domingo, 23 de febrero de 2025

Morir o morir





Ellos eran unos cincuenta; más que nosotros. Nosotros permanecíamos de pie, como habíamos entrado; ellos sentados, unos en sillas, otros en sillas de ruedas, y los más, dormidos, algunos con la boca abierta. Mi compañero me dijo: ¿sabes lo que más aprecian los presos? Dormir, poder dormir, es en esos momentos cuando son libres, mientras están despiertos son vigilados, exigidos, golpeados, no son ellos mismos; nunca se debe despertar a un preso, sus sueños les reflejan a sí mismos y entonces son felices, libres. Es como con los niños pequeños, le contesté. Pues sí, eso mismo diría yo, me dijo. Dormidos, reflejan en sus caritas toda su felicidad, sonríen, hacen gestos de alegría e incluso antes de despertarse se les nota en la cara que no les gusta la transición, y según lo que reciben en la primera mirada incluso rompen a llorar por la pérdida de su sueño.

 

Me fijé en uno bien vestido que dormía con la boca abierta. Le dije a mi compañero: ese está muerto. No despierta ni cuando cantamos, por mucho ruido que hagamos; No, a veces la abre y otras la cierra, pero no se despierta, se pasa todo el tiempo dormido, y supongo que también la noche, pero imagino que siempre en una inconsciencia total. Pues fíjate qué plan, lo mismo que estar muerto, le contesté.

 

Una mujer sonreía sobre una silla de ruedas, estaba muy cerca de nosotros y seguía alguna canción, las de Pablo Sorozábal, sobre todo. En un momento dado su rostro se oscureció y arrancó a llorar. No quería hacer ruido, lloraba en silencio vertiendo unas lágrimas. Daba mucha pena verla. Enseguida se acercó una de las asistentas, o como se llamen, la acarició, rompió a llorar decididamente y permanecieron fuertemente abrazadas durante unos minutos. Eran como una abuela con su nieta. Aquella mujer estaba despierta, la emoción de las letras y de la música, que ambas le alcanzaban, habían penetrado en lo más hondo de su ser. Nos preguntamos qué diablos hacíamos nosotros allí.

 

Ya afuera arrancamos a hablar de esa situación que, a no tardar mucho, nos llegará a nosotros. Recordé que hace ya cuatro o cinco años que se aprobó la ley de la Eutanasia. Mi compañero, más ducho que yo en estas cuestiones me contestó que para asegurarse de que te vas a morir hay que dejar bien claro que rechazas que te hagan una traqueotomía pues podrían mantenerte despierto un tiempo hasta que te recuperes y, claro está, esa no es la idea. Así que concluimos que hay que andar listo si no quieres arriesgarte a formar parte de lo que vimos, esperando un sábado por la mañana que venga una coral a cantarte milongas y tú sentado en una silla sin ser dueño de ti.

 

Aunque los de la coral no tengan la culpa.


Pd.: Un miembro de la coral sufrió un desmayo por el exceso de calor.


martes, 11 de febrero de 2025

Iliberalismo





Los liberales, flor y nata de la política, la sociología y el buen hacer, se encontraron pronto con la gente de izquierdas, bastos y mal educados, cuyo objetivo no era otro que ganar el poder a base de revueltas, rebeliones y golpes de estado, aunque algunos se llamaran Socialdemócratas. No obstante, aquellos liberales consiguieron lo que pretendían a pesar de (y gracias a) comunistas, anarquistas, etc., que en muchas ocasiones equivocaron las tácticas de lucha.

Así que se abrió un amplio espacio de tiempo en el que los liberales se dedicaron a lo suyo: hacerse ricos, robar a los pobres y a los confiados y forjar una sociedad en la que la desigualdad, la inmensa acumulación de capitales y el crecimiento del paro para mayor desgracia de las clases trabajadoras, con la aquiescencia, eso sí, de las diferentes confesiones religiosas, se expandieran por el mundo civilizado; pareciera que podían haber logrado sus objetivos “liberales”.

En este tiempo, ha surgido otra generación distinta de esa maravillosa filosofía liberal. Si lo descrito en el primer párrafo recibió el apelativo de iliberales – contrarios a los liberales – estos nuevos no le van a la zaga. No les diferencia la extracción social de sus miembros, la gran mayoría llevan la sangre liberal pero han dimitido de ella. Trump, Milei, Abascal, etc., sin olvidar a Netanyahu, que muy pronto se les unirá, son los más famosos integrantes de esa iliberalidad, junto a una horda de milmillonarios que han visto una gran ocasión para aumentar aún más sus capitales.

