Ha pasado un mes de la manifestación del 12 de octubre – perdón, quería decir desfile-, y me parece oportuno un somero análisis. Por tirar la primera piedra, uno piensa que estos desfiles militares pueden tener pleno sentido en países que hayan tenido la desgracia de ver hollado el suelo patrio por las botas de invasores extranjeros, o para conmemorar una independencia largamente esperada, pero creo que no estamos en esos supuestos. Los portugueses nunca han tenido tentaciones de invadirnos y los franceses lo hicieron en los tiempos de Napoleón pero, para nuestra desgracia – es una opinión personal, claro-, les salió mal. Y de esto hace más de doscientos años, de modo que en ese lapsus de tiempo no ha habido fuerzas extranjeras que hayan penetrado en España. Bueno, perdón, en 1936 entraron tropas marroquíes, musulmanas, incultas y asilvestradas, pero fue para salvarnos de las hordas rojas, del comunismo y tal y cual, y en defensa de la fe católica, y ya de paso desfogarse con las mujeres supuestamente republicanas que cayeran en sus manos, aunque alguna de las otras también caería. Y para colmo, venían comandadas por los que se consideraban a sí mismos como verdaderos españoles.
El hecho es que ya no sabemos muy bien si se celebra el día de la patria, la fiesta nacional, la hispanidad, o simplemente la virgen del Pilar. Y repito ¿qué sentido tiene reeditar año tras año ese famoso desfile del día de la patria? Porque los militares ya tienen su día, como lo tenemos otros gremios u oficios. Al margen, digo, de que algunos posibles descendientes de aquellos encuentros sexuales puedan dedicarse a abuchear al presidente electo de los españoles cuando no es el que ellos quieren. Pero lo hacen, eso sí, al amparo de la bandera rojigualda, mientras pueden observar con una mezcla de arrobo y envidia el paquete de esos superhombres que se alistan en la legión, en tanto los de la UME siguen dedicándose a lo suyo (que es lo nuestro) y ganándose el sueldo en la isla de La Palma. Es difícil saber qué pensará el rey de este comportamiento que, dicho sea de paso, se produce en su presencia. ¿Pensará si alguno de esos insultos puedan ir contra él? ¿Pensará que la próxima vez ese cambio de objetivo pueda producirse? A poco inteligente que sea, que no me cabe ninguna duda, haría bien en optar por la segunda opción, pues de esa clase de personas que abogan por el insulto como medio de expresión poco puede esperarse, y, además, pueden cambiar de opinión de un día para otro.
Por otro lado, para muchos ése desfile conmemora la gesta americana y la Hispanidad, y tendríamos que preguntarnos ¿en qué estima tenemos a los sudamericanos, que forman la parte más importante de esa hispanidad, cuando los llamamos sudacas o machupichus? Pareciera que solo son buenos como camareros, repartidores o monjitas para mantener en pie los conventos que van quedando vacíos, aparte de hacer posible el cuidado de nuestros mayores con educación, respeto y todo el amor del mundo. Para eso pueden valer, siempre que se conformen con lo que se les pague y no planteen problemas. Incluso hay alguno alistado en el ejército español, aunque confundamos Honduras con El Salvador, como en la arenga de aquél famoso ministro del Yak 42. Que, por cierto, nunca he comprendido por qué las ministras de defensa del partido socialista parece que levitan cuando están en algún acto oficial y ondean las banderas y abundan los peitos de lata, como dicen los gallegos refiriéndose a esa profusión de chapas multicolores en las pecheras.
Se habla ahora del problema que tienen los ingleses con la escasez de mano de obra extranjera, a pesar de que tienen un índice de natalidad superior al nuestro, que no nos alcanza para mantener nuestra población que solo aumenta por la inmigración.
¿Podemos imaginarnos una España sin esos y otros inmigrantes?
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