Artículo publicado en la revista OPMachinery, en su número de noviembre-diciembre últimos.
Hace un par de semanas un colega de aficiones socio económicas me envió una nota de audio que un periódico publicó en su sección de Cartas al Director. Como el individuo en cuestión no indicaba su nombre, no faltaré a la discreción debida si reproduzco sus palabras: “Discrepo de quien opina que las casas con un baño son de gente pobre. Yo no me considero pobre. Llevo 46 años trabajando. Nos dieron la casa en el 78, hace 42 años. Y tenemos dos habitaciones y un baño, salón y cocina. No me considero pobre.”
No podemos conocer el motivo que impulsó a este hombre a esa aclaración, pero sí podemos aseverar que a él le pareció infamante: él no se considera pobre. Seguramente nuestro amigo esté ya jubilado, si ha cotizado en el régimen normal. Dice nos dieron, lo que indica que está casado, pero no sabemos si ha tenido o no familia. Llevaba cuatro años trabajando, y parece que no le fue tan mal como para entrar, con ayuda familiar o sin ella, en el proceso de compra del piso – aunque él hable de una casa; hoy eso sería de todo punto imposible. Desde ese momento en adelante, y a lo largo de esos 42 años, no sabemos cómo le ha ido en lo económico, y sigue en el mismo piso, que dicho de paso, tiene todo lo que debe tener para que una pareja viva cómodamente.
Hay mil y una maneras de estimar la pobreza; la riqueza es cada día que pasa más inconmensurable, por tal sendero ha ido el vertiginoso desarrollo de este sistema que algunos ya ni llaman capitalismo. Que si el PIB per cápita, que si el índice de Gini, que si el Indíce de Desarrollo Humano, hay distintos métodos que tratan de establecer baremos, pero por mucho que nos esforcemos no encontraremos nada exacto. Y además hay que contar con el factor subjetivo. Nuestro hombre, me atrevería a afirmar, está satisfecho con el piso (el pisito iba a decir, pero no) que le dieron en el 78. Que haya tenido algún apuro para pagarlo, o no, en él han crecido sus hijos, quiero suponer, y sus muebles han sido mudos testigos de las broncas que haya podido tener con su mujer. Allí sigue, no ha tenido la tentación de cambarse a otro con dos baños, o los estudios de su prole no le han dejado, y ahora, a su edad, echando la vista atrás, hace balance y se siente satisfecho. Sentirse satisfecho con lo que se tiene, con lo que se es, y con la forma en que se vive, es la base de la felicidad, como todos sabemos. Por eso él reivindica su situación: no es pobre. Por más que su piso no tenga más de un baño, que le basta y le sobra.
Posiblemente tenga también un utilitario con muchos kilómetros, o venga de cambiarlo por otro parecido. No es como esos, que a la hipoteca de su piso de dos baños añaden el préstamo por el Audi o el BMW, o el Mercedes si tienen una edad como la suya, que esto de las marcas de los coches para aparentar que no se es pobre, va por edades. Ellos sí que son pobres, los que han hipotecado su tiempo y su vida para pagar deudas por bienes que, a todas luces, les vienen grandes.
Al margen de los millones de ciudadanos que están en auténticos niveles de pobreza, que cada día son más y cuyo número va a seguir aumentando, hemos de concluir que no, nuestro hombre no es pobre, aunque solo tenga un baño.
Y afortunadamente para él, ha llegado a un horizonte vital al que no todos los demás van a poder llegar en esas condiciones. Sobre todo los más jóvenes. Las condiciones de vida empeoran para la mayoría y no hay indicios de que vayan a mejorar; no, tener un piso con cocina, salón, dos habitaciones y un baño, no es cosa de pobres. Pobres son, por ejemplo, los sin casa, que duermen en la calle donde pueden, o con suerte en un refugio público, y pasan el día en espera de que vuelva esa negra noche.
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