Pretender hablar del fenómeno de la globalización en mensajes como estos que yo dejo en estas líneas, sería tarea imposible que llevaría miles de páginas, y ni yo estoy capacitado para ello ni soy tan imbécil como para intentarlo; dejarles unos ejemplos cercanos que todos conocemos me parece que puede ser productivo, al margen de que ustedes tengan otras fuentes de información mejores que mi modesta pluma.
Yo no soy de ir a las grandes superficies, hago la compra a pie en un supermercado que está prácticamente bajo mi casa, y regreso con una bolsa ligera con lo preciso para el día; soy del “PP”, pan y periódico, como decía aquél. Hace una fechas, comprando garbanzos – que a mi mujer le gusta el pedrosillano o el garbanzo de Fuentesaúco- me encontré con la desagradable sorpresa de que los garbanzos de la marca Luengo, sinónimo de calidad, provenían de USA, según constaba claramente en el envase. Ya antes había buscado que los espárragos fueran navarros y no traídos de China o de Perú, cosa bastante frecuente. Y no tengo nada contra los chinos y menos contra los peruanos; tampoco contra los agricultores norteamericanos, a pesar de saber que el gobierno americano practica dumping subvencionando a sus productores para que puedan vivir vendiendo más barato y perjudicando a los nuestros, cosa que es harto sabida; como para que encima nos viniera el gobierno de Trump subiendo los aranceles de ciertos productos agrarios españoles. Pero bueno, no me gustó nada en absoluto verificar que “mis” garbanzos fueran yanquis, de modo que quedaron automáticamente vetados de mi dieta, al tiempo que me volví más cuidadoso escudriñando el origen de todo lo que compro. Y que conste que no es por un pretendido patriotismo o españolismo, tan de moda hoy en día, sino porque pienso que debemos priorizar el consumo de productos kilómetro cero, como se dice ahora. No se deben consumir productos cuya carga de CO2 tras miles de kilómetros recorridos, perjudica al planeta.
En este sentido, el colmo ha sido una noticia que mostraba cómo una confitura de peras cosechadas en Argentina se vendía en USA tras haber sido empaquetada en Tailandia. Es decir, el fruto de árboles argentinos, se traslada al otro extremo del mundo para que en Tailandia lo preparen, lo envasen y vuelva a cruzar el Pacífico en dirección norte para ser finalmente consumido en los Estados Unidos. Es algo tan increíble que me sonó a fake, pero tras los días transcurridos no he visto el desmentido. De todos modos, sabemos que las manzanas que podemos comer en verano vienen del Cono Sur, cosechadas a su debido tiempo, como viene el pescado y otros productos. Los grandes cargueros abaratan el flete haciendo posible ese trasiego.
¿Se puede uno imaginar el coste de dos fletes transoceánicos en términos de contaminación atmosférica por un cargamento de mermelada? Porque el coste económico, ahogando a los productores argentinos y explotando a la mano de obra tailandesa, lo hace todo asumible.
Sirvan estos dos casos como ejemplos de lo que la globalización implica. Y como en todas las cosas de esta vida, todo depende del uso que de ellas se haga. La globalización no tiene porqué ser intrínsecamente perversa, pero su aprovechamiento por parte de los de siempre se merecerá ese adjetivo la inmensa mayoría de las veces.
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