Lo que yo vi en la manifestación de
la tarde del día 8 fueron miles y miles de personas de todas las
edades, con una gran mayoría de mujeres. Con algunos eslóganes que
los hombres no podemos suscribir porque son eslóganes de mujeres,
como el que decía: la talla treintayocho me aprieta el chocho,
porque era
su manifestación, la manifestación de las mujeres. Al
pasar frente a la catedral del Buen Pastor, en
San Sebastián, la pitada
contra el obispo Munilla fue monumental y
generalizada, aunque estoy
seguro de que lo que
oyó le
dio exactamente igual; él
está fuera de estos asuntos, su magisterio es otro y su rebaño
también. De otro mundo. Lo
ha dicho Pedro Sánchez: las manifestaciones del 8-M son el hoy y el
mañana, en tanto la de Colón es el ayer. De otra época.
Mujeres son las abuelas que nos han
tenido en su halda; las madres que nos han parido; las que son
nuestras compañeras, nuestras hijas y nuestras nietas; son personas,
aparte del vínculo que a ellas nos una en cada caso. No se puede ser
hombre si no se respeta a la mujer. Por mucho que enarbolemos
cualquier trapo, aunque lo llamen bandera.
No todos los asistentes acudirán a
votar, ni votarán lo mismo, de modo que la derecha patria no debe
preocuparse. Escribo estas líneas el 11 de marzo, en el décimo
quinto aniversario de los atentados de 2004. Todavía hoy es la fecha
en que los representantes del Partido Popular continúan ensuciando
la memoria de las victimas, al reclamar que se nos diga la verdad de
lo que ocurrió. Este empecinamiento es el mismo que demuestran con
el feminismo, una imposibilidad congénita para aceptar los hechos
como son y verlos como los vé la inmensa mayoría de las
personas.
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