Este artículo aparece publicado en la revista OP Machinery, de este mes de enero.
RULE
BRITANNIA (4)
Siempre
las ardillas haciendo acto de presencia, correteando sobre el murete que separa
las dos fincas, olisqueando nerviosas sobre el césped, llevándose a la boca
alguna baya con sus dos manitas, mientras, erguidas sobre sus cuartos traseros,
miran atentas a algún posible peligro…, he visto también algún corzo, apenas
fuera de la ciudad, acudiendo en la atardecida a abrevar del agua fresca del
canal del Kennet, donde abundan los cisnes…, no, no cambia el aspecto campestre
del paisaje, ni en la ciudad ni fuera de ella; es algo que Inglaterra no ha
perdido.
Tampoco
parece haber perdido su ciclo descendente, más bien parece haberse acentuado,
mostrándonos esa doble tendencia que, salvando las distancias, se ofrece en
nuestra sociedad española. Ellos, con una tasa de paro en torno al cinco por
ciento que para nosotros quisiéramos, no ofrecen mucho mejores condiciones en
sus contratos laborales. Siete con veinte libras a la hora es el escalón de
entrada para los puestos de reponedores, repartidores y empleos similares; el
casi inexistente seguro de desempleo, el despido fulminante y unas prácticas
que parecen recordar a los viejos tiempos del capitalismo manchesteriano,
coexisten en una sociedad entregada al fútbol y al consumismo desaforado. Por
el contrario, el activismo social se deja ver (hoy es sábado y el centro
comercial es el único lugar donde hay gente) protagonizado por personas bien
metidas en años; esta vez eran los Samaritanos, en su lucha contra el suicidio
(un suicidio cada hora y media en Inglaterra)
La
falta de limpieza en las calles que no sean las más céntricas, atrapadas por el
comercio, el aspecto desastrado de muchos viandantes, la huella de una mala
alimentación en los cuerpos saturados de grasa mórbida, por un lado; por el
otro, el exhibicionismo de los últimos y más caros deportivos o de las grandes
berlinas por encima de las cien mil libras, en tanto la clase media se desloma para
mantener relucientes sus pobres cacharros, que es lo único de lo que pueden
presumir.
Una
novedad observada, la profusión de cajeros gratuitos en los centros
comerciales, gasolineras, etcétera, supongo que concebidos para paliar la
escasez de sucursales bancarias, mostrando así el camino a nuestra banca tan
ansiosa de cerrar oficinas y desprenderse de empleados. Me parece una solución
imaginativa para incitar al consumo y atender a la clientela; ninguna comisión
se cobra, no importa la tarjeta que tengas.
La fiesta
de cumpleaños de mi nieto –motivo de mis viajes a la isla- , reunió en la misma
casa, aparte de nosotros, a seis parejas y sus diez retoños. Los adultos, de
España, Argentina, Alemania, China, Tanzania, Australia, Polonia, Chequia e
Italia, todos ellos con formación universitaria traída de sus países
respectivos y con trabajos en niveles acordes a la misma, constituyen una
muestra de esa inmigración que ha hecho saltar todas las alarmas en el establishment inglés que, por el
contrario, piensa que han llegado al país para aprovecharse. Estos inmigrantes venden
su fuerza de trabajo en un país que tiene dificultades para cubrir esos puestos
-y, por lo tanto, son contratados-, pagan sus impuestos, animan el consumo,
adquieren propiedades, y, si permanecieran en el país a largo plazo, aportarían
una savia nueva de la que el Reino Unido parece estar bien necesitado. Porque
los desaforados turistas que vienen a Salou a hacer balconing ahítos de cerveza
no parece que puedan dar mucho juego en el futuro. Como mucho, valdrán
para abarrotar los estadios de fútbol o
de rugby, que para eso mantienen precios asequibles.
Esta
es la impresión que extraigo de esta estancia en la pérfida Albión, que me
seduce con su campiña, sus bosques, sus ríos y canales y, cómo no, con sus pubs y sus ales.
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