Este artículo ha sido publicado en el número de febrero de 2022 en la revista OPMachinery.
Según el Diccionario de la Academia de la Lengua Española, el vocablo resiliencia proviene – como no- de la palabra latina resilire, que significa saltar hacia atrás, rebotar o replegarse. Los ingleses la rescataron y crearon la palabra resiliens que es la que ha servido de base a nuestra resiliencia, y el Diccionario nos da dos acepciones, la primera es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos, y la segunda la capacidad de un material o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. Hace ya más de treinta años que yo escuché por primera vez esa palabra, en su segunda acepción, de boca de los ingenieros de materiales para recomendar cierto acero cuya composición química y tratamiento térmico nos daría la resiliencia (sic) que necesitábamos. Por tanto, esa segunda acepción está perfectamente clara y correcto es su uso. Respecto a la primera hemos de decir que no es que difiera mucho de la segunda, pues al referirse a los seres vivos podemos concluir que el material del que estamos hechos nos permite adaptarnos ante un agente perturbador o un estado o situación adversos. Pero los humanos además de cuerpo tenemos mente, espíritu, inteligencia, e igualmente sería totalmente aceptable esa palabrita para esta parte de nosotros mismos. Es decir, recibimos en nuestros cuerpos el choque del frío, del calor, de la humedad, de las radiaciones, etcétera y nuestra piel y nuestros miembros soportan esas agresiones y se adaptan, aunque haya ocasiones que la agresión sea tan incisiva que produzca daños que a medio o largo plazo tendrán repercusiones graves que puedan llevar hasta la muerte.
Igual ocurre con la parte intelectual de nuestro ser. Esa presión, esas agresiones que nuestra inteligencia, nuestra mente, reciben, son también soportadas paulatinamente. Cambiamos la idea, pensamos en otra cosa, nos adaptamos, en suma. E individualmente este proceso que opera en nuestro cerebro pasa a veces desapercibido; en otras ocasiones lo comentamos con otros congéneres, empezando por los más próximos, intercambiamos opiniones, y, en unas pocas ocasiones surge de esa puesta en común la decisión de actuar contra la presión que nos abruma. Esa reacción, ya social, puede dar origen a un movimiento de protesta, o, llevándolo al límite, puede desencadenar una revolución.
Hoy, finalizando este 24 de febrero de infausta memoria, no puedo por más que transmitirles mis sentimientos durante el concierto de esta tarde de la Euskadiko Orkestra. Un compositor americano y judío de origen ucraniano para más señas, y seguidor de Mahler; un director de orquesta tejano y de apellido español; la mencionada orquesta que en su fundación hubo de contratar no pocos músicos foráneos, entre los que hay alemanes, franceses, polacos, rusos, chinos, etcétera, en total, no menos de cuarenta, junto a unos cincuenta españoles de todos los orígenes; y una pianista rusa con una técnica y una personalidad arrolladoras, que hubo de regalarnos un bis de una compositora china; todo esto, digo, ante un público entregado que se deshizo en aplausos. Esa maraña de personas, cuyos corazones latían al unísono sin importar las nacionalidades ni las ideas – el compositor, Leonard Bernstein falleció hace treinta años- esa maraña, quiero pensar, tenía otra cosa en mente: los gravísimos sucesos de Ucrania ante la locura desatada por el oligarca moscovita. Yo, además, también pensaba en el día de ayer, en el 23 de febrero de 1981, en el que nosotros estuvimos a punto de caer en la misma tragedia, de la que nos libramos por los pelos.
Y me pregunto si estas sensaciones, estos sentimientos que la música es capaz de despertar en los humanos no serán, también, una forma de resiliencia, junto a todas las demás cosas que la evolución ha desarrollado en la mente del hombre y que, juntas, hacen que nuestras vidas sean algo más que las mecánicas consistentes en nacer, crecer y desarrollarse.
Ahora que la palabra resiliencia está tan de moda puede ser el momento de comprender que hay facetas de nuestras capacidades que son las que hacen que la vida tenga realmente sentido.
¿Lo entenderán así los déspotas?
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