Uno.
Ayer, primer día del mes, tuvo lugar en Madrid la entrega simbólica de los archivos
franceses relacionados con ETA, en un acto que reunió al presidente del
gobierno español, al jefe de gobierno francés –ya saben que Francia es republicana
y tiene un presidente de la República con poderes ejecutivos, en tanto el día a
día de la gestión lo lleva un primer ministro- y a unos cuantos notables de la
parte española. Era una ocasión para reconocer la ayuda prestada por el país
vecino, ayuda que durante muchos años no se produjo, dicho sea de paso.
En
el acto, presidido como queda dicho por ambos ejecutivos, se contaba con la
presencia de González y Zapatero, y la clamorosa ausencia de Aznar y Rajoy. Ya
hemos explicado en este blog la anemia política que sufre la derecha española
ante la ausencia del enemigo interior: como si le faltara algo, la derecha
siempre necesita a ETA. ¿Le bastará con Cataluña? Tampoco estuvieron los
presidentes de las cámaras legislativas españolas, más ocupados en su labor de
torpedeo del nuevo gobierno español, ni el máximo representante del Partido
Popular que aprovechó la jornada para pedir la aplicación del artículo 155 en
Cataluña, cortar la financiación para los partidos independentistas y pedirle a
su colega de Ciudadanos que se escore un poco al centro izquierda, que la
derecha es cosa suya, y así ambos podrán obtener un gran triunfo en las
próximas elecciones españolas. Original, ¿verdad?
Asistió
Iñigo Urkullu pero nadie de Bildu, y al final se bailó un aurresku de honor, que
aportó el tono folklórico; no consigo entender el significado de este detalle.
Dos.
El 25 de octubre de 2018 pasará a la pequeña historia española como el día en
que dos máximas figuras de los poderes ejecutivo y judicial tuvieron el honroso
gesto de pedir perdón y disculpas. En efecto, me estoy refiriendo a Rodrigo
Rato y a Carlos Lesmes; vayamos por partes.
Del
primero cabe recordar que alcanzó las más altas instancias del gobierno
español. Con una aureola de gran economista que le colocaron sus colegas del
Partido Popular, fue bautizado por estos como el gran artífice del llamado
milagro español. Estuvo a punto de ser designado sucesor del ínclito Aznar y
alcanzó la dirección del Fondo Monetario Internacional, del que salió extemporáneamente
sin dar ninguna explicación justificativa, y donde fue substituido por el
francés Dominique Strauss-Khan, quien tuvo que abandonarlo por un delito de
acoso sexual. Véase que ambos personajes tienen un historial muy parejo. El
puesto lo ocupó Christine Lagarde, aún en el cargo, y que dijo que la solución
para las pensiones es que los pensionistas mueran antes. Lamentablemente, no
parece que los mayores le hayan hecho mucho caso y siguen empecinados en vivir
más, pero ahí queda la brillante idea,
compartida por muchísimos expertos del ala liberal de la economía.
Pues
bien, ayer, como decíamos, pudimos ver a Rato en el aparcamiento de la cárcel.
Ese espacio yermo, cuya imagen nos lleva irremediablemente al patio de la misma, fue el
lugar escogido por nuestro hombre para pronunciar unas palabras bien pensadas y
mejor pronunciadas; tras su comunicación pudimos verle, de espaldas, caminar
hacia la puerta de la prisión, vestido con una ropa informal y arrastrando un
equipaje que me pareció excesivo. No pude menos que pensar en las innúmeras
veces que habrá embarcado en un avión, con más glamur que en esta ocasión:
siempre habrá tenido quien le lleve la maleta y utilizado un acceso restringido
a la gente importante. Ligero de
equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, que nos dejó Machado.
Pero
sobre todo, lo que eché en falta en su alocución fue la mención de cómo y
cuándo va a devolver el dinero, que sin ninguna duda ha robado y pertenece a
todos los españoles. Eso sí hubiera sido una despedida digna.
Con
respecto al segundo personaje del día, también diré que su alocución acerca del
manido tema de los gastos registrales de las hipotecas es, sin lugar a dudas,
algo que le honra. Recuerden ustedes esa indumentaria que el poder judicial
exhibe en los actos de gala, esa capa, esos collares, esas cruces, esos
cordones, esas bocamangas con bordados. Convendrán ustedes conmigo que la
persona que tenga el derecho de aparecer de tal guisa en público, difícilmente
podrá tener sentimientos, no digo de humildad, sino ni siquiera de verse a sí
mismo como un simple mortal. Por eso, a quien lo consigue, ese al que no se le
sube la vanidad a la cabeza y en público manifiesta su error y su pesar, hay
que reconocerle y agradecerle su gesto de humildad y de asunción de la falta.
¿Algo
más? Ah, sí, se me olvidaba: la dimisión, la renuncia a su puesto. Eso es lo
que le ha faltado, lo que le habría presentado ante toda la ciudadanía como un
hombre justo; un hombre justo que entiende que la justicia empieza por uno mismo.
Es
sabido que en las sociedades modernas hay tres poderes, a saber, el
legislativo, el ejecutivo y el judicial. También es sabido que a la prensa se
le conoce como el cuarto poder, reconociendo así su influencia en la
información y formación de los ciudadanos. Habría que incluir a las redes
sociales en esa cuarta categoría. Pero rara vez se habla del quinto poder, que
a muchos nos parece el más importante de todos: el poder económico, el poder
del dinero. Obviamente influye en el legislativo, y en muchos países y en
nuestra Europa sin ir más lejos, se regula su forma de influir a través de los lobbies, o grupos de presión; influye
también en el ejecutivo de muy diversas maneras, ayudando transparentemente o
no, en las campañas electorales y en la financiación de los partidos políticos,
o a través de la prensa o cuarto poder; y finalmente influye en la misma
prensa, -y así en los tres poderes clásicos-, poseyendo directamente los medios
escritos y amplias partes de las redes sociales. De esa influencia sólo escapan
aquellos diarios digitales cuyos propietarios son los propios lectores y no
dependen de la publicidad.
Donde
el poder del dinero no logra influir es en el poder judicial. Ustedes estarán
hartos de escucharlo, los biempensantes nos lo dicen cada día. Por favor, que
nadie piense lo contrario. Eso sería propio de mal pensados, y ustedes no
pueden serlo. Además, ya conocen la imagen de la justicia, una espada en una
mano, una balanza en la otra y los ojos vendados. Para no ver a quien juzga, no
para no ver a quien le unta.
Porque
son este tipo de cosas las que contribuyen a empeorar la imagen que los
españoles tenemos de la justicia, o mejor dicho, de las cúpulas judiciales,
esas que se nombran por los partidos en la esperanza de que sus sentencias favorezcan
a sus acólitos, o cuando menos, a su concepción de la sociedad y de la
justicia. ¿Hasta cuándo?
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