Este artículo se ha publicado en la revista OP Machinery, en su nº de junio-julio de 2016.
Hay
un asunto que suele pasar desapercibido para la prensa española, que no quiero
dejar para más adelante. Se trata de una operación de sustitución de los submarinos
de la serie S-80 que la Armada encargó al astillero público Navantia. Resulta
engorroso fijar la fecha exacta de ese encargo, dada la complejidad técnica del
mismo. Esta nueva serie vendría a sustituir a los cuatro sumergibles que
operaban para nuestra Armada, y, se decía, suponía un enorme paso tecnológico
que abriría nuevas oportunidades para el suministro de este tipo de naves a las
armadas de otros países como India, Australia o Noruega.
En
principio el pedido alcanzaba los 2.200M€, a 550 millones por unidad. Pero la
mala fortuna quiso que el primero de esas unidades, el S-81 Isaac Peral, presentara un exceso de
peso de entre 70 y 100 toneladas. Es decir, de color, bien, pero no flota, como
dijo el gran Gila. Ante este “imprevisto” parece que la solución pasa por
alargar el tubo para garantizar la flotabilidad y la capacidad de emerger, que
en un submarino no es un asunto menor. Claro que a un coste de unos siete millones
de euros por cada metro de más que se añada. Todo esto supone un retraso de uno
o dos años en la entrega, y la necesidad
de llevar a cabo una gran carena –gran reparación, para entendernos- a uno de
los submarinos en servicio, lo cual supondrá un gasto adicional de unos 30 millones de
euros; más que nada por si entretanto a los portugueses se les ocurre atacarnos
y nos pillan sin submarinos.
Navantia
ha explicado que en una revisión técnica se detectaron “algunas desviaciones
relacionadas con el balance de pesos del submarino”. La compañía ha restado
importancia al error de construcción apelando a la innovación tecnológica del
proyecto. Asegura que los retrasos “son comunes en estos proyectos en todo el
mundo y entran dentro de la normalidad”, ya que los S-80 son unos “submarinos
de la siguiente generación” que se enfrenta a “soluciones tecnológicas
inéditas”. “Se trata de un diseño nacional que supone un gran reto tecnológico
para dotarnos de independencia industrial en un sector estratégico y, al mismo
tiempo, colocarnos en una situación competitiva en el mercado de exportación…Lo
importante no son los problemas que puedan aparecer sino la capacidad de la
empresa para resolverlos movilizando los recursos necesarios”. En lenguaje que
todos podamos entender: la hemos cagado.
Pero
los verdaderos problemas tecnológicos no se plantean en la parte, digamos,
visible, de los sumergibles. Estos artefactos están pensados para eso, para
sumergirse, es bajo el agua donde pueden pasar inadvertidos, a salvo de las
cargas de profundidad que les puedan arrojar desde arriba. Y si pueden moverse
por las profundidades o quedarse a la deriva sin hacer mucho ruido, mejor que
mejor. Recuerden las películas que hemos visto: ante la amenaza de arriba, el
submarino se mueve con sigilo para evitar ser localizado, el silencio es
absoluto y sólo escuchamos esos sonidos burbujeantes…plop, plop, plop…; conseguido
el objetivo, el submarino vuelve a encender los generadores diésel y escapa a
toda máquina. ¿Cómo se ha movido en esos minutos que parecían horas? Con el AIP
(Propulsión independiente de aire), sistema clásico en el mundo submarino. Mas,
¡ay!, aquí también tenemos ciertos problemillas. Hemos querido desarrollar una
tecnología novedosa, la obtención del hidrógeno necesario a partir de un
procesador de bioetanol, que es fácilmente almacenable en el casco y sin riesgo
de explosión. El hidrógeno carga las pilas de combustible y recarga las baterías
que consiguen que todo funcione en el buque en inmersión, durante más tiempo,
desconectando los generadores diésel, y todo ello, en mejores condiciones
sonoras.
¿Y
quién dispone de esa tecnología? Abengoa, sí señores, que domina el tema del
bioetanol –tiene ya una planta en Sevilla- y que invierte en otra empresa
holandesa para lo de las células de hidrógeno. Pero, por si acaso, el
Ministerio de Defensa, contrató con Técnicas Reunidas un estudio de viabilidad
sobre estas arduas cuestiones.
¿Cuánto
van a costar finalmente los cuatro sumergibles? ¿Flotarán? ¿Emergerán?
¿Seguiremos viviendo por encima de nuestras posibilidades?
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