Ya
saben ustedes que si caváramos un hoyo en España acabaríamos encontrando el
centro de la tierra, y si persistiéramos en la acción veríamos la luz en alguna
de las islas que conforman Nueva Zelanda, o en los mares que la circundan. Por
esta razón, se dice que ese país está en nuestras antípodas; en lo opuesto a
nuestros pies, que eso quiere decir la palabrita. Y debe ser cierto por lo que
les voy a contar: Quizás porque no les gusta la actual, los neozelandeses, van
a cambiar el diseño de su bandera, y han preparado una buena cantidad de
diferentes modelos, que han sometido a votación popular. Tras varias
eliminatorias, la cuestión ha quedado reducida a media docena de versiones, de
donde saldrá la nueva y definitiva bandera. Ahora comprenderán ustedes lo
acertado del epíteto con que obsequiamos a esas buenas gentes. ¡Tienen que
estar en las antípodas para acceder a cambiar la bandera, y para hacerlo
mediante un método tan democrático y participativo! Debe de ser porque, como
los ingleses, no tienen constitución; así no necesitan modificarla, que es cosa
sabida que es algo que no se puede hacer.
Les
confieso que cuando reparo en anécdotas como la que acabamos de comentar,
siento envidia de estos países sin constitución. Lo mismo me sucede con los
países laicos. Pocas cosas han hecho tanto daño a la humanidad como las
religiones; las guerras de evangelización y las guerras de religión han causado
millones de muertos. Y lo peor es que sus disputas no han acabado. En este
espinoso y lamentable asunto se llevan la palma las tres religiones del libro.
Posiblemente porque han compartido un origen geográfico, porque vienen de un
tronco común... ¡Quien sabe!
Ahora
mismo, el presidente Hollande está hablando de guerra, parece ser que su
popularidad no estaba muy allá, y la energía que ha desplegado tras los odiosos
atentados de Paris puede reparar esa brecha de cara a próximas confrontaciones
electorales. Desde luego ha sido de ver la forma en que se presentó en
Versailles, ante la Asamblea Nacional y el Senado, atravesando un corredor
entre las espadas enhiestas de una guardia de húsares, o algo así. Resultó
impresionante, escuchar una voz que anunciaba “el señor presidente de la
república” mientras el auditorio se ponía en pie al unísono. Ya le hubiera
gustado algo así a Rajoy, pero éste sabe que sumarse a una guerra no le
conviene de cara al 20 de diciembre. Sí le convienen, y mucho, la situación de
Cataluña y esta mezcla de miedo, crispación y deseo de venganza que los
atentados de Paris han traído a la opinión pública, como una nube grisácea de
desesperanza y frustración. Para enardecer los ánimos del personal ya tiene a García
Albiol, que está en su papel y la tropilla de concejales de pueblo que usan el
twitter, aparte de Maroto, claro.
A
Francia le llueven los pray for Paris (literalmente,
una oración por Paris), que imagino mayoritarios del otro lado del Atlántico, y
que ignoran que lo que menos se necesitan en este momento son las referencias
religiosas de parte. ¿Qué sentido tiene rezar al dios cristiano por personas
asesinadas por un musulmán, o rezar al dios musulmán por lo mismo? ¿Dónde queda
el ecumenismo? Mejor me parece la apelación a la paz encarnada en el símbolo
hippy que muchos han confundido con una torre Eiffel de luto.
Y
entretanto, en nuestro país, la España de Cañizares y Rouco, vuelve el obispo
de San Sebastián, José Ignacio Munilla con su apelación al peligro de los
refugiados sirios: no todos son trigo limpio. ¡Qué le vamos a hacer!
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