Es posible que recordemos lo que se conoce como el método alemán; ése que consiste en que el Estado otorga a una empresa el derecho a construir una obra pública – pongamos, una autovía- respondiendo ésta de la financiación necesaria, para recuperar esos fondos mediante el cobro del peaje correspondiente durante el tiempo pactado – digamos unos años. Al final de ese período, la empresa se ha resarcido del dinero invertido, ha obtenido los beneficios que buscaba, y entrega la obra funcionando a su propietario el Estado.
Este sistema tiene la enorme ventaja de que el Estado no precisa adelantar el importe de la obra, pudiendo por contra emplear ese dinero en otros menesteres que el electorado le está continuamente reclamando, como sabemos todos. Y además cumple – cosa muy importante- con el mandato divino de que todo ese tipo de obras deben ser llevadas a cabo por la iniciativa privada, que sabemos de sobra que es muchísimo más eficiente que el Estado, cuya misión aquí en la tierra debe reducirse al mínimo posible. Así y solo así, alcanzaremos una sociedad en la que el Estado, prácticamente desaparecido, se encargue solamente de sancionar, en el buen sentido de la palabra, los actos humanos y los empresariales. Es decir, determinar qué obras hay que hacer, firmar la concesión y, ¿por qué no?, extender la validez de la misma ad libitum; lo mismo sirve con la sanidad, la educación y todo lo que se nos ocurra. Todo se puede y se debe privatizar.
Es posible también que recuerden las concesiones – según el referido método alemán- de varias radiales en la Comunidad de Madrid, otra en Murcia y alguna que ahora no recuerdo dónde. Estas obras se realizaron tras unos estudios de densidad de tráfico que resultaron más pobres que la realidad subsiguiente; unido al hecho de que las expropiaciones de los terrenos fueran notoriamente más caras que la previsión realizada llevaron los referidos proyectos a una cruda realidad de bancarrota de las empresas que se habían lanzado a la acción. Ahí estaban esas tristes autovías sin tráfico alguno – recuerdo haber circulado por una de ellas en la periferia madrileña- hasta que el Estado, que para eso si sirve, para sacar las castañas del fuego en beneficio al sector privado, socializando las pérdidas, cosa que se ha hecho en España un año sí y otro también, hubo de intervenir y quedarse con el muerto.
Y ahora, al cabo de los años, el presidente de la asociación de empresas constructoras y concesionarias de autovías ha venido con la idea de que para proceder al mantenimiento de las autopistas que su asociación explota (y que van bien), el Estado (otra vez) debiera establecer un peaje para esas autopistas que ellos van a entregar al Estado pues finaliza el plazo de la concesión y quedarán libres. De lo contrario, afirma con una loable preocupación, el déficit público sufrirá las consecuencias. No dice nada de que ellos se ofrecerán para, cobrando ese nuevo peaje, correr con el gasto que origine el mantenimiento de las mismas, pero seguramente ustedes comprenderán que ellos están capacitados para encargarse de tal tarea dura y desagradecida.
Gracias a los avances de la medicina y al desarrollo del transporte – frase que vale para cualquier artículo o discurso- la humanidad ha ido progresando desde los más lejanos tiempos. Sobre la parte de la medicina tenemos ejemplos actuales como la actual pandemia; sobre el transporte continuaremos la semana próxima.
Permanezcan atentos.
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