martes, 6 de noviembre de 2018

Notas de octubre






Uno. Ayer, primer día del mes, tuvo lugar en Madrid la entrega simbólica de los archivos franceses relacionados con ETA, en un acto que reunió al presidente del gobierno español, al jefe de gobierno francés –ya saben que Francia es republicana y tiene un presidente de la República con poderes ejecutivos, en tanto el día a día de la gestión lo lleva un primer ministro- y a unos cuantos notables de la parte española. Era una ocasión para reconocer la ayuda prestada por el país vecino, ayuda que durante muchos años no se produjo, dicho sea de paso.
En el acto, presidido como queda dicho por ambos ejecutivos, se contaba con la presencia de González y Zapatero, y la clamorosa ausencia de Aznar y Rajoy. Ya hemos explicado en este blog la anemia política que sufre la derecha española ante la ausencia del enemigo interior: como si le faltara algo, la derecha siempre necesita a ETA. ¿Le bastará con Cataluña? Tampoco estuvieron los presidentes de las cámaras legislativas españolas, más ocupados en su labor de torpedeo del nuevo gobierno español, ni el máximo representante del Partido Popular que aprovechó la jornada para pedir la aplicación del artículo 155 en Cataluña, cortar la financiación para los partidos independentistas y pedirle a su colega de Ciudadanos que se escore un poco al centro izquierda, que la derecha es cosa suya, y así ambos podrán obtener un gran triunfo en las próximas elecciones españolas. Original, ¿verdad?
Asistió Iñigo Urkullu pero nadie de Bildu, y al final se bailó un aurresku de honor, que aportó el tono folklórico; no consigo entender el significado de este detalle.

Dos. El 25 de octubre de 2018 pasará a la pequeña historia española como el día en que dos máximas figuras de los poderes ejecutivo y judicial tuvieron el honroso gesto de pedir perdón y disculpas. En efecto, me estoy refiriendo a Rodrigo Rato y a Carlos Lesmes; vayamos por partes.
Del primero cabe recordar que alcanzó las más altas instancias del gobierno español. Con una aureola de gran economista que le colocaron sus colegas del Partido Popular, fue bautizado por estos como el gran artífice del llamado milagro español. Estuvo a punto de ser designado sucesor del ínclito Aznar y alcanzó la dirección del Fondo Monetario Internacional, del que salió extemporáneamente sin dar ninguna explicación justificativa, y donde fue substituido por el francés Dominique Strauss-Khan, quien tuvo que abandonarlo por un delito de acoso sexual. Véase que ambos personajes tienen un historial muy parejo. El puesto lo ocupó Christine Lagarde, aún en el cargo, y que dijo que la solución para las pensiones es que los pensionistas mueran antes. Lamentablemente, no parece que los mayores le hayan hecho mucho caso y siguen empecinados en vivir más,  pero ahí queda la brillante idea, compartida por muchísimos expertos del ala liberal de la economía.
Pues bien, ayer, como decíamos, pudimos ver a Rato en el aparcamiento de la cárcel. Ese espacio yermo, cuya imagen nos lleva  irremediablemente al patio de la misma, fue el lugar escogido por nuestro hombre para pronunciar unas palabras bien pensadas y mejor pronunciadas; tras su comunicación pudimos verle, de espaldas, caminar hacia la puerta de la prisión, vestido con una ropa informal y arrastrando un equipaje que me pareció excesivo. No pude menos que pensar en las innúmeras veces que habrá embarcado en un avión, con más glamur que en esta ocasión: siempre habrá tenido quien le lleve la maleta y utilizado un acceso restringido a la gente importante. Ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, que nos dejó Machado.
Pero sobre todo, lo que eché en falta en su alocución fue la mención de cómo y cuándo va a devolver el dinero, que sin ninguna duda ha robado y pertenece a todos los españoles. Eso sí hubiera sido una despedida digna.
Con respecto al segundo personaje del día, también diré que su alocución acerca del manido tema de los gastos registrales de las hipotecas es, sin lugar a dudas, algo que le honra. Recuerden ustedes esa indumentaria que el poder judicial exhibe en los actos de gala, esa capa, esos collares, esas cruces, esos cordones, esas bocamangas con bordados. Convendrán ustedes conmigo que la persona que tenga el derecho de aparecer de tal guisa en público, difícilmente podrá tener sentimientos, no digo de humildad, sino ni siquiera de verse a sí mismo como un simple mortal. Por eso, a quien lo consigue, ese al que no se le sube la vanidad a la cabeza y en público manifiesta su error y su pesar, hay que reconocerle y agradecerle su gesto de humildad y de asunción de la falta.
¿Algo más? Ah, sí, se me olvidaba: la dimisión, la renuncia a su puesto. Eso es lo que le ha faltado, lo que le habría presentado ante toda la ciudadanía como un hombre justo; un hombre justo que entiende que la justicia empieza por uno mismo.
Es sabido que en las sociedades modernas hay tres poderes, a saber, el legislativo, el ejecutivo y el judicial. También es sabido que a la prensa se le conoce como el cuarto poder, reconociendo así su influencia en la información y formación de los ciudadanos. Habría que incluir a las redes sociales en esa cuarta categoría. Pero rara vez se habla del quinto poder, que a muchos nos parece el más importante de todos: el poder económico, el poder del dinero. Obviamente influye en el legislativo, y en muchos países y en nuestra Europa sin ir más lejos, se regula su forma de influir a través de los lobbies, o grupos de presión; influye también en el ejecutivo de muy diversas maneras, ayudando transparentemente o no, en las campañas electorales y en la financiación de los partidos políticos, o a través de la prensa o cuarto poder; y finalmente influye en la misma prensa, -y así en los tres poderes clásicos-, poseyendo directamente los medios escritos y amplias partes de las redes sociales. De esa influencia sólo escapan aquellos diarios digitales cuyos propietarios son los propios lectores y no dependen de la publicidad.
Donde el poder del dinero no logra influir es en el poder judicial. Ustedes estarán hartos de escucharlo, los biempensantes nos lo dicen cada día. Por favor, que nadie piense lo contrario. Eso sería propio de mal pensados, y ustedes no pueden serlo. Además, ya conocen la imagen de la justicia, una espada en una mano, una balanza en la otra y los ojos vendados. Para no ver a quien juzga, no para no ver a quien le unta.
Porque son este tipo de cosas las que contribuyen a empeorar la imagen que los españoles tenemos de la justicia, o mejor dicho, de las cúpulas judiciales, esas que se nombran por los partidos en la esperanza de que sus sentencias favorezcan a sus acólitos, o cuando menos, a su concepción de la sociedad y de la justicia. ¿Hasta cuándo?


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