Una.
Hoy, tres de febrero, ha tenido lugar en el Congreso de los Diputados la apertura de la
nueva legislatura. Ha acudido como figura invitada Felipe VI,
acompañado de la familia real - parece ser que hoy las niñas no
tenían clase. Si bien se había vestido de civil para la ocasión,
se había echado al cuello lo que parecían los cordones de un
cortinaje de palacio, de esos pesados y añosos; después
del acto hubo un desfile militar.
Yo
me pregunto porqué en un acto político civil como el que se
celebraba era preciso un desfile militar; no estamos en guerra y no
creo que se tratara de emitir aviso alguno a nadie, que yo sepa. Lo
propio podía haber sido un desfile de representantes menestrales,
que son parte de los que cimentan la sociedad española.
El
discurso que le dieron a
leer fue aplaudido durante
cuatro minutos, pues
incluía frases como que España nos pertenece a todos, y que ningún
español nos debe ser ajeno, simplificando.
Sinceramente pienso que un hombre inteligente como él habrá tomado
nota del significado de esos aplausos, y no se prestará a leer
discursos como el del 3 de octubre de 2017, si es que otro gobierno
volviera a ponérselos
bajo sus ojos. Sería,
además, de agradecer.
Dos.
La revista XLSemanal, del
grupo Vocento, publica en su número del 9 al 15 de febrero los
habituales artículos de Pérez-Reverte y Juan Manuel de Prada.
El
del ilustre académico y ex cronista de guerra, está en perfecta
sintonía con lo que su autor nos tiene acostumbrados; la parte
bélica de su texto habla esta vez de los legionarios españoles, y
hace un extenso panegírico de las hazañas, según él muy
conocidas, del tercio en el monte Gurugú. De paso equipara sin mala
intención, pues suena del
todo casual, la
intervención
de los legionarios españoles durante la revolución de Asturias,
donde los que murieron eran españoles, con el roto que hicieron a
los bereberes en el citado monte, bereberes
que defendían su país, dicho sea de paso.
Pero bueno, lo importante
son los legionarios, porque, citando palabras textuales, la
vida, que tiene sus propias reglas, de vez en cuando exige a ciertos
seres humanos que sepan morir sin protestar, con decoro y sencillez,
como es debido. Y ellos saben.
De los otros muertos no hablemos, no hace falta, no tuvieron quizás
tanto decoro al morir, quizás no estaban tan entrenados como para
eso o
eran de otra pasta.
Al fin y al cabo, como dice él, la vida tiene sus propias reglas;
debe ser cierto, no es cuestión de discutírselo.
Cuando
leo este tipo de cosas me acuerdo siempre de los Gurkhas,
una fuerza de choque del ejército colonialista británico formada
por gente aguerrida y entrenada para matar y reclutados
en
Nepal, si no recuerdo mal. Ya se sabe, aquellos que probaron sus
machetes debieron saber en
su último estertor que
la vida tiene sus propias reglas.
Tampoco
nos dice nada de la cadena de mando del glorioso tercio, que en
aquellos tiempos terminaba en la persona del general Millán Astray,
de infausta memoria.
Por
su parte, Juan Manuel de Prada, conservador
en lo religioso
y
progresista en lo social, como se define él mismo,
enredado en la búsqueda de documentación sobre la trayectoria vital
de la poetisa Ana María Martínez Sagi, autora que está estudiando,
nos cuenta las andanzas de los refugiados españoles en la Francia
invadida por Alemania, refugiados
a
los que la
Francia ocupada hizo
comprender
que no eran bienvenidos – igual
que procedió, obedeciendo también
ordenes
de Berlín, a efectuar
redadas
de judíos para enviarlos
a los campos de exterminio.
Resulta
que muchos documentos y archivos franceses de la época que
contenían información sobre los refugiados españoles
fueron trasladados primero a Berlín, y después a Moscú. Y
finalmente, nuestro escritor ha
sabido
que los documentos que quedaban y habían sorteado tales
peripecias,
estaban siendo destruidos gracias a una ley francesa que lo permitía
si
dichos archivos tienen ya
más de ochenta años.
Pues
bien, Prada reparte las culpas de este despojo entre los franceses
que lo han llevado a cabo y los españoles que no han andado listos y
no los han reclamado a tiempo; ahora tendríamos la verdadera
historia de los sufrimientos de aquellos españoles en tierras
francesas.
¿Y
quien tiene la culpa de entre los nuestros? ¿Rajoy que decía, con
aquella sorna suya,
que los presupuestos para la Memoria Histórica, durante
sus mandatos
se habían mantenido constantes, es
decir, siempre en
cero euros? No, por Dios, la culpa la tiene el actual gobierno,
que exhumó al
dictador con el que sus papás medraron. Ni
siquiera concede a este gobierno el beneficio de la duda: si él ha
descubierto ahora
la
destrucción de los archivos, ¿no le ha podido pasar lo mismo al
gobierno?
Es
de suponer que tras escribir tal panfleto en defensa de no se sabe
qué, haya corrido a confesarse, como manda la religión que profesa,
por
levantar falso testimonio, o, al menos, dejar caer insidias sobre el
proceder ajeno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario