El siguiente artículo fue escrito a finales de septiembre de 2015, pero por un inoportuno traspapeleo, se ha publicado en el número de febrero pasado de la revista OP Machinery.
A la luz de los acuerdos a que trata de llegar estos días Europa con el gobierno turco, considero que aún tiene actualidad.
En
mi anterior reflexión sobre Europa (y su rapto) centraba mi análisis sobre el
caso griego, que congregaba todas las miradas de la actualidad en aquellos, ya
lejanos días, de la segunda mitad del mes de julio.
No
teníamos la foto del pobre niño ahogado en la playa turca, ni sabíamos de Petra
Laszlo, con su alevoso repertorio de patadas y zancadillas. Todo ello nos ha
hecho despertar a una nueva realidad. Para constatar, de la forma más
desesperanzadora posible, que en Europa no hay, tampoco, una política común, un
sentimiento común, ni una vergüenza común. Y hemos aprendido que veremos
imágenes aún más crudas, a medida que el “General Invierno” endurezca su
táctica.
El
resultado de las elecciones griegas nos ha sido silenciado. Creo que es lícito
preguntarse si hubiera ocurrido lo mismo en el caso de un resultado
diametralmente opuesto. Estoy seguro de que no, el gobierno español habría
preferido un triunfo de sus correligionarios griegos, como habría preferido
también que las opciones independentistas se desinflaran en el caso catalán.
Por el contrario, ha tenido que ver cómo los griegos han optado por que sea
Syriza quien administre la miseria a que lo haga, quedándose de paso con la
comisión por la gestión, el partido de Nueva Democracia. Algo parecido le ha
pasado con Portugal. Y ha tenido que ver también el poco apoyo cosechado en
Cataluña, aviso de lo que le va a ocurrir en las elecciones generales de
diciembre.
¿Existía
Siria en aquellos momentos? ¿Dónde estaba el foco de las noticias, cuando ya se
habían movido millones de sirios –familias enteras o lo que quedaba de ellas-,
cuando esos grupos humanos se movían por Turquía y Grecia, fundamentalmente? En
Europa no se hablaba de ello, y, lo que es más grave, las estructuras de gobierno
europeas no avisaban de lo que se avecinaba. Ha habido quienes han comparado
este éxodo de ciudadanos del Oriente Medio con el de los godos que, presionados
por Atila, llamaron violentamente a las puertas del decadente Imperio Romano.
Aquél proceso adelantó en poco más de cien años a la caída de Roma.
En
estos mismos momentos asistimos a la erección de nuevas vallas, dotadas de
concertinas –made in Spain- en las fronteras de Hungría, que ha copiado el
mismo procedimiento puesto en marcha por España alrededor de Ceuta y Melilla. Y
ello, rompiendo un acuerdo tomado en Bruselas por los responsables políticos de
la Unión Europea.
Supongo
que es pronto para decir cómo va a resolverse este conflicto. La solución segura
va a ser la del largo plazo, de tal modo que bien podemos decir que Europa será
mestiza o no será; la defensa a ultranza del propio y escaso bienestar ante la
amenaza de una riada incesante de inmigrantes cuyo empuje parece avasallador no
nos deja otra opción racional: quinientos millones de africanos darán el salto
en un momento u otro, y otros tantos asiáticos tantean también su oportunidad.
Este es el futuro que le espera a Europa, ya sea cuestión de años o de unos
pocos decenios, pero no tardarán tanto como los bárbaros del norte que acabaron
con el Imperio Romano.
Sea
como fuere, parece que tenemos que concluir en que de aquella Europa que supuso
un sueño común queda muy poco, si no es nada. Al escribir estas líneas, puedo
decir que estamos como al principio: la solidaridad europea se ha esfumado; los
refugiados se quedarán en sus campamentos y ningún país llevará a cabo la
acogida; esperaremos a que el crudo invierno cumpla su misión, las bajas sean
importantes y esto desanime a la diáspora. Apenas queda la esperanza de que, como
en otras ocasiones tan oscuras como ésta, los europeos hayan sido capaces de
imaginar otra realidad y luchar por hacerla posible. ¿Habrá bombas para todos o
Europa será capaz de organizar esos movimientos de otra manera? ¿Tendremos los
líderes necesarios que señalen el camino o seremos guiados por los servidores
de otras instancias, otras superestructuras, otros intereses que trascienden el
mero interés de las personas?
Ustedes,
¿qué piensan?
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