Uno.
Ustedes
recordarán el revuelo que se armó el año pasado con ocasión del
contrato de venta de las cinco
fragatas a construir en los astilleros de Cádiz
destinadas al ejército de Arabia Saudí; que cómo iba a ser eso
posible si en Cádiz el alcalde era de Podemos; que eso era una
contradicción tremenda, del estilo de las que ese partido abominable
nos tiene acostumbrados; que si Venezuela...ah, no, no, esto no es de
aquí, disculpen.
La
cosa es que ahora nos enteramos de que la persona que firmó el
contrato de venta de los barquitos por la parte española (Navantia)
ha fichado por la parte compradora. Vamos, para entendernos, que es algo así como si
el futbolista que erró el penalti de su equipo en el tiempo de
descuento y que le hubiera dado el campeonato que el equipo contrario
se llevó por goal average, hubiera fichado por el equipo contrario.
¿No resulta un tanto sospechoso?
Pues
así son las cosas: Arabia Saudí, tercer comprador mundial de
armamento, se ha llevado, para la empresa pública saudí encargada
de las compras militares, al español que está al tanto de los precios de
coste y de venta de los dichosos barquitos. Hay quienes ven en esta
operación grandes oportunidades para continuar vendiendo a los
saudíes, sin considerar el uso que esa dictadura religiosa pueda hacer de las armas; hay otros que entienden que los saudíes disponen ahora de
información privilegiada para amortizar lo que les pueda costar la
compra de nuevas fragatas y la comisiones a pagar y las ya pagadas.
Pero
como siempre, la culpa será de Venezuela y del Kichi (alcalde de
Cádiz).
Dos.
No creo yo, estimados lectores, que entre ustedes haya muchos que
posean una Sicav, ni siquiera que estén al tanto de lo que ese
palabro signifique, pero me parece fundamental que en estos tiempos
de crisis económica estén bien informados, más que nada para que
calibren su situación personal y vean la suerte que tienen al
permanecer al margen de ese mundo de las altas finanzas tan vapuleado
y sometido a los vaivenes de las diosa fortuna.
Empecemos
pues por una rápida explicación de lo que es una Sicav: Sicav es el
acrónimo de Sociedad de Inversión de Capital Variable, y ha de
cumplir con un mínimo de 100 accionistas (usted mismo y otros 99
nombres que su asesor le proporcionará y que nunca pintarán nada en
la sociedad), deberá estar domiciliada en España (pongamos en el
despacho de su asesor), y, eso sí, deberá pagar el Impuesto de
Sociedades a la Hacienda Española. Pero hete aquí, ese pago será
el 1% (no, no me equivoco) de sus beneficios. El
inconveniente es que el capital mínimo que ustedes han de
desembolsar para su constitución es de 2.400.000 euros de nada.
Aunque,
como en todo tipo de sociedades, la aportación se va haciendo
paulatinamente -vamos, con sus ahorrillos, para entendernos. Por
el lado bueno estarán ustedes exentos del Impuesto sobre
Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados.
Pero
como decíamos al principio de este comentario, ser propietario de
una Sicav entraña unas preocupaciones y cuidados en absoluto
baladíes que no se sufren si se es persona que vive de su sueldo, su
pensión y/o de unos ahorrillos que se tengan. Y
si no que se lo pregunten a Alicia Koplowitz, que con un total
invertido de 320 millones solo lleva una rentabilidad acumulada en el
primer semestre del 4,23%; o la sicav de los March, con un patrimonio
de 1.108 millones y una rentabilidad del 4,44%; o la de la hija de
Amancio Ortega, con 301 millones y una rentabilidad del 5,72; y
tantos otros atribulados por la guerra comercial entre China y USA,
por el Brexit, y otros tantos factores que influyen en la volatilidad
a la que están sometidas las bolsas y los negocios financieros. Así que si a
veces a ustedes les cuesta llegar a fin de mes, sean sensatos y
mediten sobre lo que pueden estar sufriendo estas personas. Encontrar
un sistema que les proteja de esos movimientos debiera ser uno de los
principales objetivos de todo gobierno, por la sencilla razón de que
si a ellos les va bien nos irá mejor a todos nosotros. ¡Pobrecitos
ellos!
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