Ha habido algún lector que me ha dejado caer que eso de que España es un país de pandereta, frase con la que rematé la entrada anterior “La pena de telediario” puede ser, digamos, un tanto exagerada. Es posible que tengan razón, aunque si sirve para entablar una amigable y cariñosa conversación, doy la frase por válida.
Pero es que, además, se ha producido un hecho estos días atrás que si cambiamos la pandereta por la procesión, me atrevo a reafirmarme en mis opiniones.
Veamos: En Sevilla se ha celebrado la semana pasada el II Congreso de Hermandades y Piedad Popular al que han acudido, además de las españolas, autoridades eclesiásticas de Alemania, Italia, Holanda, Bélgica, Suiza, etcétera hasta un total de más de 1,800 congresistas religiosos. Es de suponer que, como sucede en los congresos, cada uno se habrá pagado el viaje, y el alojamiento se habrá llevado a cabo en los conventos de la diócesis hispalense. Pueden imaginar que los elogios de los congresistas sobre los pasos y la hermosura de las imágenes habrán ido parejos al efecto que la asistencia a las procesiones tiene sobre el alma, la caridad y la bondad de aquellos que los ven pasar.
Se ha destacado asimismo el efecto multiplicador (así se llama en economía) de las procesiones en la economía sevillana, donde hay múltiples empresas que diseñan, fabrican y mantienen en perfecto estado las imágenes, los ropajes, etc,. Los intereses de este sector han chocado con los de los bares ubicados en el recorrido procesional, al no poder estos sacar mesas a las aceras ocupadas por un público que se ha estimado en torno a 1.000.000 de asistentes. Por estos intereses gremiales contrapuestos se ha suscitado un debate; que si la Magna – sí, señores, se llama así – ha salido 12 veces más cara que una final de la Copa del Rey, ese tipo de cosas. La realidad, incluyendo el coste de las fuerzas del orden, municipales, policía nacional, guardia civil, sillas, etcétera, se ha estimado al pié de los 3.000.000 de euros. En estos momentos, alguien estará pensando en qué se podría haber empleado esa suma de dinero. Por su parte el obispo en su homilía les agradecerá la asistencia y ratificará el respeto de los asistentes al paso de las imágenes que se traduce en lo piadosos que todos han sido, por lo cual serán recompensados en el más allá.
La ciudad de Sevilla tiene una población que no llega a los 700.000 habitantes en tanto que el total de la provincia sevillana no alcanza los 2.000.000. Si los asistentes, niños y mayores, a La Magna se ha cifrado en 1.000.000 entre autóctonos y turistas. ¿Sería exagerado decir que España, no solo Sevilla entera, es un país de pandereta?
Los habitantes de las “3.000 viviendas” y demás barrios marginales de Sevilla y provincia y, por supuesto de toda España, siguen bien, gracias!
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