Esta mezcla semi humana es la que nos va a  gobernar en el próximo futuro.

Vayamos preparándonos.








 

domingo, 2 de febrero de 2025

Continuando un poco más

 




Seguramente, una de las peores cosas que te pueden pasar en la vida ha de ser el tener que abandonar la casa y la aldea donde vives. No el hecho de que salgas a un internado o te mudes con toda la familia, tus padres y tus hermanos, por ejemplo; no, no se trata de eso. Pensemos que tienes catorce o quince años, vives en un lugar donde no hay ninguna posibilidad de mejora y la imagen de la miseria te rebota mires donde mires. Escuchas que entre los que han salido rumbo a la vida, alguno ha logrado vivir, al menos eso dice su familia; de los otros nadie dice nada. Y empiezas a sentir algo distinto, no puedes esperar a que la vida mejore por si misma, tú eres fuerte y ágil, y te sientes capaz de intentar hacer algo por tu cuenta...


El padre de Ahmed cortaba el pelo a sus vecinos y bajaba también al pueblo, capital de la pequeña comarca, para hacer lo mismo. Ganaba lo justo para alimentar a su prole; mientras, les enseñaba el oficio, de algo les valdría, otra cosa no podía darles. Ahmed pensaba y pensaba cómo podría salir de esa situación. Alguien mayor que él le contó que los barcos tenían una cuerda muy gorda con la que se amarraban al puerto cuando estaban parados. Él rumiaba si por esa vía podría erguirse al barco y esconderse luego en algún rincón hasta bajar en otro puerto de otro país. Europa estaba tan cerca…Le dio mil vueltas y pronto se decidió, no tenía otra opción. El puerto no estaba lejos y una noche, con la tripa llena y un petate con dos trapos y un poco de pan dejó su casa sin despedirse de nadie, claro está. Anduvo todo lo que pudo y aún de día llegó al puerto. Lo que vio le dejó perplejo, aquél barco era más alto que cualquier casa que hubiera visto antes. Hubo de esperar escondido y al atardecer pudo ver de nuevo el barco. La maroma era muy gorda, lo cual le envalentonó. Esperó la oscuridad y a escondidas se acercó al barco. Ya no le parecía tan grande, su voluntad le hacía ver que era asequible para él. Y así fue. Con el hato bien atado a la espalda se agarró a la maroma y comenzó la escalada que no era tan vertical. Si miraba hacia bajo solo veía el agua negra; continuaba y descansaba cada poco. Al rato se vio arriba y con infinito cuidado, midiendo bien los pasos se encaminó hacia la parte más alta del barco en busca de un lugar donde esconderse.


Por fortuna, el barco de madrugada se hizo a la mar y Ahmed se aprestó a seguir esperando en su garita. Pasadas dos o tres noches, no estaba seguro, el barco estaba atracando en un puerto de una gran ciudad. Esperó otra vez al atardecer para dar el paso final. Todo iba bien, llevaba la mitad de la longitud de la maroma cuando fue descubierto. Empezaron los gritos y no lo pensó más: se arrojó al agua, casi tan oscura como la que vio al subir y al sentir el impacto con aquella agua, negra y aceitosa, solo sintió un dolor agudo en su muñeca derecha.


Pronto se vio sostenido por dos hombres que se habían lanzado para rescatarlo. Tosía por aquella agua salada y sucia. No entendía lo que le decían, así que se dejó hacer. Devolvió lo poco de comida que había en su cuerpo. Luego se desmayó o se durmió tranquilamente. Al despertar estaba sobre una camilla en un sitio muy blanco y muy limpio con varias personas alrededor vestidas de blanco, incluidas dos mujeres. Se tocó el brazo y notó como una funda dura en derredor de su longitud. Alguien le explicó que ahora tenía que descansar; respondió que se encontraba bien y se quería marchar. El otro le dijo que ni se le ocurriera, que se quedaría allí y por mucho tiempo, hasta alcanzar su mayoría de edad, creyó entender. Preguntó dónde estaba; en España fue la respuesta. Que su plan era ir a Francia; de ningún modo, le respondieron, no antes de alcanzar la mayoría de edad.


Hoy Ahmed es un joven de verbo suelto, buena pronunciación, alto y bien presentado, que se gana la vida como peluquero y su plan primero es ir a su pueblo y ver a sus padres, que ya conocen su historia. Con todos los papeles en regla siente que está en una buena situación y es feliz con lo que hizo; España es su segundo país.