Este artículo se ha publicado en la revista OP Machinery en su número de este mes de febrero.
En
su Mis chistes, mi filosofía
(Anagrama, 2015), el filósofo esloveno Slavoj Zizek, nos cuenta un chiste
polaco de la época socialista. Un hombre entra en una tienda y pregunta: “¿No
tendrá mantequilla, verdad?” El dependiente le responde: “Lo siento, pero
nosotros somos la tienda que no tiene papel higiénico; la tienda que no tiene
mantequilla es la de ahí enfrente”
Al
margen de unas calles grises y tristes, en las que apenas había viandantes,
salvo en las proximidades de unos edificios de una o dos plantas a bastante
distancia unos de otros, que albergaban los escasos y pequeños comercios con
una cierta especialización, todos ellos estatales y, por ello, muy mal
abastecidos, poco más se podía encontrar en los barrios de las ciudades de
cualquier ciudad de la Europa del este en los años previos a la caída del
sistema mal llamado socialista. El chiste muestra de una forma muy divertida
aquél problema del desabastecimiento, tan frecuente.
La planificación
económica, los planes quinquenales de producción normalmente a espaldas del
mercado y de las necesidades de la población, la ausencia de importación y/o la
necesidad de dedicar a la exportación todos los recursos, producían ese
fenómeno del desabastecimiento, haciendo que los empleados de los almacenes se pasaran
largas horas mano sobre mano.
Esa
era la consecuencia de aquellas políticas –de la carencia de auténticas
políticas, si se quiere- de empresa. Por el contrario, en nuestro mundo
occidental, es el mercado quien manda, el empresario atiende a la voz del
cliente, que le dice lo que quiere, y eso que el consumidor desea se fabrica y
se pone a la venta en unos comercios atractivos y bien atendidos. Y procurando
que el lapsus necesario desde que se decide lo que se va a fabricar y el
momento en que se pone en el escaparate, sea lo más corto posible.
En
acertar en el gusto del consumidor y en fabricarlo en tiempo y coste, reside el
éxito; pensemos en el fenómeno Zara y tendremos uno de los ejemplos más
ilustrativos. (Este sistema de mercado tiene otros defectos –y muy graves- pero
no entraremos en ello en estas líneas)
Pero
no siempre ocurre así. Mientras yo leía el librito de Zizek, en dos comercios
distantes quinientos kilómetros entre sí, me fue dado observar este pasado
verano dos hechos protagonizados por la misma empresa. Solo diré que se trata
de una gran multinacional de productos derivados de la leche.
En
uno de ellos, una tienda de cercanía de unos doscientos metros cuadrados, con
mucho movimiento y más de media docena de empleados, se mantuvo en el estante de
los productos de la referida empresa un cartelito escrito a mano por el propio
supermercado, donde pedía disculpas a sus clientes por un notorio problema de
desabastecimiento, y lo achacaba a la pretendida imposición de la multinacional
de aprovisionarles con lo que ella quería y no con lo que le pedían, que era lo
que los consumidores deseaban.
En
el otro establecimiento, más modesto que el anterior, una tienda familiar
atendida por tres personas, la dueña me explicó que no les atendían bien, que
trataban de imponerles los productos que habían de tener en stock y no los que
ellos pedían, y que además lo hacían en plazos menos convenientes.
Las
concomitancias entre estos hechos muestran, a mi modesto modo de ver, que si
bien la planificación centralista no es la solución a los problemas del
mercado, la posición dominante de mercado tampoco nos da la solución, por lo
que el ciudadano, como consumidor, debe ser cauto en sus decisiones de compra
para no caer en poder de los monopolios, y, como sujeto político, debe prestar
oídos sordos a los cantos de sirena que ensalzan las grandes ventajas del
mercado como el único y más infalible sistema de asignación de recursos para la
sociedad.
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