Este artículo ha sido publicado en la revista OP Machinery, en su número de abril del corriente año.
De la A a la Z
Airbnb,
Airtasker, Amazon, BlaBlaCar, BoatBound, Carpooling, CasaVersa, Cookening, Cookisto,
Coursera, CrowdTilt, Divvy, Eatwith, Etsy, Gudog, Handy, Homejoy, Instacart,
Lending Club, Lyft, Napster, NeighborGoods, Open Shed, ParkAtMyHouse, Postmates,
PiggyBee, PivotDesk, Proprly, RelayRides Sidecar, Spinlister, Swapsee,
TaskRabbit, Uber, WeWork, Zookal, Zipcar,…
¿Qué
son y qué representan estos nombres que acabamos de ordenar alfabéticamente? Simplemente,
nombres de empresas, algunas de ellas, muy conocidas actualmente y que tienen
varios denominadores comunes. Todas han nacido al calor de la revolución
digital, la mayor parte en los aledaños de Silicon Valley, como es natural,
pero otras en infinidad de países, algunas en el nuestro o en lugares tan
remotos como Sudáfrica o Australia, por no citar siempre los países europeos.
Hay más, muchísimas más, miles de ellas, todas con una vocación planetaria,
digamos, y la mayoría reivindicándose pertenecientes al movimiento de la Economía
Colaborativa.
¿Qué
es la Economía Colaborativa? Podemos decir que consiste en una oleada de nuevos
negocios que se sirven de internet para poner en contacto a clientes con
proveedores de servicios a fin de realizar transacciones en el mundo real, como
el alquiler de apartamentos por breves períodos, trayectos en coche o tareas
del hogar…”Transacciones informales como llevar
a un amigo en coche, tomar prestado su taladro, o hacerles un recado a
los vecinos; ayudar a los demás obteniendo a cambio un dinerillo extra; hacer
un mejor uso de recursos infrautilizados; comprar menos y compartir más; optar
por el acceso en lugar de la propiedad y alejarnos de un consumismo desaforado…”
“Todo esto suena bien, pero la realidad es que la economía colaborativa está
introduciendo un libre mercado despiadado y desregulado en ámbitos de nuestras
vidas anteriormente protegidos. Las principales compañías se han convertido en
monstruos corporativos y están desempeñando un papel cada vez más intrusivo en
las transacciones que fomentan para ganar dinero y mantener su marca. A medida
que esta economía colaborativa crece, está reorganizando las ciudades sin mostrar
ningún respeto por aquello que las hace habitables...” “Los mercados de la
economía colaborativa están generando nuevas formas de consumo más abusivas que
nunca…En lugar de liberar a los individuos para que tomen el control sobre sus
propias vidas, muchas empresas de la economía colaborativa están ganando pasta
gansa para sus inversores y ejecutivos y creando buenos empleos para sus
ingenieros informáticos y expertos en marketing, gracias a la eliminación de
protecciones y garantías alcanzadas tras décadas de esfuerzos y a la creación
de formas más arriesgadas y precarias de trabajo mal remunerado para quienes de
verdad trabajan en la economía colaborativa”. (Párrafos seleccionados de Lo tuyo es mío, de Tom Slee, Taurus,
2016, cuya lectura recomiendo vivamente si desean profundizar en este asunto)
De
modo que lo que en su origen tenía un aroma social, incluso ecológico, un
método para ganarse ese dinerillo extra con el que completar nuestros ingresos
en los ratos libres, se ha convertido, gracias a internet, en una actividad
desregulada y que introduce en la precariedad a los que trabajan para ella. Está
muy bien compartir alternativamente el coche cuando varios hacemos el mismo
trayecto; nadie puede oponerse a eso, pero subirse a un coche sin saber si
tiene los seguros en regla, ni siquiera si su conductor tiene carnet de
conducir, o es un conductor profesional, no me parece una práctica muy
recomendable. Detrás de un taxi y su
conductor hay una asociación gremial en la que interviene la administración,
cumple con una serie de normas y requisitos y tiene unas tarifas homologables.
Un conductor particular que quiere ayudarse a pagar su vehículo puede hacer que
el trayecto nos cueste menos, pero a costa de un esfuerzo adicional a su
jornada de trabajo. ¿Estamos seguros de que conductor y vehículo estén en las
debidas condiciones? En caso de accidente, ¿estaremos cubiertos? El taxista es
un autónomo o un empleado, pero en ambos casos, mejor o peor, tendrá una
jubilación el día de mañana, y habrá contribuido recíprocamente a la de los
demás. ¿Se darán estas circunstancias en el otro caso?
Y no es sólo ésta la cuestión, que con ser relevante
no es la más importante, al menos para mí. Me refiero al aspecto fiscal. Todas
estas empresas, independientemente de dónde tengan su domicilio social, donde
en realidad tributan es en el mejor de los casos, en Irlanda o en Luxemburgo;
es decir, países que, aunque pertenezcan a la UE, practican lo que se llama tax deal, u séase, negocian con la empresa
el tipo por el que van a tributar, que siempre será menor del 5%. Y lo que es
aún más grave, no dejan en nuestro país, si dejan algo, más que una parte
ínfima, testimonial de sus beneficios, que son muchos. Así que el cliente
español deja de pagar al taxi de su ciudad para pasar a hacerlo a una empresa
que practica la evasión fiscal descrita más arriba. Volvemos con la misma cuestión:
cuando reclamemos a nuestro Estado que mejore la sanidad o las carreteras ¿Con
qué dinero va a hacerlo? ¿Qué ventaja obtenemos como ciudadanos contratando con
este tipo de empresas?
Lea
también el artículo “El nuevo turismo” publicado en esta misma revista en el
número de junio-julio de 2017, o en mi blog https://literharturas.blogspot.com.es/search?q=el+nuevo+turismo.
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