I.
Hace tiempo que soy un asiduo lector de la
columna Animales de compañía, de Juan Manuel de Prada en el suplemento
dominical del grupo Vocento titulado El Semanal; el mismo tiempo que dejé de
apreciar Patente de corso, de Arturo Pérez-Reverte en el mismo medio. Ambas
están impecablemente escritas –ahí pueden pesar los gustos de cada uno-, pero
la de este último rezuma una notable dosis de ensimismamiento literario, al
alternar crónicas de sus múltiples viajes profesionales o literarios con los
panegíricos de personajes que en unos y otros ha ido conociendo. Recuerdo con
cierta nostalgia aquellos artículos suyos en que escribía desde una perspectiva
tan variable que no podía ser siempre, ni mucho menos, la suya propia, demostrando
así sus dotes indudables de escritor.
En
cambio, la columna de Prada, sobre muy diversos asuntos, nos muestra la imagen
de un escritor de nuestro tiempo que no se queda en lo meramente literario sino
que aborda otras cuestiones que le conciernen, entre ellas, las sociales. Como
conservador en lo religioso y progresista en lo social, se ha definido a sí mismo este escritor, y a
fe mía que con mucho acierto; sin prejuicios ideológicos, añadiría yo, en un
tiempo como el que estamos viviendo en el que la adscripción de clase parece
que debe guiar la militancia ideológica.
II. “Si
no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Esta frase cuya
paternidad ignoro se la he oído a Pablo
Iglesias y a Pepe Mugica, entre otros, aunque no estoy seguro si en esta misma
versión u otra similar. Evidentemente, a la luz de los últimos acontecimientos,
el primero no la ha seguido del todo, en tanto el segundo parece haber hecho de
la misma su norma de vida: ha vivido en la misma chacra antes de ser
presidente, durante y después de su mandato, y su palabra reposada continúa
siendo un torrente de sentido común,
humildad y respeto a la vida y a los demás.
Desde
mi condición de no creyente puedo decir que es propio de la religión tratar de
cumplir con dicha frase; es más, muchos creyentes la han cumplido y la cumplen
–no habría más que recordar aquella expulsión de mercaderes del templo-, lo
cual nos acerca a la auto definición de Prada indicada líneas arriba. No sería
tal el caso del médico del constructor y
ex ministro Villar Mir, capaz de redactar un certificado falso y entregarlo a
su paciente, también muy religioso, al salir de misa. ¿Pensarán ambos que está
santificado y por ende tiene más valor?
III. Otro que se dice creyente es el vicepresidente
y ministro del interior italiano Matteo Salvini, que se niega a que un barco
cargado de refugiados toque puerto italiano, con el consabido peligro para la
vida de centenares de personas. Lógicamente no es un entusiasta del papa
Francisco, que (solamente) ha hecho declaraciones a favor de los refugiados.
Este individuo, este tal Salvini,
creyente o no, es posible que ni sepa en lo que cree, pero se ha lanzado
contra todo y contra todos en una lucha ciega de la que posiblemente desconozca
el objetivo y las consecuencias.
Final:
Recuerden esa forma de pensar tan española que dice que todos los políticos son
iguales, que no hay que meterse en política, que la política es para los
políticos. En realidad nos están diciendo que les dejemos a ellos, que la
administración del común es cosa suya, que permanezcamos tranquilos, que ellos
saben hacerlo. De esa manera tendrán mano libre para sus manejos con las
consecuencias que los españoles conocemos bien. Por el contrario hay que
afirmar que nada es tan importante como participar en política, lo más
activamente que se pueda y conforme a la disponibilidad de cada uno, o en
aquello en lo que cada persona piense que puede aportar más. El caso de Juan
Manuel de Prada es bien ilustrativo.
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