La
política vasca ha sido un campo minado de muy difícil tránsito. La
existencia de un terrorismo activo que ha dejado ochocientos y pico
muertos en toda España, entre ellos políticos en activo,
simpatizantes o afiliados de diversos partidos, periodistas y
militares, así lo atestigua. Los años de plomo vascos no permitían
la libre circulación de las ideas políticas hasta que, felizmente,
hace una década desapareció esa actividad terrorista.
El
partido que estaba detrás, ha experimentado a su vez cambios
profundos, no solo de nombre,
hasta el punto de lograr un protagonismo muy notable en el escenario
político vasco. Y no me refiero solamente al hecho de que haya
gobernado el Ayuntamiento de San Sebastián o la Diputación de
Guipúzcoa.
Pero
a pesar de eso
muchos de los que pedían
al nacionalismo radical que hiciera política y
dejara de matar, ahora
que ya hay paz le siguen
tachando de filoetarra; ya
sabemos que contra ETA se
luchaba y se lucha
políticamente mejor.
Igual que contra Franco.
Hay
un panorama en Euskadi con una doble polarización, la nacionalista
por un lado, la ideológica
por el otro. En el primer bloque tenemos al Pnv y a Bildu; en el
segundo, Psoe y Podemos,
y repite Bildu.
El Pnv, un partido democristiano, sufrió la
escisión de su parte
“socialdemócrata”
(EA) que terminó engrosando
la izquierda abertzale. Es decir, los que se fueron eran más de
izquierdas y más
nacionalistas.
Esto puede
explicar
la política de pactos. El Pnv prefiere pactar con el Psoe, que le
obliga menos en lo social,
mientras
puede
mantener
a raya a Bildu en lo nacional, y
obtener buenos réditos de su política de pactos en Madrid.
Ante esta situación, Podemos, socio
del socio del Pnv
en el gobierno del Estado
tiene difícil definir su
espacio en la política vasca.
No importa qué caminos se sigan, al final uno se topa con el partido
nacionalista por excelencia.
Algo
parecido está ocurriendo en el terreno sindical. Sin considerar los
sindicatos españoles de siempre, UGT y Comisiones, cuya huella en
Euskadi viene siendo más y más liviana, los auténticos
protagonistas son los sindicatos nacionalistas. Tradicionalmente, el
sindicato más relevante era ELA, cuya “traducción” al español
es El Sindicato Vasco, con una gran masa de afiliados, una no menos
importante caja de resistencia, y una cierta política pactista. El
otro sindicato más a la izquierda, LAB, el sindicato abertzale para
entendernos, era un sindicato más radical y luchador, temido por las
organizaciones empresariales.
Paulatinamente,
esta situación entre ambos se ha ido trastocando. Al igual que
decíamos al hablar de Bildu, su sindicato LAB ha suavizado su
práctica sindical, en tanto es ELA el que se ha vuelto más radical,
hasta el punto de tensar tanto la cuerda con el Pnv que parece que
pudiera romperse. De resultas de este enfrentamiento este partido
aparece como adalid de las medidas progresistas, y es difícil decir
si ello se debe al auge de Bildu y nota que le pisa los talones, o es
la postura de ELA la que le empuja a su “radicalidad”.
Sus
líderes se permiten declararse progresistas sin ambages, y los
pactos con el Psoe en Madrid se llevan a cabo con toda naturalidad y
provecho.
Ya
sabemos que el nuevo gobierno vasco será una reedición del
anterior. Se dice que cambiarán algunos nombres pero nada en lo
sustancial. El electorado vasco no ha considerado que ni el Psoe,
responsable de la cartera que gestionaba la política de residuos, y
por tanto, de la catástrofe humana y ambiental del vertedero de
Zaldibar, ni, por supuesto, el Pnv, auténtico responsable último,
tengan culpabilidad alguna de lo sucedido. Estamos condenados a
continuar con la misma política que tan bien les va a ambos
partidos, aunque los socialistas estén cada vez más desdibujados.
¿Cuando
será que despertemos y el dinosaurio ya no esté?
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