Échenle
una mirada a la lápida de arriba. Cumple con la acepción más común, cual es la
de informar de una muerte. Pero veamos cómo, en lugar de sobrevalorar la vida,
la fama, o la bondad del muerto, que no van los tiros en esa dirección sino en
otra muy distinta, lo que se enaltece son esos mismos atributos, pero en otra
persona. O sea, el colmo.
Les
explico: resulta que en medio de un parque hay un hermoso palacio en el que
acostumbraba a pasar unos días en el verano una reina española. Frente al
palacio, al pie de la carretera vivían unos ciudadanos normales. Y estando en
frente, no tiene nada de particular que prestaran sus servicios a la familia
real. Los varones se ocuparían de cuidar el jardín, los animales, los carros,
etcétera, en tanto las mujeres andarían por los aposentos y los salones
cuidándose de su limpieza; está claro que la cocina dependería de gente traída
de Madrid que conocía bien el oficio. Y, como todo en esta vida tiene su fin, uno
de los primeros llegó al suyo. Y este uno había trabajado varios años para la
reina. Y algún secretario tuvo la feliz idea de labrar unas letras en una
lápida y colocarla encima de la puerta del fallecido, para que fuera vista por
todos los paseantes por el camino y - esto entre nosotros - para mayor gloria
real. Hay que reconocer que la lápida está muy bien redactada, como pueden ver.
Sólo la fecha antes que la reina, cuya magnífica presencia honra el domicilio
del muerto, y garantiza el destino de su alma, asistiendo al viático. La reina
tiene nombre, por supuesto, no así el muerto, que solamente tiene categoría de
servidor.
Hoy,
este tipo de sucedidos no son muy distintos a los del pasado. Como decía aquél,
siempre hay clases. Y no digamos si hay una monarquía de por medio.
Me has dejado con la curiosidad..., tendrás que llevarme a ver esa lápida, vale?
ResponderEliminarDe acuerdo, te llevaré, faltaría más!
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