Este artículo se publicó en el nº de marzo de la revista OP Machinery
Hay
tres hechos, sin ninguna relación entre sí, que tienen ciertas concomitancias
que quiero presentar a su consideración. He de añadir que para cuando ustedes
lean estas líneas, dos de ellos, los menos importantes, habrán quedado
cubiertos de polvo, en algún rincón de nuestra memoria; el tercero, en cambio,
seguirá ganando densidad, sin que podamos aventurar que rumbo pueda tomar. Vayamos
por partes.
La
ciudad de Málaga ha sufrido hace un par de semanas una huelga de los
trabajadores de la limpieza pública. Huelgas hay en todos los lugares y en
todos los momentos. La empresa trata de minimizar sus costes, y en tiempos
críticos como los actuales, con una legislación laboral favorable, ese objetivo
recae sobre todo en los empleados; así, España ha logrado, a costa de los
trabajadores, ser un modelo en toda Europa en cuanto a bajos salarios, menores
derechos sociales y nula falta de estabilidad laboral, factores que conducen a
la extensión de la pobreza y a una mayor desigualdad social.
El
segundo hecho fue el deseo expreso de un concejal catalán del PP de que la
alcaldesa de Barcelona se dedicara a fregar suelos.
Estarán
ustedes conmigo si les digo que todos los trabajos son dignos, si se ejecutan
con dignidad –valga la redundancia- y con profesionalidad. Las mujeres que
fregaban suelos y escaleras, antes de que un español inventara la fregona, lo
hacían de rodillas, dejándose las uñas en
el empeño. Yo recuerdo haberlo visto siendo niño, en aquellas estrechas y
oscuras escaleras de madera. Nunca se me ocurrió dudar de su dignidad, y nunca
lo he hecho. Al igual que de otros muchos trabajos que en aquellos años se
hacían con mayor exigencia física que en la actualidad. Todo tipo de trabajo
conlleva la misma carga de dignidad, y, si me apuran, aún me parecen más dignos
los que, en la parte más baja de la escala social, son ejecutados por personas
humildes que transmiten en su quehacer una carga de decencia y amor por lo bien
hecho, que no se encuentra en otros trabajos de mayor relieve.
Tal
consideración es extensible al gremio de los trabajadores de la limpieza; lo
afirmo sin ningún género de dudas. Y también sin dudas, les puedo decir que es
propio de la condición humana desear que nuestros hijos tengan, de adultos, una
vida mejor que la nuestra, por la vía de un mejor trabajo. Pues bien, ya es
hora de que lo sepan: una de las clausulas que los trabajadores de Málaga
reclamaban era el derecho a legar su puesto de trabajo a su jubilación. Ignoro
si han mantenido ese derecho, eso no importa ahora, pero me parece un indicio
claro de la situación en la que actualmente se encuentra España.
El
tercer hecho se refiere al impulso primero que tenemos los humanos, que es el
de salvar nuestra vida. Seguir ese impulso, salvar la vida propia y de su
familia, y si es posible mejorarla, es lo que intentan cientos de miles de
sirios e iraquíes y otras etnias, a los cuales la estructura política en que
estamos encuadrados responde de una manera que no me atrevo a describir aquí,
en consideración a ustedes. Creo que los refugiados y las imágenes de Siria en
general son para nosotros como un espejo que nos devuelve aquello que no
queremos ver de nosotros mismos. En unos produce rabia y odio hacia los
desvalidos; de ahí, el comentario del concejal. En otros, renueva la sensación
de desamparo que se va apoderando de los españoles ante un futuro sin esperanza
de una vida mejor; por eso, el deseo de legar un puesto de trabajo, aunque sea
de barrendero.
Quizás
ustedes encuentren otras concomitancias entre los tres hechos de que hablábamos
al inicio; para mí son caras del mismo prisma, y para finalizar permítanme que
les recuerde ese adagio que dice piensa
globalmente, actúa localmente. Las cosas están más interrelacionadas de lo
que a simple vista parece. Y, sobre todo, no nos dejemos engañar.
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