FUNDIDO
A NEGRO
Un
hombre despierta y se incorpora en la cama. Permanece un buen rato sentado en
el borde, la mirada perdida en la pared desnuda. Sin prisa, se va vistiendo, y
sin desayunar, sale a la calle. Deambula sin rumbo fijo, por unas calles y
otras. De repente, se para ante un anuncio luminoso que dice Sex Shop. Entra, y
accede a una cabina. La poca luz que le llega procede, a través de una ventana
que tiene ante sí, de una plataforma elevada forrada de algo que simula una
piel de oveja. El hombre mira en torno a la plataforma descubriendo otras
ventanas como la suya. El habitáculo tiene una silla, un rollo de papel
higiénico colgado de la pared, un cubo de basura vacío y un gancho donde el
hombre cuelga su impermeable. Espera. Al rato, aparece una chica vestida con
una bata transparente que deja traslucir su ropa interior. Al mismo tiempo,
empieza a oírse una música, a cuyo ritmo la chica comienza a ejecutar diversos
movimientos insinuantes, tendida o recostada en medio de la plataforma. La chica
sonríe. El hombre asiste impávido al espectáculo; la chica va desprendiéndose
lentamente de su bata. Cuando en el lento giro de la plataforma, la chica llega
frente a él, levanta sus ojos, que se encuentran con los del hombre. Él da un
respingo, abriendo los suyos
desmesuradamente. Rápido, el hombre recoge su impermeable y sale del
cubículo a tropezones; el encargado del local, sorprendido, se le queda mirando
mientras consulta su reloj.
Dos
horas después, la chica sale de la cabina y echa a andar acera adelante. El
hombre la sigue a cierta distancia hasta verla entrar en un portal. Una hora
después, la ve salir, esta vez con una niña de la mano; la niña tendrá cuatro o
cinco años. El hombre las sigue hasta un pequeño parque donde se sienta en un
banco, a cierta distancia. La niña juega con una pelota y en un momento dado,
la pelota llega hasta los pies del hombre, que se inclina y la recoge. La niña
se acerca corriendo y, a metro y medio, se para sonriendo, y dice, la pelota es
mía. El hombre se la entrega y la niña vuelve corriendo hacia su madre, que no
ha visto la escena anterior y charla con otra madre. La niña llega donde ella y
le dice algo, las tres miran hacia él, sonriendo, y vuelven la mirada. El
hombre mira hacia otro lado, se levanta y se va.
En
los días siguientes, el hombre continúa su seguimiento, siempre en el parque.
Se mantiene distante y observa atentamente. Un día aparece un chico que discute
agriamente con la chica, besa a la niña y después se va. Siempre a la misma hora, el hombre sigue a
la chica y a la niña, sin acercarse nunca a ellas.
El
hombre despierta y se incorpora en la cama. Después de un buen rato, se levanta
y mira por la ventana. El día es gris, una espesa niebla lo cubre todo. Se
ducha, se afeita, guarda la cuchilla en el bolsillo de su camisa y sale a la
calle sin desayunar. Busca el local, paga su entrada al mismo empleado y se
mete en un cubil idéntico al de la otra vez. Sale una chica negra a hacer su
número. Con la cuchilla de afeitar, el hombre se hace un corte en la muñeca
izquierda, y con el papel higiénico va empapándose la sangre. Pasan unos minutos,
la sangre brota, lenta pero incesantemente. La chica negra sigue con su número.
El hombre mira. Sus ojos no tienen expresión. Al poco, la cabeza se le inclina,
la barbilla toca su pecho. La chica vuelve a estar frente a su ventana y sonríe
insinuante, casi desnuda. No lo ve. El hombre se derrumba, el suelo enmoquetado
amortigua el golpe.
De una lectora que me ha hecho llegar sus comentarios, me creo en la necesidad de explicar el sentido de mi texto.
ResponderEliminarMuchos sabrán que un fundido a negro es ese instante en el cine en el que la cámara va cerrando su objetivo hasta quedar totalmente a obscuras. Así acaba el relato, y de ahí, el título.
La intención del mismo no era otra que, con un lenguaje lo más desnudo posible, hacer una especie de guión para un corto; si lo he conseguido o no es otra cuestión.