Según
lo entiendo yo, los partidos políticos acuden a las elecciones con un programa
que, para entendernos, llamaremos programa de máximos. Es decir, es de esperar que si un partido gana unas
elecciones con la mayoría suficiente como para gobernar con el respaldo necesario
en el Congreso para sacar adelante las leyes que presente, ese partido aplicará
su programa máximo. (Lo que ha hecho el PP en la última legislatura, hacer lo
contrario de lo que anunció, es otra cosa que dejo a la definición de ustedes)
Ahora
bien, el asunto se complica si el partido en cuestión no obtiene esa mayoría,
sino que sus resultados sólo le permiten entrar en un gobierno de coalición con
otro u otros partidos (que también tienen sus programas, claro) Entonces, cada
uno de esos partidos intervinientes, si quiere llegar a acuerdos y formar
gobierno, tendrá que hacer dejación de alguna de sus propuestas programáticas,
y, al mismo tiempo, aceptar alguna del otro o los otros en disputa. Esto vale
tanto si se trata de formar gobierno como de permitir el gobierno de otro
dándole apoyo parlamentario. A esto es a lo que hemos estado acostumbrados cada
vez que el PP o el PSOE han necesitado los votos de los nacionalistas vascos o
de los catalanes (recuerden cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad)
O
sea, que en esta tesitura, decir que se tienen líneas rojas, es decir que hay
aspectos del programa a los cuales no se va a renunciar de ninguna manera, es un
lo tomas o lo dejas, vamos. No hay posibilidad de negociación. Dicho en los
primeros momentos puede servir para descolocar a los demás, pero mantenerlo
después es una negativa al diálogo.
Ese
después aún no ha llegado. Hemos asistido durante este último mes a un circo
con muy poco espectáculo, por no hablar de la calidad de los circenses, sólo
superada por la del circo mediático, que es aún muchísimo peor. No sé qué
pensarán ustedes, pero a mí el aburrimiento me llega hasta las cejas. Pero ese
después está a punto de llegar. Los partidos van a empezar a hablar entre
ellos, y es en ese momento cuando vendrá el turno de las discusiones, de las
renuncias, o, lo que es peor, de las rupturas. Todos los partidos van a tener
que ceder, y un país postrado por la
crisis está esperando justamente eso.
¿Sería
entendible que no se formara un gobierno que no tuviera en su programa la lucha
contra el paro, contra la precariedad, contra los bajos salarios, contra la
desigualdad, contra la corrupción, que no luchara por una regeneración ética y
moral de la administración, empezando por la de la justicia, que no mejorara el
estado de la sanidad, de la educación, que no devolviera Televisión Española a
los españoles? ¿Serían este tipo de propuestas las prioritarias o hay otras?
¿Qué
piensan ustedes?
Totalmente de acuerdo con el contenido de éste artículo, Selene
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