Arco es la mayor feria española de Arte moderno y contemporáneo y una de las más importantes del mundo.
Sobre estas manifestaciones artísticas es muy frecuente oír comentarios como: ¿Y eso es arte? Si eso lo hace cualquiera, o bien, Dicen que lo ha pintado un chimpancé. También son muchos los que abogan por un carácter combativo para el arte; recuerden aquellos versos de Celaya en La poesía es un arma cargada de futuro: Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
De modo que cada uno se acerca al arte de muy diversas maneras, pero para los que quieren ver un poco más allá, para los que buscan –y a menudo, encuentran- un mensaje, a ésos recomiendo la contemplación de la obra presentada en Arco por Eugenio Merino, donde aparece un muñeco de Franco dentro de un frigorífico con el diseño de Coca-Cola. Y también que lean la reseña que publica hoy El País con comentarios del propio autor. Comentarios sobre la propia feria, sobre el arte contemporáneo y sobre la vigencia del dictador español.
Sobre este último aspecto, la permanencia del pequeño dictador, que muchos niegan con el argumento de que murió hace treinta y seis años y hoy ya no interesa a nadie, quiero señalar que me parece muy necesario que alguien con la suficiente entidad lleve a cabo un ensayo sobre la dicha permanencia desde diversos puntos de vista, sean políticos, económicos, sociológicos y sociales, e incluso, psicológicos.
Yo soy de los que creen que el enterrado en el Valle de los Caídos proyecta aún con gran nitidez su malévola influencia sobre nosotros, sobre una sociedad que ha sido permisiva y permeable ante su herencia en casi todas las facetas de la vida. Muchas de las contradicciones y miserias que afligen a nuestro país tienen su origen y explicación en los largos decenios de su dictadura ¡Qué razón tenía cuando dijo que lo dejaba todo atado y bien atado!
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