jueves, 17 de octubre de 2019

"El procés"






Aquellos que me leen – pocos por cierto-, lo saben bien: yo nací en La Cavada, en la casa del puente, y desde la ventana de la cocina, yo podía ver el susodicho puente, el arco de Carlos III, el paso a nivel y más a la izquierda, las tetas de Liérganes, y a sus pies la iglesia de Rucandio, donde me bautizaron. Mis padres, maravillosos, me dieron lo que tenían: educación, cultura, una manera de ser y un idioma. Con el tiempo he pulido un poco ese idioma – ya saben, los modismos geográficos-, y me gusta escribirlo y algo he hecho en este sentido.
Viene esto a cuento de que he visto en las redes un mensaje que cada uno puede suscribir, si quiere, y que viene a decir: “mi lengua es la segunda más hablada del mundo”. Bien ¿y qué? A mí, como ustedes imaginarán, me gusta la lengua en la que escribo, pero por eso no me siento especialmente orgulloso. Tampoco lo estoy por haber nacido donde nací, a pesar de la hermosura del paisaje y de la calidad de sus gentes. O sea, que tengo poco de nacionalista, o más bien, nada. Que yo naciera en la Cavada, y todo lo demás, fue un mero accidente, una casualidad; como lo fue el hecho de que mi padre salvara el pellejo en la guerra que montó – para su gloria- ése que ahora van a sacar del Valle de los Caídos; tampoco creo que todos esos hechos y los que se nos ocurra mencionar hayan ocurrido porque alguien, en una remota y celeste región, haya tenido lo más mínimo que ver en su gestación o acontecer.
Dicho todo esto, comprenderán que el nacionalismo, la religión y los altos valores patrios me importan un bledo. Me importan otras cosas, y sobre todas ellas, las personas: su bienestar, su progreso, sus derechos...Por eso procuro respetarlas y, por eso respeto aquello en lo que otros creen, es decir, que sean nacionalistas, que sean creyentes, etc.
De modo que ya entenderán ustedes que no me guste la sentencia del procés. Y tampoco que muchos españoles, precisamente los que son nacionalistas españoles, se muestren en contra de esos otros nacionalistas. Los magistrados del Tribunal Supremo lo han dejado muy claro: nuestra labor ha llegado hasta aquí, nuestra misión como jueces acaba aquí, en adelante es el tiempo de la política, entiéndanse ustedes los políticos, ésta no es nuestra tarea, es estrictamente la suya.
Este asunto de Cataluña lleva más de diez años pudriéndose. Intereses políticos, en un bando y en el otro, parecen haber encontrado el mejor acomodo para conseguir réditos electorales, ganar elecciones, y, en definitiva, mantener las banderas enhiestas y engañar a los ciudadanos. No hay más que fijarse en varios casos recientes, a saber: se creó un partido en Barcelona a la sombra de la bandera española, y cuando entendieron que les interesaba políticamente abandonaron el país y se establecieron en Madrid. Otro caso, en otro escenario, en la última fase del período criminal de ETA, se les pedía insistentemente que dejaran de matar y se dedicaran a hacer política, como hacían los demás. Pero varios años después de que el Estado les venciera, ahora que se dedican a hacer política, se les tilda de ex etarras y asesinos. Y en un pueblo como Galdácano uno de ellos que está en la cárcel purgando sus varios y gravísimos crímenes dedica un tiempo a la pintura y se hace una exposición; se podrá criticar la calidad de su obra, pero nunca el hecho en sí.
Por último, en otro pueblo, Alsasua, el alcohol y la nocturnidad generan una pelea de bar a las cuatro de la mañana. Resultado: unos son mártires de la patria y los otros ocho han de cargar con penas de cárcel de entre año y medio a nueve años y medio.
Se ha repetido hasta la saciedad que Rajoy dejó que el asunto catalán se pudriera. ¿Qué pasará ahora con Pedro Sánchez? ¿Queremos que Cataluña acabe como Euskadi? ¿No llegará nunca en España el tiempo de la política?

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