Esta entrada se publicó en la revista Euroequipos en el número de mayo de 2010, y a continuación en este blog. Le había ofrecido su lectura a mi amiga Lucía, lectora infatigable, pero por razones que ignoro, se había perdido, por lo que vuelvo a publicarla.
Notó
que la gacha se ponía racha. Harto ya de muriar y erguinear todo el
día arrimóse a la junia con tiento; no era britaña ni cotea sino
junia cabal. De su experiencia con sioscas y tulimainas nada había
obtenido sino purgaciones. Queriendo garlear con ella le preguntó
por su edad: “paso de las batebí zuquenas”, le contestó,
ofreciéndole la su tafarilla. Él la palpó y sintió un
endurecimiento de sus zaquiros y como se le entonaba la zulara. La
junia se puso baltria. ¡Evohé! ¡Evohé! Al rato empezaron a
entalar. “Ostígame, man de manes, te dico chumo”, sin canguelo
por quedar mindulada. Pasó mucho tiempo y aún toda la racha. “Yimis
nejo te ostigo” contestó al fín, cansado de garlear y entalar
toda la racha… al rato despertó y le gustó lo soñado.
Pero
tenía que pasar por la ciba de quico; allí junto a la misma guxara,
cerca de una suanela, bajo unos camándules, tenía un chiqui de
araguía que había latreado al hijo de soxca de la bayuca. Mas un
fandocu habíase encontrado con el botín. Hubo de conformarse con
alambriz y mínchula que metió entre guitu con un poco de urdalla.
Tras gandir lo que pudo preparóse la saule y se metió en ella.
Recordó su sueño y le dio por cavilar lo xido que sería
escanduciarse con una junia como aquella; tener donde alojar la
argularia, palparle el ostigucio y el pirrián, sin hablar de ostigar
cuando le viniera en gana, o meramente, gualdiarle las margaritiegas.
Cio andariguear ñoliego, tener la propia ciba, con urnias y urriacos
en la zancarria, y aún un cuatropión para el asueto. Cio depender
de un domil, cio volver a la erguinería, que bien pocas peludas da,
y cio andar ergolimbú como su argaño. Sentar la moruga, tener una
junia, un murguecillo a quien echar un bisnero, y si un día hay que
apurrar, que todo prora, quedar feliz de ser un buen aldrape y cio
más un charrigondu, como hasta la fecha había sido.
Nota
aclaratoria:
Este
es un texto construido con préstamos de la xíriga, de
los tejeros de Llanes, que ofrece similitudes con la pantoja, de los canteros de Trasmiera, con la mansolea, de
los zapateros de Pimiango y Noreña, con el bron, de
los caldereros de Miranda, con el barbeo,
de los cesteros de Peñamellera, con el caló, de
los arrieros de Quintanar de la Orden, y con la propia de los
canteros de Munilla (Burgos).
Todos
ellos y muchos más, entre los siglos XVII al XX, crearon una
jerigonza propia con la que pudieran reconocerse y, al mismo tiempo,
hacerse fonéticamente invisibles
para los demás en sus idas y venidas y en sus tratos comerciales. A
ellos y a todos los humildes menestrales de todos los tiempos vaya mi
sincero reconocimiento.
El
título del texto es una obvia referencia al ordinal homónimo de la
Rayuela cortazariana,
una de las obras señeras de la narrativa en español y donde el gran
Julio creó también una nueva jerga, su famoso glíglico. Yo no he pretendido más que que tratar de imitarle, a sabiendas de que no sería posible; con que lean ustedes el auténtico Capítulo 68 me doy por satisfecho.
Para
él mi mayor admiración.
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