En este texto pretendo resumir en cinco datos lo que me sugiere la dramática situación de la isla de la Palma, más un sexto dato que conviene no olvidar.
Dato uno: Los movimientos naturales de la tierra no son, nunca, buena noticia. Tanto si hablamos de terremotos que pueden provocar sunamis, como si lo hacemos de volcanes que, a veces, han destruido antiguas civilizaciones.
Por su parte, la huella humana deja constancia de su paso, sea por territorios ayunos de esos acontecimientos, sea por territorios que, como algunas islas, tienen su origen precisamente en movimientos telúricos.
De hecho, la humanidad no entiende de advertencias y crece por doquier; lo que llamamos el círculo de fuego del Pacífico aloja la población más pujante del planeta, y si antes el océano Atlántico fue el centro del mundo – después de serlo el Mediterráneo- ese centro lo marca actualmente el Océano Pacífico.
Dato dos: Las Islas Canarias son un buen ejemplo de ese vulcanismo habitado, con volcanes apagados (siempre supuestamente) como la caldera del Teide, la de Taburiente, la de Bandama o la de Montaña Roja, por citar solo aquellas que conozco, y con volcanes que, a veces, dan muestra de su existencia, como puede ser el caso actual. Con un clima muy acogedor, las islas afortunadas, incorporadas hace tan solo seis siglos al mundo conocido, no han sido capaces de satisfacer las necesidades de su población que se ha visto obligada a la emigración, principalmente hacia América. Esperemos no estar en la antesala de otra situación pareja, y los hechos actuales sean, lo antes posible, un mal recuerdo y el comienzo de una nueva etapa para los palmeros.
Dato tres: Semana y media de continuas erupciones, con el rugido siniestro del volcán asentado en lo más hondo del cuerpo, con un ojo puesto en su penacho de humo y fuego, mil pensamientos agolpándose todos a la vez en la cabeza, pensando en la casa que se ha perdido o en la que está amenazada, en los planes soñados que ahora no se cumplirán, mientras se barre el suelo de la calle de esa ceniza negra como la suerte, que lo invade todo, con esas manos que debieran emplearse ahora en el trasiego de las piñas en las plataneras, sintiendo sus cuarenta o cincuenta kilos a las espaldas que hacen brotar el sudor… esa vida, en definitiva, que tal vez no vuelva…
Dato cuatro: Con ese humor, hay que tener agallas para soportar que otras personas, de tez más pálida y manos más finas, hayan venido para obtener fotos y contar después a amigos y allegados, yo estuve allí, era impresionante, no nos dejaban pasar más adelante, era muy peligroso, pero verás la siguiente foto, se aprecia todo muy bien…
O ver a un palmero de pro, de nombre Bernardo, natural de Breña Alta, que está a barlovento, que ejerce de obispo de la diócesis tinerfeña, conocido por sus famosos desvaríos mentales sobre la homosexualidad, los jóvenes que te acosan y te provocan (¿nunca les ha pasado eso a ustedes?), y que se “coló” en la lista de la vacuna del Covid19, amén de otras lindezas propias de su educación y cultura, ver, digo, que este hombre congregó a su grey en el santuario de Nuestra Señora de las Nieves (que es la patrona de la isla) para pedir “a Dios que cese la actividad del volcán de Cumbre Vieja y se puedan salvar las viviendas que todavía no han sido devoradas por la lava”. Y, además, realizar su típico llamamiento a la solidaridad de todos, una solidaridad que, según ha dicho, se debe extender en el tiempo y no solo cuando el volcán esté activo.
Dato cinco: Lamentablemente, hasta la fecha el dios del obispo Bernardo no solo ha hecho caso omiso a su petición sino que, además, ha consentido que el río de lava destruya la iglesia de Todoque que estaba en su camino. Se especula con la posible dimisión del obispo en señal de descontento. Entretanto, el obispado se ha puesto al frente del “movimiento de solidaridad”, eso sí, en una forma meramente sentimental. De arrimar el hombro y el bolsillo, nada.
Dato seis: Y mientras todo esto sucede ante nuestros espantados ojos, por hablar solo de lo que ocurre cerca de la isla bonita, los cayucos siguen llegando a las islas orientales del archipiélago con su desesperada carga humana. Eso, claro, los que consiguen llegar, pues una decena diaria de personas, si podemos medir esto estadísticamente, se convierte en pasto para los peces.
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