Aquellos
que me leen – pocos por cierto-, lo saben bien: yo nací en La
Cavada, en la casa del puente, y desde la ventana de la cocina, yo
podía ver el susodicho puente, el arco de Carlos III, el paso a
nivel y más a la izquierda, las tetas de Liérganes, y a sus pies la
iglesia de Rucandio, donde me bautizaron. Mis
padres, maravillosos, me dieron lo que tenían: educación, cultura,
una manera de ser y un idioma. Con el tiempo he pulido un
poco ese
idioma – ya saben, los
modismos geográficos-, y me gusta escribirlo y algo he hecho en este
sentido.
Viene
esto a cuento de que he visto en las redes un mensaje
que cada uno puede suscribir, si
quiere, y que viene
a decir: “mi lengua es la segunda más hablada del mundo”. Bien
¿y qué? A mí, como ustedes
imaginarán, me gusta la lengua en la
que escribo, pero
por eso no me siento especialmente orgulloso.
Tampoco lo estoy
por
haber nacido donde nací, a pesar de la hermosura del paisaje y
de la calidad de sus gentes.
O sea, que
tengo poco de nacionalista, o
más bien, nada. Que yo naciera en la Cavada, y
todo lo demás, fue un mero
accidente, una casualidad; como lo fue el hecho de que mi padre
salvara
el pellejo en la guerra que montó – para su gloria- ése que ahora
van a sacar del Valle de
los Caídos; tampoco creo que
todos esos hechos y los que se nos ocurra mencionar hayan ocurrido
porque alguien, en una remota y celeste región, haya tenido lo más
mínimo que ver en su gestación
o acontecer.
Dicho
todo esto, comprenderán que el nacionalismo, la religión y
los altos valores patrios me
importan un bledo. Me
importan otras cosas, y sobre
todas ellas, las personas: su bienestar, su progreso, sus
derechos...Por eso procuro respetarlas y, por
eso respeto aquello
en lo que otros creen,
es decir, que sean nacionalistas, que sean creyentes,
etc.
De
modo que ya entenderán ustedes que no me guste la sentencia del
procés. Y tampoco
que muchos españoles, precisamente los que son nacionalistas
españoles, se muestren en contra de esos otros nacionalistas. Los
magistrados del Tribunal Supremo lo han dejado muy claro: nuestra
labor ha llegado hasta aquí, nuestra misión como jueces acaba aquí,
en adelante es el tiempo de la política, entiéndanse ustedes los
políticos, ésta no es nuestra tarea, es estrictamente la suya.
Este
asunto de Cataluña lleva más de diez años pudriéndose. Intereses
políticos, en un bando y en el otro, parecen haber encontrado el
mejor acomodo para conseguir réditos electorales, ganar elecciones,
y, en definitiva, mantener las banderas enhiestas y engañar a los
ciudadanos. No hay más que fijarse en varios casos recientes,
a saber: se creó un partido en Barcelona a la sombra de la bandera
española, y cuando entendieron
que les interesaba políticamente abandonaron
el país y se establecieron
en Madrid. Otro caso, en otro escenario, en la última fase del
período criminal
de ETA, se les pedía
insistentemente
que dejaran de
matar y se dedicaran
a hacer política, como hacían
los demás. Pero varios años después de que el Estado les venciera,
ahora que se dedican a hacer política, se les tilda de ex etarras y
asesinos. Y en un pueblo como Galdácano uno
de ellos que está en la
cárcel purgando sus varios y
gravísimos crímenes
dedica un tiempo a la pintura y se hace
una exposición; se
podrá criticar la calidad de su obra, pero nunca
el hecho en sí.
Por
último, en otro pueblo, Alsasua, el alcohol y la nocturnidad generan
una pelea de bar a las cuatro de la mañana. Resultado: unos son
mártires de la patria y los otros ocho han de cargar con penas de
cárcel de entre año y medio a nueve años y medio.
Se
ha repetido hasta la saciedad que Rajoy dejó que el asunto catalán
se pudriera. ¿Qué pasará ahora con Pedro Sánchez? ¿Queremos que
Cataluña acabe como Euskadi? ¿No llegará nunca en España el
tiempo de la política?
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