Este artículo, aparecido en OP Machinery, en el nº de mayo, versa, así como el siguiente que saldrá en este mes de junio, sobre Eduardo Galeano, cuya muerte lamentamos el pasado mes de abril.
IN
MEMORIAM
El
título de este artículo iba a ser Las
venas abiertas; cambié de idea el pasado 13 de abril. Sí, quería escribir
sobre Eduardo Galeano y, sobre todo,
sobre su obra más conocida, pero ahora que me dispongo a hacerlo, tendré
que ser más riguroso: se han publicado cientos de artículos acerca del autor y
la obra; hoy ustedes son más conocedores que antes y ya no disfrutaré del
efecto sorpresa.
Porque
eso fue para mí, lector tardío de Las
venas abiertas de América Latina, el libro que devoré el pasado mes de
marzo durante una estancia en Inglaterra: una verdadera y sorprendente
sorpresa. ¡Cómo un autor de sólo 30 años, pudo concebir y completar una
aventura de tal envergadura! Porque aunque –como él mismo dice-, escribiera Las venas para difundir ideas ajenas y
alguna experiencia propia, la obra, en
sus trescientas y pico páginas, es un verdadero compendio de la historia de
América Latina, a la que da sentido un análisis del proteccionismo y del
librecambismo que salpimienta el relato evenemencial de los últimos cinco
siglos.
Estos
dos hilos conductores, la historia y la economía política que se van entrelazando
e imbricando, nos explican el devenir histórico del subcontinente, pero también
el de España y Portugal y, aún más, el de Inglaterra, por no hablar del de los
Estados Unidos. Y comprendemos porqué América Latina ha perseverado en la
pobreza, y porqué los intentos de construir otra realidad autónoma en alguno de
sus países fue abortada, diplomáticamente unas veces, violentamente, otras. Entendemos
los golpes de estado, el papel de las élites, la subordinación de las economías
nacionales y de sus intereses por intereses foráneos, las revoluciones y las
contrarrevoluciones.
El
oro de Potosí y Sucre, la plata de Zacatecas, el azúcar, el café, el caucho, el
cacao, el algodón, el guano y el salitre, el cobre chileno, el estaño de
Bolivia, el hierro de Brasil y Venezuela, el petróleo, son los dioses que han
exigido el sacrificio de millones de personas, que han hecho surgir los
latifundios y el hambre. También las guerras, las civiles y las regionales, y
los golpes de estado de uno y otro signo.
Eduardo
Galeano ha manifestado acerca de esta obra que no la escribiría hoy como lo
hizo ayer. Estoy seguro de que lo habría hecho de una manera más perfecta aún,
aunque no llego a imaginar la forma. Porque me parece difícil de igualar el
proceso en que describe, por ejemplo, cómo la demanda mundial de café, llevó a
la apropiación de tierras dando lugar al nacimiento del latifundio; cómo su
cultivo en una expansión sin frenos, desalentó la producción de alimentos
destinados al mercado interno, lo que llevó a una escasez de arroz, frijoles,
maíz, o carne, sobreviviendo apenas una agricultura de subsistencia en las
tierras menos aptas; cómo a pesar de los precios exteriores, los salarios
continuaron siendo de hambre; cómo esto impidió el desarrollo de un mercado
interno de demanda, al tiempo que lo necesario para vivir, a veces, se tenía
que importar. Consecuencia: latifundios, riqueza concentrada, miseria en las
clases trabajadoras y país empobrecido.
Igualmente
Galeano es maestro en explicar cómo Inglaterra, y después, en su turno, Estados
Unidos, practicaron una política claramente proteccionista hasta que el
desarrollo de sus industrias pasó a necesitar de mercados exteriores por
doquier, momento en el que triunfaron las ideas librecambistas, la libertad de
comercio. Pero libertad de comercio para los demás; ellos continuaron
manteniendo sus aranceles.
Todo
lo anterior nos sirve para entender que aunque no hablemos de América Latina,
el relato que subyace en su obra nos servirá para aplicarlo en cualquier
circunstancia o país. Él ya no nos lo dirá, con esa entonación suya, grave y
pausada: esa es la pérdida que hemos sufrido. El 13 de abril perdimos un
hombre, pero nunca, nunca, perderemos su conciencia y su visión crítica.
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