Todos sabemos que el acceso de empresas privadas al sistema televisivo español fue debido al interés del gobierno de turno en que los televidentes españoles tuviéramos una mejor y mayor información, por lo que debemos estar eternamente agradecidos. Por otro lado, los anuncios en las pantallas se antojaban un pujante negocio y algunos mal pensados afirman que la presión para la liberación de la televisión se debía a los miles de millones de pesetas que la publicidad televisiva les iba a reportar; pero no les hagan caso, lo dicen de puro mal pensados que son. A Berlusconi, que nos obsequió con la magnífica programación televisiva de la 5 – la mama chicho y demás, ¿recuerdan?-, le interesaba sobre todo la formación e información de los españoles, como le había interesado la de los italianos, hasta conseguir que le votaran; los intereses meramente culturales del grupo Planeta determinaron el nacimiento de Antena 3, cadena que atiende como ninguna los intereses de sus dueños ideológicos; no hay más que fijarse en la coincidencia del del azul, como el del mismísimo PP. El Estado siguió al cargo de Televisión Española, que continuó viviendo, financieramente hablando, del presupuesto estatal, dado que siguió sin publicidad. No se trataba de hacerle la competencia a las televisiones privadas, hubiera sido terriblemente nefasto para sus intereses (de las privadas, se entiende).
Pero es que no paró ahí la cosa. Las consecutivas direcciones generales del ente televisivo nacional se aplicaron, en defensa de las televisiones privadas – hemos de suponer- en empeorar año tras año la calidad de los programas. ¿Quién iba a imaginar, por poner un ejemplo, que hubiera tal cantidad de películas tan malas como las que generalmente se exhiben los sábados por la tarde? Para mí que el título del programa Cine de barrio esconde, o es que yo soy muy mal pensado, el hecho de que creyeran firmemente que los de barrio, y los de pueblo, son tontos, ignorantes y no entienden de cine; y total para esa gente...
Bueno, pues eso no es nada. Como resulta que las diez de la noche es un poco tarde para ver una película sin anuncios y acabar justo antes de medianoche, podría estudiarse un telediario una hora antes del actual, o incluso hasta dos horas, como hacen las privadas. Y a las once, como mucho, a la cama, pero no, no vamos a perjudicar a la competencia. Por otro lado, esa dirección ha programado un ciclo de cine español y otro de cine foráneo, uno para cada cadena, pero los han estado poniendo los mismos días y a la misma hora; y cuando no hay cine, no lo hay en ninguno de los dos canales. En consecuencia, al españolito de turno no le queda otra que apuntarse a Netflix, o Amazon, que tampoco tienen publicidad pero no son gratis. ¿Se puede hacer una mejor defensa de lo privado desde lo público? ¿Se puede saber para quienes trabajan los responsables de la tele nacional?
La última gesta ha sido eliminar el programa Las cosas claras, que estaba a cargo de Jesús Cintora. Este periodista ya sufrió el mismo destino cuando tenía un programa en la 4: se lo cargaron. Pasó a la Sexta y tuvo el mismo final. Ahora han hecho lo mismo. Parece que no conviene que un periodista comprometido con la verdad de lo que informa, que ofrece opiniones de personas de diferentes tendencias políticas, pueda estar a cargo de un programa como el que tenía. No se ha podido consentir que su programa empezara a superar en audiencia a Al rojo vivo, de Ferreras, faltaría más. La televisión pública debe conformarse con esos MasterChef y sus múltiples variantes. Lo dicho, para los de barrio y para los españoles en general, ya es suficiente.
En resumidas cuentas, una televisión pública debiera estar abierta a la información plural y a la libertad. De lo contrario no existirán diferencias con las privadas y los televidentes acabarán – los que puedan pagárselo- entregados a las cadenas privadas para el beneficio pecuniario y político de intereses exclusivamente privados.
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