Uno
de los más tempranos y persistentes recuerdos de mi infancia es el
arco de Carlos III. Sito a escasa distancia frente a mi casa, fue la
entrada a la fábrica de cañones de La Cavada; en su frontispicio yo
podía leer las palabras Carlos III Rey. Año 1784. El otro recuerdo,
más difuso, y del que ya he hablado en este medio, es un
autorretrato de Goya. Más tarde, supe que ambos, Carlos III y Goya
tuvieron algo en común que les hizo imperecederos: el primero fue ,quizás, el más notable rey español –aunque viniera de Italia- y el
segundo uno de nuestros mejores pintores, pintor de cámara del
propio Carlos III y de su hijo, Carlos IV.
Aquí
quería yo llegar, para encontrar un nexo común sobre lo que voy a
explicarles. La foto que viene a continuación es un retrato de María
Luisa de Parma, nuera de Carlos III y esposa de Carlos IV, y por
tanto, Reina de España.
No hace falta explicarles que se trata de un meme de entre los
miles que circulan a diario por las redes, pero que despertó mi
interés por nuestra querida María Luisa de Parma. No creo que haya
habido dinastía alguna que no se haya visto envuelta en robos,
expolios o apropiaciones indebidas, por ser suaves con las realezas;
es normal que esto ocurra cuando se ejerce un poder absoluto o cuasi
absoluto. Lo hemos visto en las dictaduras, sin ir más lejos la que
sufrimos en nuestro país hasta hace cuarenta y pico años, o menos,
y también en las democracias.
Limité
la búsqueda a tres medios: Wikipedia por neutral, el diario ABC por
ser el portavoz tradicional de los sentimientos monárquicos, y
Nuevatribuna.es por ser un diario digital comprometido con los
valores de libertad, igualdad y justicia, para compensar con el
anteriormente citado, ayudado en estas labores por mi mujer.
Y
nuestra María Luisa de Parma – de Borbón Parma, para ser más
exactos -, no se distinguió por su labor, digamos recaudatoria. Lo
que la ha hecho pasar a la historia fue ser una especie de devoradora
de hombres – solo en el aspecto sexual-, una ninfómana, o padecer
un acusado furor uterino o vaginal, como ustedes prefieran.
Pero
claro estos comportamientos pueden tener su mayor o menor trascendencia dependiendo
del oficio de la persona en cuestión. ¿Quién puede sospechar
acerca del comportamiento sexual de una abuela, por no citar
familiares más próximos? Pero, ¿y si la persona en cuestión tiene
como misión asegurar la descendencia precisa para mantener la
dinastía? Aquí, las cosas cambian. De modo que nuestra curiosidad
creció, y en éstas apareció un nombre clave en todo este asunto:
Fray Juan de Almaraz.
Sabíamos
que Carlos III fue un gran rey, en España, y en Nápoles, donde
ejercía el mismo oficio. Sabíamos también que su heredero Carlos
IV venía de fábrica con muchos defectos. Aprendimos que estaba
radicalmente en contra de que éste se casara con la parienta de
Parma. ¿Sabía o sospechaba algo? La familia Borbón reinaba en
Francia, en España y en amplias zonas de Italia...en fin, algo
conocería sin duda. Pero volvamos a la de Parma. Consumado el
matrimonio sabemos que tuvo 14 embarazos a término aparte de otros
10 abortos; total 24. De los primeros solo 7 llegaron a la mayoría
de edad, entre ellos el heredero, que habría de reinar con el nombre
de Fernando VII, de infausta memoria.
