¡Qué bonito es volar! ¿Verdad que sí? Aunque, a veces, nos pueda dar un poco de miedo. Volar ha sido, desde antiguo, una de las grandes aspiraciones del hombre, que quizás no haya sido claramente expresada, pero, por ejemplo, en el Quijote ya se hacía mención a este hecho, cuando Sancho, aunque fuera en encantamientos se veía por el espacio. Ya ven ustedes, un ser tan terrenal, tan pegado a la tierra como Sancho, soñando que volaba.
Bien, ¿cómo era volar? No vamos a hablar de la historia de la aviación, solo vamos a retrotraernos unos pocos años atrás, en lo que podríamos llamar aún la época de oro de la aviación comercial, hace unos pocos años, cuando aún conservaba ese aire de glamour, cuando aún no se había masificado, cuando no habían empezado ni la competencia ni los recortes de costes.
Había competencia, sí, pero era para atraer a los clientes a base de tratarlos mejor. Y era realmente así, te trataban como a un rey, las compañías disputaban por los mejores horarios de salida y de llegada, teniendo en cuenta que, a veces, llegabas a otro continente, con unas diferencias horarias y climáticas importantes. Y el trato comenzaba en el embarque, en cuanto subías al avión. Si era necesario, la azafata te acompañaba amablemente hasta tu asiento, te colocaba los bultos en el compartimiento superior, te bajaba una manta, te daba revistas y periódicos… ¿se encuentra bien, señor? ¿Necesita algo? Te ofrecía un aperitivo, en tanto se servía la cena, ¿quiere más vino? ¿Un poco de cava? Al acabar, un whisky, o un brandy y si querías repetir no había más que hacer un gesto y allí estaba la azafata, solícita, te colocaba la butaca en posición de descanso, te arropaba con la manta, te apagaba la luz, buenas noches, señor, que descanse, le despertaremos por la mañana. Y por la mañana, efectivamente, allí estaba, te daba una toallita caliente y húmeda con la que podías reconciliarte con el mundo. Eso era volar
¿Cómo es volar hoy en día? Mejor será que no se lo recuerde, pero por si hay alguien que no lo sabe, unas pocas palabras:
La cosa empieza en el embarque. Olvídate de quien eres, te has convertido en un sospechoso, en un posible delincuente… y así te tratan. Con tus pertenencias en una bandeja de plástico que llevas como puedes con tu mano derecha, avanzas en fila india, sujetándote los pantalones con la izquierda pues te has despojado de la correa, mientras sostienes la tarjeta de embarque entre los dientes…, alcanzas tu asiento, donde antes sentaban a dos ahora caben tres o cuatro.
Por otro lado, como hay muchas más compañías, todas ellas, low cost, hay muchos más vuelos, más vuelos por hora, lo que equivale a decir más retrasos, o te dejan en un aeropuerto que les cobra menos tasas pero se encuentra a ciento treinta y ocho kilómetros de tu destino. Esto no ha acabado, se habla de vuelos donde se debe ir de pie; esto es volar hoy en día.
¿Cómo será el futuro? No lo sabemos, salvo la sensación de que irá a peor. Esperemos que, al menos, la seguridad no sea también donde se busque el ahorro, pero está claro que se ha perdido aquél glamour de que hablábamos líneas arriba. Bien, en resumen, esta es la situación. Volar ha cambiado mucho, pero debemos volar, es un medio de transporte, el más moderno y el más seguro, facilita la movilidad de la gente y mejora los contactos, las comunicaciones.
Y para acabar recordemos lo que decía Chesterton acerca de los ángeles, ya que aún no podemos volar como ellos: ¿Por qué vuelan los ángeles?, se preguntaba, y la respuesta es, los ángeles pueden volar porque se toman a sí mismos a la ligera.
Quizás ahí esté la respuesta, que viendo el panorama actual de la aviación comercial sería bastante conveniente.
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