese apunte enfrentar
esos países con el gobierno español. Y no se trata de eso, sino
simplemente de que el fisco español debe ponerse al nivel de la
media europea para tratar de conseguir el consabido equilibrio
presupuestario que Europa nos demanda. Los suecos, que pagan más
impuestos que nosotros, quieren que todos estemos al mismo nivel;
despues se podrá hablar de solidaridad.
Así
que la bondad de esas medidas acordadas en la maratoniana reunión
mantenida en Bruselas, deberán tener su corolario con una política
fiscal igual para todos los países integrantes de Europa. Ni se debe
consentir que haya países que concedan rebajas fiscales
inadmisibles, como el caso holandés o luxemburgués, ni otros como
el caso español, donde los que más tienen no son los que más
pagan.. Que estos temas no hayan salido a la discusión pública ha
de deberse a una cuestión de oportunidad; no sería conveniente
ensanchar el campo de juego con más problemas, ahora que se trataba
de transferencias. Pero plantearlo en el próximo futuro debe ser
algo ineludible.
Solo
así se podrá conseguir una Europa más justa e igualitaria.
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