Pues
bien, lo más interesante vino con las declaraciones de Fray Juan de
Almaraz que era su confesor. Unos días antes de su fallecimiento la
Reina le requirió para confesión, y vino a decirle que “ninguno de mis hijos lo es de Carlos IV, por lo que la dinastía Borbón se ha extinguido en España”. Imagínense ustedes cómo se le quedaría
el cuerpo a nuestro confesor. Por su parte, María Luisa, sabiéndose
liberada de la pesada carga que oprimía su conciencia – pues eso
es la confesión católica, si no me equivoco- se dispuso a
encontrarse con el Creador misericordioso, cosa que acaeció a los
pocos días. Volvamos a Fray Juan: la misma carga de la que se había
liberado su señora la Reina, vino a depositarse en sus débiles
hombros eclesiásticos: la dinastía Borbón extinguida en España, y
él, ¡solo él!, estaba al tanto de ese extremo. Realmente, el Creador de
todo lo existente ponía sobre sus hombros no una carga, sino una
pesada losa. El futuro del reino estaba en sus manos, ¿qué debía
hacer? ¿hacérselo saber al Rey, por ejemplo? Pero, ¿y el secreto
de confesión al cual se debía? No creo que pudiera haber persona
tan atribulada en esos duros momentos sobre la faz de la tierra. Sea
como fuere nuestro fraile optó por una solución salomónica:
redactó un documento que no debería abrirse mientras él viviera,
con lo que satisfacía el secreto de confesión, al tiempo que dejaba
clara y concisa noticia de lo que la última reina le había
revelado. Vean el documento:
“Como
confesor que he sido de la Reyna Madre de España (q.e.p.d.) Doña
María Luisa de Borbón, juro imberbum sacerdotis cómo en su última
confesión que hizo el 2 de enero de 1819 dijo que ninguno, ninguno
de sus hijos y hijas, ninguno – de los catorce que tuvo – era del
legítimo Matrimonio; y así que la Dinastía Borbón de España era
concluida, lo que declaraba por cierto para descanso de su Alma, y
que el Señor la perdonase.
Lo
que no manifiesto por tanto Amor que tengo a mi Rey el Señor Don
Fernando VII por quien tanto he padecido con su difunta Madre. Si
muero sin confesión, se le entregará a mi Confesor cerrado como
está, para descanso de mi Alma. Por todo lo dicho pongo de testigo a
mi Redentor Jesús para que me perdone mi omisión. Roma, a 8 de
enero de 1819. Firmado Juan de Almaraz”
De
modo que nuestro hombre se tomó seis días en redactar dicho
documento y descansar, pero esto último no lo logró. Fernando VII,
del cual ya conocen ustedes la ralea, llegó a conocer su contenido y
ordenó su detención. ¿Y dónde creen ustedes que fue a cumplir su
perpetua condena? En el castillo de Peñíscola, el mismo que estoy
viendo mientras escribo estas líneas para ustedes. Ya ven, hemos
empezado hablando de Carlos III en La Cavada, y acabamos con Fernando
VII, su nieto, en Peñíscola, sitios ambos de gran significado para
mí.
A
su criterio personal dejo la consideración sobre la legitimidad de
la dinastía española de los Borbones, así como sobre la propia
religión o la fé que en ésta
tenían los
interesados.
Me explico: Carlos IV, en su inocencia, no comprendía que los reyes
pudieran obrar mal, ungidos como estaban por el mismísimo Dios, de
quién les venía el poder, o que las reinas pudieran pecar de
adulterio, por la misma razón. Padre,
hay una cosa que no comprendo… Si todos los reyes somos designados
por la gracia de Dios ¿Como
pueden existir malos reyes? ¿No deberían ser todos buenos reyes?
Carlos
III mira a su hijo y le contesta: Pero
qué
tonto eres, hijo mío.
Así
acababan estas conversaciones; su
padre, Carlos III, era
un hombre
culto e inteligente y,
por consiguiente, conocía la
realidad de la religión y también su utilidad. Lo que Marx
explicitó
cien años después: la
religión es el opio del pueblo,
se sabía desde tiempos inmemoriales, aunque aún en nuestros días
existan miles
de millones de creyentes
de
distintas deidades.
Lo
dicho, a su criterio queda.
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