La
noche de las elecciones del 28 de abril, conocidos los resultados, la
celebración de los seguidores socialistas bajo el balcón de Ferraz
coreando “Con Ciudadanos no, con Ciudadanos no”, podía
aventurar un gobierno de coalición entre Psoe y Podemos; un par de
días después, dejé escrito en un chat de WhatsApp: ya veremos,
pero me parece que Pedro va a tratar de que Pablo Iglesias se cueza
en su propio jugo.
Después,
enseguida, apareció en todos los medios la afirmación de que la
formación del nuevo gobierno no se llevaría a cabo hasta después
de las elecciones locales y autonómicas del 26 de mayo, y la
cristalización de los consabidos pactos para ayuntamientos y
autonomías. Hasta después de esos pactos no se hablará del pacto
de gobierno, se repitió como un mantra que acabó adquiriendo visos
de realidad, hasta convertirse en la verdad revelada.
¿Por
qué? ¿Es que, acaso, unos pactos y otros se podían llevar a cabo
entre actores diferentes? Obviamente, la respuesta es no. Exceptuando
el caso catalán -que tampoco- por la demasía de partidos, lo normal
es que el pacto en ayuntamientos, autonomías y en el congreso se
llevara a cabo entre fuerzas de la derecha, por un lado, y
progresistas, por el otro.
De
modo que fue pasando el mes de mayo, el de junio, y gran parte del de
julio. Los pactos de la derecha se confirmaron, e incluso Ciudadanos
hubo de firmar con Vox, aunque fuera a escondidas, como si los demás
fuéramos tontos. Que también.
Pedro
Sánchez tuvo diversos quehaceres allende las fronteras, que hicieron
más relevante su valía de hombre de Estado, su talla política y,
¿por qué no?, su peso político entre tantos líderes aquí y
allá. Además, está claro, no tenía tiempo de sentarse a discutir
con un tipo como Pablo Iglesias. Y el tiempo fue pasando.
Habrá
quien piense que realmente estaba atareado con esos menesteres, otros
que opinen que, puesto a elegir, se estaba mejor con esa gente
europea, mostrándonos cómo se entiende con ellos. Llegó el momento
de sentarse y empezaron a aparecer otros conceptos, como gobierno de
colaboración, y enseguida, la propia presencia de Iglesias en el
gobierno, que desdibuja el nivel del mismo.
Con
el paso a un lado del coletas, eliminada esa molesta presencia, se
empezó a hablar de ministerios...bueno eso es todo tan reciente que
no merece la pena repetirlo.
En
definitiva, Pedro estaba cociendo a Pablo en su propio jugo.
Hay
varias explicaciones, que si manejan encuestas que dan la victoria al
Psoe y hunden hasta el ahogamiento a Podemos, que si en el grupo
parlamentario socialista queda un fuerte reducto de los diputados que
se abstuvieron ante Rajoy para que este gobernara, que si Pedro tiene
en su estratega político ciega confianza… Quién sabe!
Lo
cierto es que en 2016 mientras negociaba con Podemos ya tenía
en la recámara un acuerdo con Ciudadanos que hizo que Podemos se
viera burlado y se precipitaran los acontecimientos, quedando para la
historia la verdad absoluta de que Podemos la cagó totalmente, dicho
en términos que ustedes disculparán en un blog de esta categoría.
Y en esta ocasión, mientras negociaban con Podemos pedían hasta la
extenuación la abstención de Ciudadanos y PP. Mas de lo mismo.
En
definitiva, la estrategia seguida por el bello Pedro queda clara como
la luz de un día de verano. Ha tratado de retrasar la negociación
hasta llevarla por la premura de tiempo a una velocidad tal que le
permitiera manejar los tiempos a su antojo, salirse con la suya y
hacer aparecer a Podemos por segunda vez como el partido inexperto,
violento y radical que nos lleva de nuevo a otra cita electoral. Ya
tenemos culpable, ya lo ha cocido en su propio jugo; ahora no le
queda otra que comérselo tranquilamente.
Y
septiembre será una copia de julio. Hay apuestas?
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